miércoles, abril 11, 2007

¡Que nos vengan a buscar! Grito y escalera al cielo

Los húngaros en el espacio o el espacio de los húngaros

La insistente cuestión del origen y la prevalecencia o no de lo húngaro en el sistema de identidad de los emigrantes vuelve a salir al patio cuando unos de estos “grandes” sale a la palestra y estalla en fama.

Hoy es el turno de Simonyi. Lleva unos 30 años viviendo en Estados Unidos y ahora mismo es Dios, mirándonos a todos desde el cielo.

La cuestión nacional es un dilema netamente local porque la prensa internacional lo tiene bien claro y deja para las letras pequeñas aquello del origen. Charles Simonyi es, ante todo, millonario.

La disyuntiva local-internacional, en lo que se refiere al espacio, se resuelve en húngaro de manera mucho más hábil que en la lengua de Mafalda y Mortadelo. Aquí, para nuestro global y amorfo “espacio” tienen, al menos, dos términos. Uno es “űr”, que a su vez implica el espacio sideral y el vacío; y el otro “tér”, que se refiere al espacio cuantificado, a los centímetros que ocupa un cuerpo o los metros cuadrados en los que se desparrama o podría desparramarse la lechita de la mañana. “Tér” también significa plaza, una acepción campera para hablar de espacio.

Por eso, para los hispanohablantes, el origen, el espacio, la posición social y cuantas cosas más se mezclan y levantamos la mano incómodos señalando que “eso” no es tan así. Los húngaros no se calientan tienen El sideral y tienen La placita. Simonyi es húngaro, no hay tu tía.

Y no solo “eso”, aquí estamos todos listos para que nos vengan a buscar. No solo despuntamos en modernidad sino también la mostramos a diestro y siniestro. Las hermosas mujeres húngaras son las encargadas, las responsables sociales de semejante tarea de concienciación. Y si han decidido cambiar las botas de cuero, que cubrieron, hasta casi alcanzar la rodilla, los pantalones durante el corto y escuchumizado invierno; e incluso se manifiestan ahora, abiertamente, contra ese soplo primaveral que algunos llaman “bermudas en medias de lana”, no es solo capricho de la moda. Estamos listos, como en “Cocoon” para que bajen el platillo y nos suban a todos. Hemos vuelto, sin dudarlo, al plástico brillante y espacial de los ‘70, al casquito aerodinámico, a las planchas de metal enroscadas a la altura de las tetas hasta apenas cubrir la entrepierna y a las gafas de sol tipo mosca, que no nos dejan ver nada, pero nos la suda. Tan contentas. Tan contentos.

Charles Simonyi vuela al espacio

por Annamaria Preisz

Por fin, el 7 de Abril, Charles Simonyi se convirtió en el quinto turista en viajar al espacio (a la Estación Espacial Internacional). Desde el sábado pasará unos 12 días haciendo 160 órbitas alrededor de la Tierra y cubriendo 6.5 millones de kilómetros. En la misma tabla, Charles es el ser humano número 450 en dejar la atmósfera del globo, y también el segundo húngaro en el Espacio.

Charles es uno de los tantos millonarios que ha dado la informática. Su vida, plagada de aventuras y de velocidad siempre ha estado marcada por el éxito. Nació en Hungría, donde antes de irse a Estados Unidos ya había trabajado con ordenadores en la Universidad de Budapest, junto con su padre, que era profesor de Ingeniería Eléctrica.

A la edad de 17 años, en 1966, dejó el país, nada más terminar la escuela secundaria. Se fue ilegalmente y desde el primer momento supo que volver ya no sería posible; pero lo tenía muy claro, y estaba lleno de energía. Empezó en Dinamarca, e inmediatamente, con 18 años, pasó a Estados Unidos, donde lo admitieron en la Universidad de Berkeley, California. Años después recibió el título de ingeniero eléctrico. Después siguió Stanford, donde obtuvo el título doctoral en ciencia informática. De ahí en más todo el camino fue recto hacia la cima. Primero lo emplearon en Xerox, y en 1981 se fue a trabajar con Bill Gates, como uno de los fundadores de la empresa Microsoft. Participó en el desarrollo de importantes proyectos, como Words y Excel.

A todo el mundo le fascina la posibilidad de volar al espacio, por supuesto tanto o más que tener la cantidad necesaria para ello. Este viaje cuesta al menos 20 millones de dólares. Él tiene el dinero, le sale por 21,6 millones.

En la Ciudad de las Estrellas, cerca de Moscú, lo prepararon tanto física como psíquicamente. Charles se ha tomado muy en serio el viaje y entre otras cosas, y a conciencia, ha refrescado sus conocimientos de ruso, lengua que había estudiado antes de emigrar. Leyendo su blog parece ser que está disfrutando mucho de estas “vacaciones”. Y no solo con los entrenamientos y el viaje en sí, sino también con cada lugar donde lo ha llevado este periplo, con sus nuevos colegas, con las comidas, con las “siestas”. Asegura que nunca ha estado nervioso, en absoluto. Pasó cada uno de los sucesivos exámenes con excelentes resultados. El 27 de marzo llegó a Baikonur, en Kazajistán, y el sábado 7 de abril despegó.

Lamentablemente no podrá dar un paseo fuera de la nave, en el espacio exterior. Para obtener el correspondiente permiso debería haberse preparado más y mejor. El programa de Charles se concentrará en investigaciones científicas a bordo de la EEI. Sus tres objetivos principales son: lograr que los vuelos aeroespaciales adquieran carácter masivo, desarrollar al máximo la Estación Espacial y despertar pasión entre los jóvenes por la Ciencia Espacial. Por ejemplo, en su blog tiene una sección para niños, y durante su vuelo estará en permanente contacto por radio con varias escuelas.

Solo nos queda esperar, llenos de curiosidad, las sorpresas que nos traerá Charles desde la estrellas.

Fuentes:
Charles in space
Wikipedia
Edge
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Los ingenieros húngaros no son húngaros

por Carlos Lavatelli

"Los científicos descubren el mundo que existe;
los ingenieros crean el mundo que nunca fue."
Tódor von Kármán, ingeniero aeroespacial

El dulce de leche es argentino, y eso no me lo discute nadie. Como el tango, el mate, el asado de tira y los chinchulines a la parrilla. Juan Manuel Fangio fue cinco veces campeón mundial de F1 internacional, un récord imbatible desde los años '50 hasta que en el 2003 el alemán Schumacher lo superó con seis campeonatos. Así como Diego Maradona, sin ninguna duda, fue el mejor futbolista de todos los tiempos.

Y si de ciencia hay que hablar, Bernardo Houssay (1947), Luis Leloir (1970) y César Milstein (1984), tres nobeles científicos argentinos.

No, si los seres humanos, cuando de deporte, ciencia, música, arte y cuanto venga a cuento se trata, no tenemos ninguna duda en afirmar verdades que de tan obvias, ni siquiera hace falta cuestionar: en Mi País se escucha la mejor música, de allí salen los mejores deportistas, los cerebros más brillantes, los inventos que solo el ingenio de Mi País puede lograr (hay que conocer la picardía de Mi País)...

Y de vinos y comidas para qué hablar: del resto podemos discutir... pero de comida terminantemente no. En Mi País sí que “se come muy bien”.

Paradójicamente, y vaya a saber uno por qué, hay cosas que... “solo ocurren en este país”.

Inventos, inventores y banderitas

Cuando fui deshojando la cultura magiar, apareció un caso curioso, aquel del cual mis años de adiestramiento escolar me habían convencido que era un “invento argentino”: la birome.
Lo que en España se conoce como “boli” (abreviatura de bolígrafo, su nombre técnico y de patente), en Argentina tomó en parte el nombre de su inventor, Ladislao José Biro (nombre argentinizado del húngaro Bíró László József).

Entonces a partir de aquí surge la pregunta sobre la que gira este artículo del que usted se preguntará “pero de qué está hablando este tipo”: un húngaro en Argentina ¿produce un invento argentino o un invento húngaro?

Los inventos, como la misma creatividad humana, no tienen nacionalidad, sino que son productos de hombres singulares o asociados (esto más frecuente en la actualidad, dados los niveles de complejidad y especialización alcanzados por la ciencia y la tecnología) que en un esforzado proceso donde se suman conocimientos, capitales, experimentación y una pizca de azar, se llegan a producir o perfeccionar herramientas que facilitan el trabajo y expanden el ocio humano.

A mí particularmente me atrae el azar, porque me resulta más divertido, juega como un niño para llevarnos por nuevos caminos que ni suponíamos como posibles. Pero científicos y matemáticos, celosos hasta el aburrimiento, se rehusaron a dejar nada fuera del cálculo: inventaron la fascinante como apocalíptica teoría del juego.

Los conocimientos son productos culturales, y es desde este punto de vista que partimos cuando hablamos de inventos. Hay individuos particulares que con su esfuerzo e inteligencia lograron cambios asombrosos en la historia de la humanidad, en muchos casos mejorando notablemente el estilo de vida: pensemos en el gran avance tecnológico que significó tanto el descubrimiento del fuego, como los inventos para producirlo; y el cambio que trajo consigo el invento o descubrimiento de la rueda(1), solo por dar un par de ejemplos significativos.

Pero lamentablemente parte de la creatividad e inteligencia humana sirvieron para destruir y poner en peligro la existencia misma: desde aquel tiempo, el planeta y nosotros en él corremos el peligro del fin no ya de la humanidad, sino de la vida misma. Una casi ignorada corriente filosófica decía que la humanidad era la tendencia suicida de la naturaleza, y el hombre no era más que un error biológico, porque como no había podido adaptarse a la supervivencia con sus propios medios naturales, se vio forzado a inventarse mil artilugios y herramientas para sobrevivir(2).

Aún en los casos de aquellos inventos que quedaron registrados como producto de un genio prodigioso, no debemos olvidar que todo individuo está condicionado en su acción por la cultura en la que se crió, en la que se desarrolló y en la que vive.

¿Por qué todos quieren apropiarse de Johnny Weissmüller? ¿Qué era? ¿Húngaro, alemán, rumano, judío o estadounidense? Desde mi punto de vista, era todo eso y seguramente algo más.

Es en este sentido que cuando hablamos de inventores húngaros (o chinos, italianos, árabes, españoles o argentinos, para el caso da igual) sospechamos maliciosamente. En las referencias que en diversos sitios de internet se hace a ellos, se usan frases que a mí me divierten mucho (incluso en textos en español, copiados al pie de la letra de textos en inglés, por supuesto):

  • Theodore von Kármán: ingeniero y matemático norteamericano de origen húngaro nacido en Budapest.
  • Theodore Von Kármán: físico e ingeniero norteamericano de origen húngaro...
  • Theodore von Karman: ingeniero y matemático norteamericano. De origen húngaro nacido en Budapest.
  • Karman Theodore von: ingeniero estadounidese, de origen húngaro.

O este otro, donde en un caso hasta se ignora el origen húngaro:

  • Gabor, Denis (1900-79) - Físico británico de origen húngaro, n. en Budapest y m. en Londres.
  • Gabor, Dennis. (Budapest, 1900-Londres, 1979) Ingeniero británico de origen húngaro.
  • Dennis Gabor *1900, †1979 (Reino Unido). Premio Nobel de Física 1971.

Desde las diferentes maneras de escribir tanto nombres como apellidos, hasta el título profesional, varía considerablemente. Internet, la gran fuente de información y de disparates.

Entonces encuentro la parte de razón que sostiene mi argumento: estos científicos (y sobre todo personas), se formaron no sólo en Hungría y sus universidades, sino también en Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña, etc. Entonces su identidad como científico, artista, deportista o la profesión que sea, incluye no solo su cultura magiar de origen, sino también las culturas y conocimientos adquiridos a lo largo de su existencia en las sociedades en las que se formó y vivió.

Los húngaros y el desarrollo espacial

Para cerrar, seamos también un poco justos, sin abandonar la sinceridad: la cultura magiar, en su suma de conocimientos, genios, universidades e instituciones científicas, con sus hombres y mujeres, aportó nuevos conocimientos y nuevos caminos a la ciencia no solo de la cultura occidental, sino de toda la humanidad. Y también como la ciencia misma, así como para la vida, también para el fin de la existencia. Eros y Tánatos juegan con frasquitos de laboratorio.

El tema de este número es sobre los húngaros y el espacio. Entonces inmediatamente surgen los nombres de Antal Bejczy, Pál Greguss, Ferenc Pávlics, Imre Gyula Izsák, Madeleine Forró Barnóthy, Dávid Schwartz, Egon Orován, Mária Telkes, Albert Fonó... como científicos que participaron, desde diferentes proyectos y especializaciones, en el desarrollo espacial. Pero si bien en varios casos de los nombres citados anteriormente, soy bastante ignorante sobre el grado de participación en proyectos estrictamente militares, sí soy consciente de los lamentables nombres de otros científicos que sí participaron en proyectos nucleares, o en el desarrollo de aviones bombarderos que harían masacres sobre poblaciones civiles y tristezas semejantes de nuestra humanidad, como son los casos de János Lajos Margittai Neumann (John von Neumann); Leo Szilárd; Edward (Ede) Teller; Victor Szebehely; Tódor von Kármán...

Más allá de las frases bonitas, esperanzadoras y futuristas en torno al espacio, el desarrollo de los proyectos espaciales estuvo desde sus inicios ligado al desarrollo armamentista, motivo por el cual la carrera espacial y la carrera armamentista frecuentemente se confundieron una en la otra. Terminó una idea del mundo bipolar y de guerra fría, para dar lugar a este en que vivimos en la actualidad, donde las armas nucleares todavía no desaparecieron, y la exploración espacial no da signos claros de ser otra cosa que la misma búsqueda ambiciosa y desesperada de recursos que está destruyendo este hermoso planeta en que vivimos.


Notas:

  1. Más que la rueda en sí, el uso que se hizo de ella: mientras en Asia Menor, Egipto o Europa se utilizó para desarrollar medios de transporte (como carros de guerra), en América las culturas precolombinas apenas le dieron importancia más allá de su uso en objetos decorativos. Algo similar al uso que de la pólvora se hizo en China, su cultura de origen, donde no fue concebida por su funcionalidad militar tal como la conocemos, pero quizás sí por los venecianos de la expedición Marco Polo que la trajo a occidente (s.XIII).


  2. "La idea de Alsberg, muy inspirada en Schopenhauer, es la siguiente: justamente porque el hombre se halla tan desarmado frente a su mundo circundante, justamente porque el hombre está mucho menos adaptado a su ambiente que los demás animales afines, no pudiendo tampoco desenvolverse más en el sentido organológico, justamente por eso, hubo de formarse en él la tendencia a anular sus órganos lo más posible en la lucha por la vida, desarrollando, en cambio, los "instrumentos" (entendiendo por tales también el idioma y los conceptos, y valorándolos como "instrumentos inmateriales"), que hacen inútil el perfeccionamiento funcional de los órganos sensoriales. (...) Para esta doctrina, el hombre no es, en primer término -como muchas especies vegetales y animales- una de tantas vías muertas, en que la vida, siguiendo una evolución determinada, encalla, provocando la muerte de la especie. No; el hombre es la vía muerta de toda la vida en general."

    SCHELER, MAX - La idea del hombre y la historia. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1998 [original alemán, 1915]
    (versión completa en español, 62 páginas, en: http://www.wattpad.com/24649)


Fuentes:
Sobre húngaros famosos, la web (en inglés):
http://www.webenetics.com/hungary/sciencemathandtech.htm

Espacios para olvidar: el espacio concentracionario

por Ricardo Izquierdo Grima

El espacio es probablemente una realidad más difícil de aprehender que la noción de territorio, que casi implica por sí misma unas coordenadas o una localización, o por decirlo de otra manera, una realidad física o geográfica. El espacio, en cambio, admite una noción del más allá, onírica e incluso virtual.

Reparemos en una u otra noción tan próximas y que mutuamente se alimentan (espacio / territorio). Lo cierto es que ambas, pero más el espacio, admiten una visión poliédrica, ya que en todo caso la referencia al Espacio parece que obliga a fijar también la coordenada Tiempo. El juego de ambos da de sí para lanzarse a muchas elucubraciones.

Un enfoque que creo puede verse del espacio es aquel en que el mismo se convierte en el claustro del horror, y no me refiero al claro y acotado caso del mundo carcelario, sino al espacio opresivo, no reducido a unos muros, sino al gueto, al barrio, a la ciudad o al país. Abundan mucho en la literatura esas narraciones opresivas y asfixiantes en que los protagonistas están atados y adscritos forzosamente a un espacio, no necesariamente carcelario, pero que funciona como un gran campo de concentración. Unas veces quieren salir y no pueden, y otras, queriendo permanecer en su solar, son expulsados de sus casas, sus ciudades y finalmente deportados de su país.

En realidad sólo pensamos en la libertad ambulatoria cuando carecemos de ella, y seguramente será la primera libertad del humano y la única del animal. Decimos "recobró la libertad", y queremos decir con ello que recobró la libertad ambulatoria, es decir, que volvió a poder ir de aquí para allá, o no ir a ningún lado.

Me viene a la memoria más de un libro húngaro muy a propósito de esta sensación del espacio como ámbito de atadura o reclusión, o de lo contrario, de expulsión de él. Algunos son claramente concentracionarios. Por ejemplo "Sin destino", de nuestro Nóbel Imre Kertész; o más aún "Guarniciones en Siberia", de Rodion Markovits, publicado en español en 1931 por la editorial Mundial; o incluso el de Ferenc Imrey, "Sangre y nieve", publicado en español por la editorial Aguilar en 1930, estos dos últimos referidos a los prisioneros de guerra húngaros de la I Guerra Mundial.

Pero la idea concentracionaria de espacio opresivo sin necesidad de un espacio edificado, vallado, campo o lager creo que se trasmite especialmente bien en "El distrito Sinistra" de Ádam Bodor (editorial Acantilado, 2003) y más aún en "Nueve maletas", de Béla Zsolt (editorial Taurus, 2003). Toda la obra representa el prólogo, o los preparativos, hacia el campo de concentración, por lo que tu ciudad y tu país, de donde vas a ser expulsado, se convierten en el vestíbulo del exterminio. Así, la obra, con magistral claridad, transmite al lector una subjetiva dualidad espacial; en la que un mismo espacio, una misma ciudad, es escenario de libertad y normalidad para unos y escenario de preparación del horror para otros, que hasta hace poco disfrutaban de esa misma y ahora opuesta percepción de libertad.

Esa dualidad o interferencia espacial produce un contraste que desasosiega todavía más al lector, mucho más que en el caso de un único escenario concentracionario para todos igual como sería el caso de "Guarniciones en Siberia" o de "Sangre y nieve". Lo terrible del gueto es que tu ciudad, tu espacio, se convierte en un espacio concentracionario. Pero en estas dos últimas obras, el espacio concentracionario está lejos, en otro país, en territorio enemigo, por lo que en este segundo tratamiento siempre cabe añorar tu país, tu ciudad, tu espacio habitual, como ámbitos y escenarios de la libertad, que aún existe y aún se puede recuperar.

¿Pero qué evocación y ensueño cabe hacer si tu espacio de siempre, por reclusión o expulsión, es el opresivo? Un repaso de la obra de Zsolt nos hará sentir esa contraposición o coexistencia en un mismo espacio. Espacio del que sufre la persecución, del que la promueve, del que la consiente y del que la observa horrorizado. El relato del húngaro Béla Zsolt no pretende ser un cuadro de horrores y de masacre, la historia que narra, y en la que se evidencia el carácter autobiográfico, es la historia de su país en aquellos años, y es la historia de su autor en ese contexto. La excusa o pretexto de la narración es el genocidio, que viene compuesta de relatos, que por su peso y extensión dejan de ser anecdóticos para formar parte importante de la historia.

La obra, siendo literatura del holocausto, es más que eso. No desaparece en ningún momento la tensión dramática que el lector siente ante la partida hacia el campo de exterminio, que se espera de un momento a otro. La deportación expectante se mantiene toda la obra, ya que no se realiza de una sola vez, sino en 4 ó 5 veces, hasta completar todos los judíos de Nagyvarad. La historia parte ya del internamiento en el gueto a la espera de la deportación; y son las vicisitudes diarias las que el autor va narrando, así como hechos anteriores que nuestro protagonista va contando a otro interno, antecedentes de lo que está pasando, y que se refieren en gran parte a su etapa de trabajador forzado en Ucrania, en esa misma guerra.

Como en muchos relatos autobiográficos el narrador no repara en todos los eslabones del iter narrativo que al lector le asaltan. Pudiera pensarse que la obra está inacabada. De hecho el autor enfermó antes de la publicación completa de las entregas y ya nunca se recuperó. La obra sufrió así un brusco final.

No sabemos pues si Zsolt hubiese continuado la narración, lo más probable es que sí, sea como fuere, en lo escrito y publicado se advierte enseguida la ausencia de explicaciones esenciales, omitidas adrede por el autor. A saber: el episodio por el que de nuevo fueron apresados él y su mujer tras escapar del gueto y huir a Budapest, y las circunstancias de como después de ser finalmente deportados, no lo son a un campo de exterminio y son evacuados por los propios miembros de las SS a Suiza. ¿Se debió al pago de rescate? No sabemos si a esto o a su condición de intelectual.

La suerte que padecieron algunas comunidades judías durante el holocausto tuvo mayor carga de dramatismo y de pérdida de identidad y desarraigo en aquellas poblaciones, cuyos gobiernos fueron aliados de la Alemania hitleriana. Al dolor de la persecución habían de sumar el de ver que su propio país-espacio no era un mero territorio ocupado y sometido, sino que participaba como aliado de esa política de exterminio, minados de partidos políticos que compartían el ideario genocida.

Es la perdida de identidad con el propio país-espacio, en la que el perseguido, exhausto de tanta persecución, y desolado por la masacre de bebés y ancianas judías exclama: "¿Cómo puedo yo creer todavía en este país.?", término éste que no tiene poca enjundia pues no se reduce solo a un gobierno, se refiere más a todo un pueblo, a una nación; a un espacio más que a un gobierno de turno, como si los perseguidores fuesen todo el país, encabezados por el gobierno, y el país-espacio fuese cómplice del holocausto.

Pero es también el perseguidor, o su cómplice, el que niega su pertenencia al pueblo-espacio, como se ve en ese pasaje en que se encuentra con un conocido, cruz flechada, y éste habla al protagonista diciendo "...nosotros los húngaros..." Esa identidad de la víctima tiene claramente una vertiente espacial-territorial de afección a un suelo, "quiero irme a casa", le dice la esposa cuando estando en Francia estalla la guerra, "..yo soy una dama de la burguesía y mis padres y mi hija están allí." Es un atavismo de reagrupamiento en el espacio familiar que de nuevo se ve más adelante cuando nuestro narrador puede aún huir de casa para ponerse a salvo, pero suelta a su familia un "no me voy", "no te imaginarás que voy a abandonaros a todos justamente ahora".

Permanencia en la unión, que el propio autor consideraba peligrosa, sabiendo que más de una familia había caído así al completo. Permanecía junto a ella no por amor sino por el principio de no abandonarla en situación de peligro y "de estar juntos en medio de la tragedia que nos esperaba".

Y más dramático aún resulta la desesperación en la que cae la esposa cuando habiendo eludido ella la deportación, pero no la de su hija y de sus padres, exigía que la metiesen en un " tren y la llevasen con su familia".El Estado les ha traicionado, "es como si mi madre me hubiese echado veneno", "pero seguía siendo incapaz de cambiar mi patria por otra".

El autor tiene un alcance particular en la extensión de la identidad con otras víctimas, y para él son "miembros de mi tribu" los que viajan conmigo, los que se encuentran conmigo en una misma situación y los que comparten mi destino.

Víctimas y verdugos, genocidas y masacrados; no son los únicos personajes del drama, hay más, esa masa gris, egoísta y envidiosa que aplaude o calla ante el desfile de los deportados, las variables damas de la ciudad que envidiaban a las judías.

Luego están los que, sin ser masacrados, abominan la masacre pero no son objeto de la misma. Alzan la voz sin éxito y son acallados; o con gestos de solidaridad levantan el ánimo de los internos del gueto; como ese personaje que lanza pequeñas ofrendas a su interior; o de ese otro que discute con el indeseable herrero, uniformado todo el día de cruz flechada, y que en su puesto frente al gueto vigila que nadie se acerque, respondiendo que a él nadie le da lecciones de patriotismo o cristianismo.

Y por supuesto, los médicos del gueto, cómplices de la simulación de la enfermedad de nuestros protagonistas para conseguir aplazar la deportación y finalmente escapar. En este cuarto grupo de personajes está el funcionario leal a su trabajo, que si bien parece solidario con los perseguidos, lo es ante todo con la legalidad que representa y que quiere hacer cumplir. Es ese funcionario del Registro Civil empeñado en registrar los fallecimientos del gueto, que recurre al alcalde para salvar una función, sin darse cuenta que ya la barbarie la ha destruido.

La persecución lleva a una progresiva pérdida de los rasgos de identidad espacial de las víctimas, "...no teníamos patria, no teníamos ni casa, ni dirección postal, no teníamos ninguna pertenencia en absoluto. Nosotros ya no tenemos ni nombre, moriremos con nombres prestados."

Un aspecto de deshumanización de la víctima en su esfera más espacial se ve, cuando el perseguido, al que en un gesto de piedad el guardián le anima a huir tras realizar el enterramiento de cadáveres, escapa pero vuelve sobre sus pasos y regresa a la columna de prisioneros para volver al gueto. Los episodios de arrepentimiento de una libertad esbozada el autor los relata también al referirse al tiempo de trabajador forzado en Ucrania y que en acertadísima metáfora describe: "El perro, cuando su dueño le pega, se escapa de su casa, pero aunque llegue al bosque, no se queda allí por más que sus antepasados fueran los lobos. El perro vuelve a su casa, con la esperanza de que no le vayan a pegar demasiado, de que lo vuelvan a atar a su cadena y de que le den un hueso para roer".

El proceso de deshumanización de las víctimas tiene un leve punto de inflexión en el malestar de la población restante, que empieza a horrorizarse ante el comienzo de las deportaciones. A esa población no judía les bastaba con ver expulsar a los judíos de sus casas, de sus trabajos y de la vida pública, pero la deportación, de donde seguramente no volverían, era demasiado.

¿Arrepentimiento o miedo a tener que rendir cuentas? Parece que las dos cosas, ya que las deportaciones que se comentan datan de mediados de 1944, fecha en la que ya en Hungría se veía perdida la guerra y una cercana invasión aliada, fundamentalmente rusa.

Oda a la hiperactividad

por Sebastián Santos

Hay todo un tinglado de elementos que automáticamente relacionan e identifican a su portador con la modernidad. El fenómeno de la globalización es el que va marcando los parámetros de ese variable aunque progresivo concepto. De ahí que, repartidos por el globo, uno puede encontrarse con reductos más o menos grandes de modernidad. Se trata básicamente de una cuestión estética, que valora el envoltorio sobre el contenido.

En Budapest ese lugar intercambiable de la aldea global se llama, entre otros, Millenáris Park. Un recinto abierto e impecable, verde y radiante; oculto más allá del ruido de los tranvías y detrás de un gran centro comercial. Si en el resto de buena parte de los espacios verdes de Budapest es hasta desagradable sentarse a contemplarla por el olor a meado y por las bandas de indigentes que los inundan; aquí en este borde de Buda, da gusto. Con los primeros rayos de sol los parques, que pululan entre los edificios del complejo cultural, se llenan de adolescentes despatarrados charlando despreocupados, bebiendo o fumando. Son todos regimiento de la modernidad y van disfrazados como cualquier otro burgués capitalista con el diseño y los colores de moda. A la noche también es parada obligada para más de un joven de familia bien y presupuesto restringido y no es raro ver como avanzan en cuadrillas hacia el parque del milenio cargados de cervezas.

Es como una maqueta de los Sims en vivo y en directo. A todo color.

La estética de lo moderno se apuntala en cuatro pilares básicos: un tipo de música, algunas películas claves, unos específicos temas de conversación, y una concreta concepción del futuro, de la que la investigación espacial es pieza clave. Y no es casualidad, ni tampoco se trata de un universal, aquello de la innata curiosidad por el cielo y más allá. Me atrevo a decir que el consenso global en apoyo de las iniciativas espaciales esconde la imperiosa necesidad del Capitalismo de desviar las ganancias que no puede reinvertir en un sistema saturado. Indudablemente La Guerra de las Galaxias es una opción mucho más progresista que las simples, absurdas y mortíferas guerras, que al fin y al cabo cumplen la misma función sistémica de recrear el juego, pero haciendo un “reset”.

Por supuesto Hungría no es diferente, y al llegar al parque, lo primero que uno se encuentra son unos carteles gigantes que dicen “Saturno”. Pasado el Señor de los Anillos, por conservar el hilo de las películas famosas, y siguiendo un recorrido que lleva en zig-zag, entre edificios y pequeños lagos artificiales, se llega a la Casa del Futuro. Fiel a la concepción globalizada del universo como destino final de la plusvalía, lo primero que aparece ante los ojos del visitante es una exquisita réplica del Mars Pathfinder.

Lamentablemente durante los últimos meses no hubo exposiciones relevantes en la Jövő Háza. Recién ahora, en abril, se espera un nuevo ciclo que, por supuesto, una vez más, tendrá como protagonista el espacio.

No demás está decir que la información que aparece en la página web de la Casa del Futuro no se corresponde con la realidad, al menos en lo que respecta al apartado “universo”. Las dos exposiciones ubicadas en el exterior (viaje planetario y examen espacial) están literalmente inoperantes y la de la segunda planta, aquella de la Expedición a Marte, me parece que desde septiembre ya no está.

De cualquier modo, cuando tuve oportunidad de ver el centro en todo su esplendor, meses atrás, (ahora ha perdido algo de aquel glamour, es verdad) me sorprendí y disfruté, y asimismo los niños que me acompañaron. En la misma línea del discurso anterior, el de la homogeneidad modernosa, se trató de un recreo terroríficamente igual al que podríamos encontrar en el Museo de la Ciencia de Barcelona, ahora Cosmocaixa, en la Villette de París, en el Papalote de México DF o en el Museo Participativo de las Ciencias de Buenos Aires; por mencionar algunos del estilo por los que también me he paseado.

Recuerdo la experiencia ciertamente impactante porque me había acostumbrado a una Budapest algo más gris. Ahora, que por razones de trabajo pateo mucho más el área de Buda y además he perdido aquella curiosidad morbosa por lo “auténtico”, ya no me resulta tan “cuco”.

El paseo por los intestinos del museo se organiza alrededor del paradigma conocimiento-oscuridad, porque todo lo cubre una densa y oscura cortina de colores. No hay luz natural, y después de algún tiempo de deambular por ahí intentando probarlo todo, se agradece el mundo exterior como el agua de mayo.

La clave del museo es la sorpresa y funciona muy bien en las generaciones modernas porque festeja la hiperactividad. No hay profundidad, ni ésta se exige en ninguna de las actividades. El único ejercicio de perseverancia puede ser, si no es el docente quien ocupe caritativamente ese espacio, hacer la cola para alguna actividad “hit” donde haya que esperar.

Se trata de un espacio grande lleno de actividades, que por novedosas es de obligación probar. Pese a que en cada una de ellas hay un elegante cartel con las instrucciones, las causas y los posibles efectos secundarios, prácticamente nadie los lee y se puede ver, en cámara rápida, a varias decenas de niñas y niños corriendo cardíacos de una máquina a otra.

Con cierta organización se puede arrastrar el rebaño hasta alguna actividad cerrada, como por ejemplo los pases en el salón de actos o el entonces viaje a Marte. Pero son juegos en que los niños caen por sorpresa, seducidos por la novedad. Si supiesen lo aburrido que son, ni siquiera entrarían.

Todo esto pasa bajo una luz mortecina que termina por aturdirlos; y para rematar siempre hay alguna pantalla de ordenador a mano donde pueden "descansar" la vista hasta que se les revienten las pupilas. Es una extraña terapia contra la hiperactividad y los nuevos vicios modernos. O al revés: se trata de una gran ovación al estrés electrónico y lo noctámbulo.

El negocio de las galaxias

por Kléber Mantilla

Hace 9 años, en Chile, se realizó una conferencia titulada “Cómo será la investigación científica en el siglo XXI” y entre los temas más destacados se anunció la manipulación biotecnológica.

El científico Edward David, en ese entonces asesor científicos de la presidencia de Estados Unidos, dijo que en unos 10 años será posible el reemplazo de extremidades humanas por brazos o piernas inteligentes y habló sobre las posibilidades de la clonación y la introducción de las neurociencias. En la misma mesa, David Sabatini, un biólogo celular argentino, planteó la idea de la resolución nuclear magnética que permitiría identificar qué núcleos del sistema nervioso están activados cuando se hace alguna función o se provoca un pensamiento.

No obstante, el que más sorprendió fue un matemático de origen húngaro de nacionalidad estadounidense, quién dijo que la computadora será el leguaje natural de las personas. En realidad se trataba de un especialista en informática perteneciente a la ya famosa Microsoft, de nombre Charles Simonyi, y que había sido socio desde 1981 del hombre más rico del planeta, Bill Gates, pero que luego de 33 años creó su propia empresa y prefirió cuidar las patentes de sus inventos.

Mientras constaba en la lista Forbes con una fortuna de mil millones de dólares, ya en el ámbito científico lo reconocían por ser el creador de los programas informáticos Word y Excel. En 2002 creó su compañía, Intentional Software.

Simonyi, junto a Tomas Hexner -otro empresario científico-, quien habló entonces sobre técnicas genéticas para determinar el cáncer en las personas con 5 años de anterioridad a su aparecimiento, lanzaron juntos la idea de la telemedicina, o sea las cirugías sin médicos.

La conferencia terminó en la Isla de Pascua frente a las estatuas Moais. La búsqueda entre los ancestros polinesios, las huellas de la Atlántida o las líneas de Nazca del Perú, o a lo mejor el calendario Azteca o la ubicación de las gradas de Machu Pichu... en fin, algo volcó la aplicación de la ciencia con los ojos puestos en la astronomía y el cosmos. Fuera del planeta.

Una década después, Charles Simonyi deja de ser el profeta para enrolarse como astronauta. Nació en 1948, en Budapest, su padre era un profesor de ingeniería eléctrica y creció en la Hungría comunista sovietizada. Así conoció las computadoras rusas, hasta cuando viajó, en 1968, a EEUU a estudiar en la Universidad de Berkeley y Stanford.

Ahora, las más importantes cadenas de noticias mostraron como el 7 de abril de 2007, el multimillonario partió desde la base espacial de Baikonur, en Kazajstán, hacia la Estación Espacial Internacional (ISS) a bordo de la nave rusa Soyuz, por lo que pagó, por un viaje de 10 días, 26 millones de euros.

El quinto turista cósmico puesto en órbita, “tal vez el primer profesor chiflado en viajar más allá de la estratósfera”, según sus palabras. Simonyi, piloto de aviones y helicópteros, será el segundo astronauta húngaro, pues su compatriota Bertalan Farkas permaneció 7 días en órbita. Había despegado el 26 de mayo de 1980 a bordo de la nave Soyuz 36, del cosmódromo de Baikonur, junto al cosmonauta soviético Valeri Kubasov.

Y si Farkas, - Lobo en español- fue el Gagarin de Hungría, pues tuvo el título de Héroe de la Unión Soviética; el otro, Simonyi, es el informático del espacio, afición que descubrió cuando, a los 13 años, conoció a Pavel Popovich, el cuarto cosmonauta de la historia.

Después de Dennis Tito (2001), Mark Shuttleworth (2002), Gregori Olsen (2005) y la estadounidense de origen iraní Anousheh Ansari (2006), Simonyi subió como turista a la ISS para realizar varios experimentos biomédicos, los efectos de la radiación y la ingravidez en el organismo. Además explicará desde un blog de internet a la tierra usando una video cámara.

Este viaje, que se muestra como “turístico espacial”, se conecta con el proyecto Julio Verne a cargo de la Agencia Espacial Europea para lanzar cinco Vehículos de Transferencia Automatizados (ATV). Este programa trata sobre operaciones de vuelo, interfaces con la Estación Internacional Espacial (ISS) y prepara el transporte de otro cohete Ariane 5, que será lanzado desde la Guayana Francesa. Por ejemplo, probar la versión final del software para levantar la altitud de las 220 toneladas que pesa la ISS, más 400 de equipos.

Según la Agencia Espacial Europea, el ATV, es el proyecto de nave espacial más ambicioso desarrollado por Europa y por las exigencias de seguridad de la nave, la campaña de lanzamiento en la Guayana Francesa se extenderá casi cuatro meses antes del despegue.

Varios estudiantes universitarios europeos concursaron para realizar experimentos a bordo de la Estación Espacial Internacional. De 80 solicitudes recibidas, el premio fue para una investigación sobre la radiación cósmica propuesta por un estudiante noruego.

Muchos astronautas cuentan que perciben sensaciones visuales inesperadas durante las misiones espaciales, los conocidos como “destellos ligeros de luz”, causados por la radiación cósmica. Estos se registrarán para identificar la actividad eléctrica en la retina o en el cerebro del astronauta a través de un electroretinógrafo, con hardware usado en hospitales.

No obstante, Space Adventures evita usar el término “turismo espacial”. Esta firma estadounidense tiene un contrato con la Agencia Espacial Rusa desde hace siete años para vender asientos a bordo de las naves Soyuz que llevan personal y abastecen a la Estación Espacial Internacional. Parte del dinero pagado por los clientes se invierte en el programa espacial ruso.

Eric Anderson, líder del negocio, dice que la oferta es poder viajar a 160 kilómetros de altitud, considerando que los jets comerciales no pasan de los 10. El costo de ir al espacio es una cuestión de mercado: depende de la demanda. “La meta de Space Adventures es abrir la frontera espacial a todos los ciudadanos con una serie de misiones exitosas, financiadas con fondos privados. Mediante el desarrollo de puertos globales en los Emiratos Árabes y en Singapur. Vamos a proveer más oportunidades de vuelos orbitales y suborbitales a más gente en todo el mundo. Hasta ahora hemos despegado solamente de Baikonur (Kazajstán)”.

Asegura que enviarán dos ciudadanos a la Luna en el 2011. La misión al lado oscuro, llamada DSE-Alfa, incluye una parada de varios días en la Estación Espacial Internacional antes de disfrutar de un primer plano de la Luna y cuesta 100 millones de dólares. Ellos tendrán la oportunidad de experimentar la falta de gravedad, ver la Tierra desde una distancia de 400 mil kilómetros y seguir las huellas de Neil Armstrong y 'Buzz' Aldrin.

Por ahora dice que existen 200 reservas para vuelos suborbitales. “Seremos los primeros en comercializar los vuelos suborbitales a 100 kilómetros de altura, donde comienza el espacio; inicialmente costarán 102.000 dólares”. Los interesados podrán pasar hasta una hora y media fuera de la estación espacial, y entre 6 y 8 días adicionales en la estación.

Las más de 900 horas de instrucción y las pruebas físicas tienen lugar en el Centro de Entrenamiento de Cosmonautas Yuri Gagarin, cerca de Moscú, conocido como la Ciudad de las Estrellas.

De Hungría al espacio

por Álvaro González

El pasado 7 de abril, el ingeniero multimillonario de origen húngaro, Charles Simonyi, se convirtió en el quinto turista espacial de la historia, marcando otro hito indeleble en los anales del país magyar.

Charles Simonyi de 58 años, y quien dejara Hungría a los 17 para realizar sus estudios de ingeniería informática en Estados Unidos, ya puede jactarse de ser el segundo húngaro en viajar al espacio y de convertirse en el quinto turista de la historia en hacerlo. Esto, luego que el sábado 7 de abril despegara desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajistán, Asia Central) a bordo de la nave rusa Soyuz, con rumbo a la Estación Espacial Internacional (EEI). "Está claro que el doctor Simonyi ha tenido mucho más éxito en la Tierra que nosotros en el Espacio", señaló días antes del despegue el presidente de la empresa Space Adventures, compañía responsable del vuelo que durará 12 días.

Por su parte, y aunque ayudará a la tripulación con experimentos científicos, el húngaro Simonyi ha asegurado que pasará la mayor parte del tiempo simplemente mirando por la ventana, observando el espacio y tomando fotos. No cree que su experiencia como ingeniero informático y piloto pueda ser útil en la estación espacial. Sin embargo ha expresado su voluntad de colaboración a la tripulación: "Soy parte del equipo y haré lo que el comandante me diga que haga", ha declarado.

En tanto, cabe señalar que la travesía de Simonyi, quien viaja acompañado por los cosmonautas rusos Fiódor Yurchijin y Oleg Kótov, no ha sido tan "viaje de placer" como muchos se pueden imaginar. A parte de tener que aprender muy bien ruso, Simonyi tuvo que comprender a la perfección el funcionamiento de los sistemas de las naves y de la EEI antes de emprender su vuelo.

Como dato curioso, lleva en su maleta una cinta de papel en las que se escribían (perforaban) los programas para los antiguos ordenadores fabricados en la década de 1960. "Llevo libros, apuntes y, como amuleto, un fragmento de cinta de papel para los ordenadores Ural-2 (soviéticos) en los que aprendí programación en 1964", subrayó el millonario.

Agotados los cupos

Si usted quiere ser el próximo en subirse a una nave espacial para orbitar la tierra, tenga presente los siguientes datos no muy alentadores.

Todos los cupos para los viajes turísticos a la Estación Espacial Internacional están copados hasta por lo menos dos años más. "Tenemos una lista de espera para aquellos que desean volar a la EEI. Hasta el 2009, todas las plazas están reservadas”, afirmó el jefe de la agencia espacial rusa, Anatoli Perminov al diario Trud.

Por su parte, y a la hora de hablar de costos, las cifras no son más auspiciosas, puesto que según fuentes rusas no oficiales, Simonyi habría desembolsado al menos 21,6 millones de dólares por viajar a la EEI en el llamado "turismo espacial". Sin embargo, otros medios de comunicación han asignado un valor de hasta 30 millones de la moneda norteamericana a los viajes orbitales para personas que no son cosmonautas profesionales.

¡Al infinito y más allá!

Al enorme ejemplo que entrega Simonyi en el plano profesional, con su viaje al espacio el genio informático entrega también un importante aliciente a las nuevas generaciones, puesto que está cumpliendo uno de los mayores sueños de juventud, surgidos a raíz del Sputnik, el primer satélite enviado por el hombre. Asi que ya lo saben todos aquellos que creen en quimeras imposibles. Los más descabellados deseos de adolescencia se puede cumplir en esta vida.

Para que tengas en cuenta, la estadounidense de origen iraní Anusheh Ansari se convirtió en septiembre del año pasado en la primer mujer turista en el espacio. Fue precedida por el estadounidense Dennis Tito, en 2001, el sudafricano Mark Shuttlework, en 2002, y el estadounidense Greg Olsen, en 2005.

¿Quién es Charles Simonyi?

De origen húngaro (a los 17 años dejó su tierra natal para estudiar informática en USA) y con 58 años, Charles Simonyi es uno de los millonarios más reconocidos en el mundo de la informática y uno de los fundadores de la empresa Microsoft, donde fue actor principal en el desarrollo de dos de los programas más conocidos de esta gigante de la computación, Word y Excel.

Aunque en la actualidad ya no trabaja para Microsoft, su gran labor a lo largo de varios años como responsable de la dirección de software, además de su popular "notación húngara" (metodología de escritura de código), creada a principios de los 90, lo han elevado a un sitial de honor dentro del ambiente de los ordenadores.

En la década de los 70 trabajó en Xerox Palo Alto Research Center donde desarrolló el primer editor de textos WYSIWYG (Bravo). A partir de ahí, sus reconocimientos alcanzan, incluso, un sillón de honor en el Instituto de Estudios Avanzados de Física Teórica en Princeton, donde pasaron genios como Einstein, Murray Gell-Mann o Richard Feynma. No por nada el mismísimo Bill Gates lo ha catalogado el más grande programador de todos los tiempos, pues sus desarrollos son utilizados por millones de personas en todo el mundo.

Actualmente, Simonyi es director de la empresa International Software, fundada por él mismo en el 2002 y donde se dedica a desarrollar herramientas que hagan sencilla la tarea de programación, utilizando imágenes, mapas y texto. Le ayuda su amigo Gregor Kiczales, otro ilustre profesor, creador de la programación de aspecto orientado. Como curiosidad, cada vez que uses los programadores de Windows estarás trabajando con la notación húngara creada por Simonyi.