Los húngaros en el espacio o el espacio de los húngaros
La insistente cuestión del origen y la prevalecencia o no de lo húngaro en el sistema de identidad de los emigrantes vuelve a salir al patio cuando unos de estos “grandes” sale a la palestra y estalla en fama.
Hoy es el turno de Simonyi. Lleva unos 30 años viviendo en Estados Unidos y ahora mismo es Dios, mirándonos a todos desde el cielo.
La cuestión nacional es un dilema netamente local porque la prensa internacional lo tiene bien claro y deja para las letras pequeñas aquello del origen. Charles Simonyi es, ante todo, millonario.
La disyuntiva local-internacional, en lo que se refiere al espacio, se resuelve en húngaro de manera mucho más hábil que en la lengua de Mafalda y Mortadelo. Aquí, para nuestro global y amorfo “espacio” tienen, al menos, dos términos. Uno es “űr”, que a su vez implica el espacio sideral y el vacío; y el otro “tér”, que se refiere al espacio cuantificado, a los centímetros que ocupa un cuerpo o los metros cuadrados en los que se desparrama o podría desparramarse la lechita de la mañana. “Tér” también significa plaza, una acepción campera para hablar de espacio.
Por eso, para los hispanohablantes, el origen, el espacio, la posición social y cuantas cosas más se mezclan y levantamos la mano incómodos señalando que “eso” no es tan así. Los húngaros no se calientan tienen El sideral y tienen La placita. Simonyi es húngaro, no hay tu tía.
Y no solo “eso”, aquí estamos todos listos para que nos vengan a buscar. No solo despuntamos en modernidad sino también la mostramos a diestro y siniestro. Las hermosas mujeres húngaras son las encargadas, las responsables sociales de semejante tarea de concienciación. Y si han decidido cambiar las botas de cuero, que cubrieron, hasta casi alcanzar la rodilla, los pantalones durante el corto y escuchumizado invierno; e incluso se manifiestan ahora, abiertamente, contra ese soplo primaveral que algunos llaman “bermudas en medias de lana”, no es solo capricho de la moda. Estamos listos, como en “Cocoon” para que bajen el platillo y nos suban a todos. Hemos vuelto, sin dudarlo, al plástico brillante y espacial de los ‘70, al casquito aerodinámico, a las planchas de metal enroscadas a la altura de las tetas hasta apenas cubrir la entrepierna y a las gafas de sol tipo mosca, que no nos dejan ver nada, pero nos la suda. Tan contentas. Tan contentos.
miércoles, abril 11, 2007
¡Que nos vengan a buscar! Grito y escalera al cielo
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1 comentario:
Prueba
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