miércoles, junio 28, 2006

El cine en Hungría. Paso a paso, de la vanguardia a la melancolía

Los entendidos en cine reconocen en Hungría y en los aquí paridos aquello de la materia primogénita del séptimo arte que emocionó al público de todo el mundo. Hungría fue vanguardia hasta que pudo. Al poco tiempo de iniciada, la inestabilidad de la región se la llevó por delante y los dorados años ’20 del cine se fugaron más de un “coquito” al extranjero, sobre todo a los Estados Unidos.

La libertad es la prima musa y los períodos dictatoriales por estos pagos dejaron una aburrida imprenta en la pantalla, aunque siempre se mantuvo un decoroso volumen de películas. La discreta apertura democrática que se consiguió a partir del ’56 trajo consigo los todavía hoy directores emblemáticos del cine húngaro. Lástima que todavía no se haya producido el recambio generacional y este nuevo período de libertad que ya lleva 16 años, todavía no ha logrado cuajar una seria y orgullosa camada de directores de cine.

Los referentes del cine húngaro siguen sumergidos en la melancolía de los ’60 y ’70, aunque también es verdad que todos esos símbolos y esas imágenes interiores, un tanto asfixiantes, están presentes en el cotidiano como la páprika o la sopa de frutas.

La presión, la obsesión y la necesidad de compartir los cánones internacionales crean dos productos esquivos: un cine kármico, interior y enroscado y a su vera otro de generación “x”, gritón y colorido.

Espero que disfrutéis con esta colección de artículos de “El cine en Hungría. Paso a paso, de la vanguardia a la melancolía. ” y que os animéis, quienes viváis o hayáis vivido en Hungría a escribir en las próximas ediciones. Solo tenéis que enviarnos un e-mail y os contestaremos a la brevedad indicándoos formato y tema.

Carta de lectores: La mejor opinión del Mundial en Budapest

por Péter Winter

Desde hace 20 años de Copas Mundiales de Fútbol no ha existido participación de la Selección Húngara de Fútbol y por esa razón no nos queda otra opción que disfrutar y delitarnos con equipos de otras nacionalidades. Tal vez esto es más interesante si consideramos que podemos escoger algún país para apoyarlo y si ellos pierden eso no significa ningún dolor para nosotros, pero además, no perdemos la oportunidad de volver a seleccionar otro país para ser hinchas. Volveremos a vestir colores diferentes y a disfrutar de la misma intensidad la pasión de un partido.Algunos partidos hemos visto con unos amigos en un gran parque con cerveza y comida. El primero fue entre Ecuador contra Polonia. Esa fue una magnífica atmósfera, compartimos sitio con unos 10 ecuatorianos amigos y alrededor nuestro estaban unos 40 ecuatorianos más que viven aquí en Hungría, todos ellos con banderas y tambores. Yo apoyé a ese equipo porque hace un mes fui parte del grupo de fútbol ecuatoriano que disputó una competencia, en Budapest. Este evento fue en Budakálász, fue un honor sentirme ecuatoriano porque mi esposa es chilena y eso fue, en realidad, una copa Sudamericana. Luego también estuve apoyando a México, Brasil y Argentina, porque todos son nuestros amigos. Aún es muy difícil saber a cuál se puede apoyar cuando disputen la final Brasil contra Argentina. Tal vez yo apoyaré a Brasil y mi esposa chilena, lo hará por Argentina. ¿Será? .Por ahora, no deseo trabajar en junio y podría pasar todos los días del Mundial en el parque Milenarium viendo fútbol con mis amigotes.

Breve reseña del cine en Hungría

por Juan Luis Pintos**

El primer espectáculo cinematográfico se ofreció a los habitantes de Budapest en junio de 1896 y su promotor fue un avispado comerciante de la capital Arnold Sziklai, que había asistido a las proyecciones de los hermanos Lumiere en uno de sus viajes a París y no tuvo inconveniente en traerse entre su equipaje un aparato similar al que sorprendía a los paseantes del boulevard des Capucines. Pronto, el cinematógrafo se convertiría en una más de las "atracciones" de ciertos cafés que hasta entonces ofrecían fundamentalmente a sus clientes recitales de música o tertulias literarias. En 1898 Mór Ungerleider director del café Velence y su socio József Neuman fundaron la primera sociedad cinematográfica húngara, la Projectograph. Lentamente surgirían otras iniciativas artesanales, como la sociedad cultural y científica Urania, para la que Béla Zsitkovszki realizará en 1901 su A tánc (la danza). Sin embargo, la implantación de una verdadera industria del cine tardará mucho en realizarse. El primer estudio (Hunnia) se creó a finales de 1911 y uno de sus primeros largometrajes, Novérek (Hermanas) de Ödön Uher no será presentado en público hasta 1912. Ese año marca de hecho el verdadero nacimiento del cine húngaro. Al estallar la Primera Guerra Mundial dos años más tarde, el cine húngaro había olvidado su difícil período de aprendizaje y contaba con compañías ambiciosas en Budapest y Kolozsvár (hoy Cluj) en Transilvania. Los periódicos ofrecían sus columnas a los críticos cinematográficos y en tres años rodaron 55 película. Durante esta época, el cine era sin duda tributario de la literatura, pero ciertos directores empezaban ya a destacar como Mihály Kertész (conocido más adelante con el nombre de Michael Curtiz) o el ex- periodista Sándor Korda (que se convertirá en el célebre productor Alexander Korda, responsable del renacimiento de la industria del cine en Gran Bretaña). Sándor Korda no fue sólo un realizador hábil, sino también un organizador nato. En 1918 la producción del país estaba dominada por la firma Phonix de Mihály Kertész y la Corvin de Sándor Korda. Algunos técnicos como Jeno Török, con sus intentos por conseguir una definición estética del cine anuncian ya a Béla Balázs. La guerra y los desórdenes posteriores a la derrota alemana crearán un clima de inestabilidad poco propicio para le desenvolvimiento del cine. Cuando Béla Kun toma el poder e impone la República de los Consejos, la industria del cine paradójicamente, reacciona favorablemente al nuevo régimen y a la nacionalización (históricamente se trata de la primera nacionalización ya que hasta agosto de 1919 no se promulgará el decreto de Lenin declarando la nacionalización del cine soviético). Los productores vieron en este decreto la posibilidad de defender sus derechos frente a unos distribuidores que imponían su ley, desde hacía tiempo. Se ayudaron unos a otros lo mejor que pudieron para crear varios organismos, uno de los cuales sería un departamento central establecido especialmente para el estudio de los guiones.

Con un entusiasmo casi febril se decidió entonces realizar numerosas películas adaptadas de las grandes obras progresistas de la literatura mundial. Los "133" días no fueron suficientes para llevar a cabo completamente este ambicioso proyecto que se concluyó con 33 películas realizadas por Sándor Korda, Béla Balogh, Márton Garas, Oszkár Damó, Alfréd Déesy, Pál Aczél, Ödön Uher, Károly Lajthay, Pál Sugár, Móric Miklós Pásztory, Cornelius Hintner, Joseph Stein, Béla Geröffy, Gyula Szoreghy, Sándor Pallos y Dezso Orbán. Sólo se ha encontrado la película de este último, Ayer, las demás han desaparecido. El terror blanco que siguió a la caída de Béla Kun arruinaría la industria del cine y la mayor parte de los realizadores activos durante el período de la República de los Consejos escaparon al extranjero por temor a los arrestos y persecuciones. Los distribuidores, una vez devueltos sus privilegios, intentaron salvar las apariencias y de 1919 a 1922 se realizaron 86 películas de nivel artístico bastante mediocre. En 1923 estalló la crisis y sus consecuencias fueron inmediatas. Los distribuidores acaban por desentenderse del cine nacional y optan por comprar películas extranjeras que alquilan a los exhibidores a precios muy altos. Béla Balogh, autor de Fehér galambok a fekete városban (Una paloma blanca en una ciudad negra, 1923) emigra tras haber buscado durante meses un exhibidor par su películas Pál utcai fiúk (Los niños de la calle Pal). El realizador más prometedor de la época, Pál Fejos (Paul Fejos) sigue le mismo camino y marcha a los Estados Unidos dejando inacabada Egri csillagok. La bancarrota es total, las compañías cierran sus puertas unas tras otras y en 1929 el cine húngaro era prácticamente inexistente. Hasta 1931 no empezó a recuperarse. Pál Fejos volvió a su país en 1932 para rodar la producción francesa María, leyenda húngara, que a pesar de ser importante desde muchos puntos de vista no consiguió ningún éxito. Tras otro nuevo fracaso (Itél a Balaton), Fejos se desanima y emigra definitivamente dejando las pantallas en manos de artesanos mediocres que se afanan en imitar el estilo de Ernst Lubitsch. István Székely y Béla Gaál conseguirán cómodos éxitos con comedias ligeras. Al estallar la Segunda Guerra Mundial las "película limonada", operetas magiares, dramas mundanos, inundaron el mercado. Sorprende pues encontrar en este período la original película Emberek a havason del joven realizador István Szots, considerado en la actualidad como el verdadero padre del cine moderno húngaro, a pesar de que, debido a las vicisitudes políticas no pudo dar lo mejor de si mismo. En 1945 la producción descendió a sólo tres películas. Los estudios fueron destruidos, y durante tres años las películas serían producidas por cuatro partidos de la coalición gubernamental. Habrá que esperar hasta 1947 para que se produzcan algunos cambios profundos como es el del cese de la financiación de películas por parte de empresas privadas. Ese mismo año la película de Géza Radványi Valahol Európában, atrae la atención internacional sobre el cine húngaro. La nacionalización se produce el 21 de marzo de 1948, año que destaca por la realización de Talpalatnyi föld (Una parcela de tierra) de Frigyes Bán.

Esta chispa, desde una perspectiva exclusivamente artística, será muy corta. Hungría se estaliniza totalmente durante el período 1949-1953: es la época de los procesos políticos y de la Guerra Fría en la que el arte se concibe únicamente como realista-socialista. El Jdanov húngaro se llamará József Révai. El esquematismo ideológico es absoluto, y sólo el héroe positivo tiene derecho a aparecer en pantalla. El despertar se producirá al año de la muerte de Stalin y consiguiente desplazamiento de Révai. Liliomfi (1955) de Károly Makk, Budapesti tavasz (id.) de Félix Máriássy y sobre todo Körhinta (id.) y Hannibál tanár úr (1956) de Zoltán Fábri anuncian ya un verdadero renacimiento del cine húngaro y la aparición de verdaderos autores, como Makk, Fábri, Máriássy y más modestamente László Ranódy, Imre Fehér, György Révész, János Herskó, que vienen a respaldar a los “veteranos” Viktor Gertler, Frigyes Bán o Márton Keleti. Los acontecimiento de 1956 no conseguirán reducir del todo las iniciativas para crear un cine definitivamente moderno, comprometido y responsable. Pero la crisis moral tendrá sus repercusiones en los realizadores y las obras rodadas entre 1957 y 1962 reflejan de una forma más o menos velada las angustias de la “generación” cuya vida seguía los trágicos meandros de la historia. Favorecido por un clima político más liberal, el “nuevo cine húngaro” comienza a imponerse a partir de 1962. La creación del estudio Béla Balázs en 1960 permitirá probar su talento a jóvenes realizadores mediante el rodaje de cortometrajes según una fórmula que resultará muy útil (decisión común sobre los guiones a rodar, fondos estatales y gestión financiera llevada a cabo por los miembros del estudio).

A partir de 1960 y sobre todo de 1962 se empezó a notar una mayor libertad en la elección de los temas, lo que significaba el anuncio de una renovación de la que se beneficiarían los jóvenes directores surgidos del estudio de Béla Balázs. Poco a poco, las películas húngaras fueron cosechando triunfos en festivales internacionales y se empieza a hablar ya de una Nouvelle Vague húngara, que sigue de cerca la eclosión del joven cine checoslovaco. Los directores de mayor talento son: István Gaál (Sodrásban, 1963; Zöldár, 1965; Magasiskola, 1970), Ferenc Kardos y János Rózsa (Gyerekbetegségek, 1965), István Szabó (Álmodozások kora, 1964; Apa, 1966), Ferenc Kora (Tízezer nap, 1967), András Kovács (Hideg napok,1966; Falak, 1967), Tamás Rényi (Sikátor, 1966), Pál Zolnay (Hogy szaladnak a fák, id., el antiguo cámara Sándor Sára (Feldobott ko, 1969), Péter Bacsó (A tanu, 1969). Ciertos autores como János Crezco o Zoltán Fábri, beneficiándose de una corriente favorable caracterizada por la sinceridad con que se abordaba cualquier tipo de tema (enfrentamiento de destinos individuales en un contexto político turbulento, evocación de la evolución de las comunas campesinas del siglo XX, descripción de la vida de los estudiantes, de los obreros, etc.) rodaron sus obras más significativas: Párbeszéd (Diálogo, Crezco, 1963), y Húsz óra (Fábri, 1964). El realizador Miklós Jancsó, autor de varios largometrajes (Oldás és kötés, 1963; Így jöttem, 1964) dirige en 1965 Los desesperados y en 1967 Csillagosok, katonák y Csend és kiáltás, imponiéndose como uno de los grandes directores contemporáneos de talla internacional. Un organismo estatal llamado Mafilm era el encargado de la producción. En él trabajaban cuatro grupos y cada uno de ellos disponía de un presupuesto otorgado anualmente por el Estado del que podían disponer a voluntad. La distribución de las películas en el extranjero la llevaba a cabo Hungarofilm, entidad que con István Dósai a la cabeza y Klára Kristóf al frente de las relaciones internacionales y la venta al extranjero, aseguró con talento la difusión del cine húngaro por todo el mundo.

El “nuevo cine húngaro”, surgido en dos oleadas sucesivas (la primera en 1954 y la segunda en 1963-64), consolidó poco a poco una audiencia internacional. La producción se limitaba a una veintena de películas al año, pero entre ellas siempre había varias de gran calidad. Zoltán Fábri no pudo igualar en sus últimas películas (Isten hozta, ornagy úr, 1969; Hangyaboly, 1971; Plusz minusz egy nap, 1972; El quinto sello, 1976; Húngaros, 1977) el éxito de Húsz óra, pero Károly Makk, por el contrario, tras Isten és ember elott (1968) rodó en 1970 una obra desgarradora, Szerelem, en 1974 Macskajáték y en 1982 La elección de Hanna B.

Durante los años setenta y ochenta, Gaál realiza una película importante (Holt vidék, 1972), Jancsó profundiza en sus temas predilectos (Salmo rojo, 1972; Magyar Rapsodia, 1979) y Szabó se impone en la escena internacional con Mephisto (1981). Realizadores que habían hecho sus primeros trabajos al final de los sesenta se imponen y consolidan en festivales internacionales el lugar privilegiado que Hungría había conquistado en una decena de años: Zoltán Huszárik (Szindbád, 1971), Gyula Maar (El fin del camino, 1973), Zsolt Kézdi-Kovács (Ha megjön József, 1975), Márta Mészáros (Adopción, id.; Nueves meses, 1976), Imre Gyöngyössy (Két elhatározás, CO: Barna Kabay, 1077), Pál Gábor (Angi Vera, 1978), Judit Elek (Majd holnap, 1979), Péter Gotár (El tiempo interrumpido, 1982), Pál Sándor (Szerencsés Dániel, 1982), Fer András o László Lugassy. Los temas hasta ahora dominantes (interrogaciones sobre la Historia y a través de traumas de la Gran Guerra y de los acontecimientos de 1956; desenraizamiento de los campesinos que fueron a trabajar a las grandes ciudades) se van borrando poco a poco frente a una inspiración “sociográfica” consistente en la narración implacable de los problemas cotidianos, en una crónica apasionada de la vida “ordinaria” que antepone el individuo a la colectividad y se asemeja más al “croquis directo” que a los grandes frescos.

Las películas de la “escuela de Budapest”, documentales-ficción menos construidos y más geométricos, dan cuenta de la Hungría del momento sin recurrir a alegorías o parábolas. Aparecen nuevos realizadores que priman la imagen sobre la dirección. Pál Schiffer, Gábor Body, István Darday, Béla Tarr, Gyula Gazdag, Pál Erdoss, Modován Domokoss...

En Hungría existe además una escuela de animación muy creativa de la que han salido figuras como Ottó Foky, György Kovásznai, Gyula Macskássy, József Nepp, Marcell Jankovics, Sándor Reisenbuchler, Béla Vajda.

Fuentes:

** Artículo también aparecido en Filmoguía

La palma blanca de las argollas

por Kléber Mantilla

Hajdu Szabolcs es el director de la película “Palma blanca” que ha ganado varios premios en el festival de cine húngaro realizado el febrero pasado. En realidad es una trama nostálgica con fuerte insistencia de pesimismo, que plasma el estilo melancólico del cine húngaro contemporáneo. Con alta profundidad en la dinámica sicológica del protagonista, busca definir las limitaciones del profesionalismo deportivo. Esta vez, se conceptúa la gimnasia y la acrobacia más allá del ámbito educativo, bajo el rigor de la época socialista.La ubicación es 1980, en la ciudad de Debrecen, pero la cinta conjuga tiempos y lugares, pues la historia también se desarrolla en el Canadá actual. Si hay un mérito por destacar, sería la agilidad del camarógrafo y la pulcritud del pequeño Dongo, el niño protagonista de 11 años.La cinta busca perturbar y afectarnos cerebralmente al describir la violencia de un entrenador para preparar a un grupo de niños atletas. Un hombre rígido, estricto, severo y algo viejo, que solo cabe en su doctrina vital el talento y que busca divertir su espíritu con la disciplina a ultranza.

En medio de una ciudad apagada, quemeimportista y congelada, donde los padres de los pequeños no saben qué pasa en la escuela, un padre se deleita mostrando a un amigo las habilidades físicas de su hijo, que no se diferencian de un mono subiendo paredes o resaltando la musculatura de piernas y brazos. Su madre, pese a que descubre por casualidad las piernas lastimadas por el látigo del entrenador, nunca resuelve el conflicto emocional de su hijo que tendrá una pesadilla para toda su vida. Dongo volverá a repetir todo el castigo recibido, después en uno de sus futuros alumnos.

Los actores son Gheorghe Dúnica, de origen rumano, Hajdu Zoltán Miklos, que es hermano del director, Radies Orion y Radies Silas. Juntos recrean el mundo pasado de las escuelas de formación deportiva dentro del sistema comunista, pero la diferencia está en el referente que usa Hajdu: su mismo hermano, que en la vida real es un gimnasta.

Más adelante, aparece el conflicto entre ser un deportista puro o conectar la cultura física en un circo. Para narrar este segmento el filme mantiene un colorido estético interesante, pues la letanía del esfuerzo deportivo puede asimilar, con perfección, la alegoría de la presentación circense. Ahí, es cuando aparece el dilema de cuerpo y mente talentosos: ir por la competencia de medallas o por arrancar sonrisas a los espectadores.

Bueno, el título está más claro. La palmas blancas o “Fehér Tenyér” vienen a transparentar el talco colocado en las manos de los acróbatas antes de usar las barras, la soga o las paralelas, pero mantiene en la película la metáfora implícita de la llaga y la ampolla. Una mano callosa podría decir con más certeza a qué alma pertenece.

En 97 minutos de duración, el público podrá madurar cualquier desorden emocional y atenderá con deleite la subjetividad de un espíritu talentoso en un niño y un hombre. Algo que vale la pena mirar....y comentar.

Los principios del cine en Hungría, la época del cine mudo

por Aranyos Eszter


El 28 de diciembre de 1895 nació todo un nuevo mundo en París, con el primer pase cinematográfico de los hermanos Lumiére. La novedad pasó rápidamente a Hungría, y después de varios intentos fallidos , en 1907, en una obra de teatro, aparece por primera vez la expresión que hasta hoy en día usamos para decir cine en húngaro: mozi.

Los primeros pasos hacia el mundo de la cinematografía en Hungría datan de 1896, y coinciden con las fiestas milenarias. El 10 de mayo de 1896 se proyectan los mismos rollos de los hermanos Lumiére, en la cafetería del Hotel Royal . Un mes más tarde abre el primer cine en la avenida Andrássy , sin embargo, por falta de interés y por el desprecio de parte de los habitantes del distrito elegante, cierra en breve.Las primeras tomas se relacionan también con las Fiestas de "Millennium" del año 1896: desfile oficial y visita de Francisco José el primero .

En 1911 se constituye el primer Estudio Cinematográfico, Hunnia Biográf, basado en la compañía de teatro del Vígszínház , pero dura no más que año. La producción y comercialización está a cargo de la compañía Projectograph, fundada cuatro años antes.

El primer intento exitoso cinematográfico es patrimonio del Teatro Científico Urania que ofreció una serie de pases de divulgación de conocimiento científico, acompañada por diapositivas e imágenes en movimiento traídos del extranjero. En 1901, para un pase sobre la historia de la danza, el conferenciante ordenó imágenes en movimiento sobre este tema para representar sus charlas. De esta manera nació la primera “película” húngara, llamada “A táncz”, la danza, filmada en el terraza techada de la misma institución, con bailarines y actrices famosos de la época, como la propia Blaha Lujza.

En los 270 cines de la primera década del siglo XX, los espectadores miraron, sobre todo, tomas naturales, dramas , o también, escenas de humor.

Uno de los primeros largometrajes, el Ma és holnap (Hoy y mañana), cuyo director es el famoso Kertész Mihály , conocido hoy en día por su nombre anglosajón Michael Curtiz, el director, entre otros, de Casablanca, en Hollywood. La peli, cercana al cine danés de primera línea de aquella época, filmada en 1912, rompiendo con la tradición anterior, presenta un verdadero drama social sobre el deterioro, en Budapest, de un nuevo burgués venido del campo.

Los años de la prosperidad empiezan en 1914, primero, por la coyuntura económica de la I Guerra Mundial, segundo, por la prohibición de la presentación de películas francesas, inglesas, italianas y estadounidenses, en los mismos años. Entre 1917 y 1918 Hungría llega a ser poder cinematográfico, con sus más de cien películas anuales, después de Dinamarca, EE.UU., Alemania e Italia. La tipografía de las películas de esta época son: burlesk , adaptaciones de clásicos literarios , cine bestseller y operetas . De esta primera generación de cine, muchos llegaron a ser personajes importantes en el mundo cinematográfico internacional (Kertész Mihály/Michael Curtiz, Korda Sándor/Sir Alexander Korda, Balogh Béla/Béla Balogh, Várkonyi Mihály/Victor Varconi, Lugosi Béla (Olt Aristid)/Bela Lugosi, Balázs Béla/Bela Balazs, entre otros).

En los años 20’, después de la breve época de las películas de propaganda de la revolución burguesa de 1918, empieza la crisis del cine húngaro. Al terminar la Primera Guerra Mundial, se abren las fronteras ante las películas extranjeras, cuya gran cantidad hace desaparecer rápidamente la producción cinematográfica húngara. La época dorada del cine internacional de los años 20’ ya no alcanza a Hungría; sin embargo, el conocimiento profesional húngaro de la primera década del siglo XX, lleva sus frutos a Viena, Berlin y Hollywood, donde aparecen varios de nuestros mejores directores, actores, guionistas y teóricos.

La producció cinematográfica decae año tras año y el estado termina por intervenir: en 1924 crea la Oficina Cinematográfica Húngara, con el papel de presentar noticieros oficiales regularmente. En 1927 compra el mayor estudio de cine húngaro, donde siguen con la producción hasta el final de la década.

El 20 de septiembre de 1929 se presenta la primera película sonora en Hungría.


Fuentes:

Tűzoltó utca 25

por Sebastián Santos

“Tűzoltó utca 25” o su traducción literal al inglés “Fireman street 25” es una película de culto en Hungría. Una paleta repleta de símbolos y situaciones que se entrecruzan y pintan finamente y al detalle el mundo interior y personal de la sociedad húngara de los ’70. Debe haber una versión en castellano, el problema es que la palabra “bombero” no tiene el tilín heróico de los gringos, más bien el “quiero ser bombero” se emparenta con el “mi papá es policía” o “mi primo es el de Zumosol”. Es una palabra grotesca, toda ella una alteración poco seria. Es igual que bombacha, bombón, bemba, o sin ir más lejos el bamboucha de Fanta Naranja. El caso es que no encontré ninguna “La calle del bombero 25”, aunque a decir verdad si hubiese tenido el sádico privilegio de antaño de rescribir, con completa libertad y sin miramientos, los títulos de las películas extranjeras, yo le hubiese puesto “El bombero de la calle 25”. Está claro que despistaría, pero le daría un buen golpe de taquilla apuntando a la masa que delira por las películas yanquies de tiros y coches que revientan.

Pero aquí en Budapest he descubierto que los bomberos son la hostia, personajes activos de la ciudad y referentes sociales. Ya en un par de ocasiones he presenciado los espectáculos, entre circenses y didácticos, que organizan en plena calle. El último fue la celebración del día del bombero y el policía el pasado sábado 3 de junio en la plaza Hunyadi. Y más aún, Tűzoltó no es una calle cualquiera, no es moco de pavo. Es una señora calle llena de vida y de actividades imperdibles. En algún número de esa misma calle está el Tűzraktár, un centro cultural con la mejor onda, donde hace poco fuimos a ver una exposición fotográfica. Por otra parte en el número 33 sorprende el Közért, otro lugar de encuentro y de movida que hace poco está funcionando pero que promete. La última vez que nos vimos ahí, fue para ver los resultados de las elecciones, y la combinación y variedad de tendencias fue todo un ejemplo de convivencia democrática. Los vinardos que corrieron ayudaron, pero ni los gritos burlones contra Orbán o la dirigente del MDF sacaron de sitio al grupo del Fidesz que estaba con nosotros. Impecables.

“Tűzoltó utca 25” es del año ’73 y está dirigida por István Szabó, quien años después fue reconocido mundialmente con un Oscar por “Mefisto”. La película obtuvo el Leopardo de Oro y el Premio del Jurado Ecuménico en Suiza, en el Festival de Cine de Locarno, en el ’74. Los actores, por orden alfabético son : Ági Mészáros, András Bálint, Edit Lenkey, Erzsi Pásztor, János Jani, Károly Kovács, Lucyna Winnicka, Margit Makay, Péter Müller, Rita Békés, Zoltán Zelk. Y la música es de Zdenko Tamassy.

La lista de actores no me dice gran cosa, mis conocimientos del cine húngaro crecen, pero lentamente. El que sí me ha llamado la atención y apoya mi impresión de que la película es de una vigencia escalofriante, es Péter Müller, autor de moda actualmente, y que cuenta entre sus obras con la traducción al húngaro del I Chin, aquí Ji-King.“Tűzoltó utca 25” es un pedazo, literalmente hablando, de la ciudad y su gente. Hoy, los trozos de ese edificio que termina demoliéndose en la última escena de la película están desperdigados por la ciudad. Como buena película intimista llega a ser, por momentos, agobiante. Una de las estrategias más ingeniosas, y ahí chapeau!, que Szabó utiliza, es presentar buena parte de los diálogos como pensamientos, ensueños o mismo sueños de cada uno de los personajes, que con su propia voz en off se dirigen al público en monólogos cansados y obsesivos. La maniobra, que escapa a lo cinematográfico y arrastra consigo el terreno del psicoanálisis, hace que la pequeñez y abulia de los habitantes de la calle del bombero, se transformen en un inmenso conglomerado de palabras que en su obsesión insistente crecen y crecen, no dejando lugar a más nada, solo cuatro o cinco ideas fijas grabadas a fuego. Imaginaos lo mismo en un autobús. Imaginaos que la multitud que aprieta además piense y que ese pensamiento termine por reventarlo todo. La misma metáfora vivió bomberísima 25. Las obsesiones y la falta de comunicación comulgaron con lo diminuto de los pisos y las paredes terminaron por abrirse. No fue esa bola que se bambolea (aquí otra del club de los bomberos) al principio y al final la que tiró abajo el número 25, fue el agobio, el tedio, la fatiga crónica.

Hoy busqué en el bus y en el metro y en el tren las mismas caras cansadas que mostraba Szabó. Ni mucho menos son todos así, pero hay una franja, que ronda los 50 años, que está agotada, sobre todo me pareció verlo en algunas mujeres, recostadas contra la pared del metro, el cuerpo en una postura difícil, torcida, en un equilibrio similar al del yonquie cuando ya no puede más, cargadas ambas manos con bolso y compras. El cansancio se ve en la postura del cuerpo que pierde esbeltez, pero fundamentalmente en la mirada. La mirada cansada se pierde en un punto fijo, ni siquiera puede apagarse y dormitar, simplemente el vacío. No hay curiosidad y el tedio y la lista de cosas que todavía quedan por hacer y como diría Gloria: los años que quedan por vivir. Y más aún, diría que lo peor del cansancio es la sensación de que no hay más salidas, de que ya fue, de que ahora (y que revienten los que tiemblan con el dequeísmo) ya es todo cuesta abajo. Y Budapest ahí asusta porque es una de esas ciudades donde todos los atajos están marcados. La mayoría de las plazas están atravesadas por surcos que comunican uno y otro lado entre las paradas de bus. Imposible perderse. Todos los atajos están marcados, insistentemente, por miles de peatones a diario. A los lados una triste y amarga bandada de indigentes te recuerdan por donde tienes que seguir. Incluso a veces, cuando alguno duda, el de turno se saca ahí mismo la chorra y mea contra un árbol para que no te olvides, no solo sin pudor, sino incluso con alevosía y altanería pedagógica. La mayoría de estos hombres y mujeres rondan los 50 años y son de aquellos primeros excluidos del sistema en los comienzos del capitalismo. Los que se han dado en llamar “parados de larga duración”.

La mención y relación con Péter Müller y su Ji-King, no es simplemente anecdótica. La fuerte presencia de lo esotérico y místico en Budapest, va de la mano, con el silencio. Entre las reflexiones que he podido sacar el tiempo que llevo aquí es que el discurso frontal no es mayoritario en estas tierras. Hay que saber leer entre líneas, e incluso sonreír cuando te la dan cruda. La falta de una profecía clara hace de cada habitante un antropólogo de lo más personal. La mitad de los conflictos se resuelven por izquierda, en el mejor de los casos, y cuando la relación de fuerzas es similar o en desventaja; y simplemente por aplastamiento elefántico cuando el que tiene la batuta se aburre. Vivirla en Budapest es patinarla, armarse un círculo de amiguetes, como en los viejos tiempos, y apostar por él hasta el final de la partida, o entregarse y lanzarse del Puente de las Cadenas. El sistema formal y anónimo todavía se la tiene que currar mucho en estos pagos.

Para terminar esta serie de imágenes en trozos de bomberística 25, que palatinean el cansancio, los silencios y la huída, no hay mejor ejemplo de la persistencia de la película que la innumerable cantidad de edificios que todavía quedan igualitos a Tűzoltó 25. Edificios burgueses de los años 20, con patios y pasillos interiores, adornos redondeados, a veces incluso modernistas, en columnas, o portales; techos altos y entradas oscuras. Pero la belleza, si bien está, es de una decadencia abandónica, las paredes descascaradas, las fachadas cayéndose, los balcones a pelo. A muchos Tűzoltós 25 ya se los han cargado, los demolieron, incluso habiendo sido considerados patrimonio del país o de la ciudad. No solo en los ’70 cuando se hizo la película, sino ahora mismo, muchas veces entre protestas vecinales, porque se trata de edificios declarados patrimonio del país o la ciudad, como fue el caso de la calle Kiraly, se puede contemplar una exclusiva y octogenaria demolición.

Los espacios donde habitan la mayoría de los húngaros de esta ciudad siguen siendo pequeños. El silencio y el descrédito del sistema formal y asociativo está al orden del día. Los edificios viejos caen por el peso de las inversiones extranjeras. Y todavía se insiste, igual que en la peli, en la melancolía por un pasado glorioso e imperial. Pero atención, junto a esta imagen triste, tan propia de István Szabó, hay una Budapest de colores, alegre y atrevida, tan interesante de conocer como la enrollada de la calle del fuego.