por Sebastián Santos
Hay un ingenioso y divertido libro de cuentos de Italo Calvino que se llama algo así como “Historias de amores imposibles”. En una, dos viejos amantes se encuentran después de mucho tiempo y claro, no funciona. En esta caso la complicación no es simplemente el drástico testimonio de “ya no somos los mismos”, sino literalmente el de “ahora somos otros”. Calvino, magistral, rápido y punzante, te arranca una sonrisa y te dibuja en el aire un encuentro de a cuatro. Los dos de ahora y los dos de antes.Lo mismo me pasa ahora, en el mundillo leguleyo húngaro, intentando entender cómo funciona la llamada “Fundación”. En principio se trata de una de las modalidades jurídicas que existen en Hungría para llevar a cabo empresas sin fines de lucro y en beneficio de la comunidad. Básicamente eso quiere decir que no hay reparto de beneficios, y si se desarrolla alguna actividad lucrativa, cosa que la ley contempla, nunca puede ser la primera actividad de la Fundación, y siempre y cuando el objetivo principal esté cumplido o se vaya cumpliendo debidamente. Al menos eso es lo que indica la ley. La realidad es mucho más cruda, y terminan convirtiéndose en simples empresas que explotan a su personal y buscan enriquecerse aprovechando los beneficios impositivos y las subvenciones varias que, en su condición de fundación, pueden recibir.
La “alapítvány” es una opción de sociedad de lo más común en Hungría. Al menos así lo constata mi propia experiencia laboral entre los Cárpatos. Siempre he trabajado para fundaciones. De las primeras experiencias a la actual ha corrido mucha tinta y ahora, que intento entender el significado del argot general me vienen como flashes a la mente las viejas discusiones y problemas. Son los mismos que ahora presiento en la lectura de las leyes, pero al mismo tiempo son otros, lejanos, y que incomodan. Tal vez por la certeza que da la experiencia de que todo puede fallar e irse a tomar por saco, otra vez.
Mi introducción fáctica a este argot jurídico se dio en el verano 2005-2006 cuando al regresar de vacaciones, días antes de empezar las clases, me encontré la escuela dada vuelta. Había habido un golpe, habían retirado la autorización de firma del banco de la directora de la escuela y de una de las miembros de la Junta directiva (el kuratórium). En esta situación, no había dinero para pagar nada, ni sueldos, ni impuestos, ni gastos de mantenimiento de la escuela.
Durante el verano, habían cambiado los miembros y la Dirección de la Junta Directiva, reestructurado el funcionamiento de la Fundación e iniciado trámites legales para encarcelar a la Directora de la Escuela por malversación de fondos. Para el personal laboral la situación era entre histérica, por la implicación personal en el tema e inquietante para la economía personal.
Haciendo un poco de historia, y ahora con los elementos legales en la mano, puedo entender un poco mejor el laberinto legal del momento. Constituir una fundación no es difícil, aunque sí aleatorio, según marca la experiencia general. En principio hay que buscar un objetivo de carácter social de entre una lista de 22 temas, por ejemplo educación o relaciones intraeuropeas; luego hay que explicar la futura forma de financiación; indicar un domicilio legal, para el que normalmente piden la autorización del propietario; y hacer un montón de papeles, para los cuales no es imprescindible, aunque sí recomendable, un abogado, que puede llegar a costar en la actualidad unos 50 mil forintos. También va bien un cierto capital en el banco, el vox populi habla de unos 100 mil forintos, que se pueden retirar inmediatamente después de presentar la solicitud. El tramiterío no es nada especial, lo que sí dicen es que la ley es ambigua y que depende del juzgado donde se presente puede ser aceptado o no. Digamos que es cuestión de probar en uno y otro hasta que salga. A este respecto es interesante un artículo del número 12 del Magyar Narancs de marzo de 2006, titulado “Másként gondolkodók - Civil szervezetek bírósági bejegyzése”, donde explican las diferentes y arbitrarias sentencias recibidas ante las casi idénticas solicitudes de asociaciones y fundaciones en distintos juzgados de Hungría.
En la Fundación, el personaje clave es el fundador (alapító). Es quien inicia el proceso, redacta el estatuto (okirat), elige la Junta Directiva, determina quienes son las dos personas con autorización legal para retirar fondos de la cuenta bancaria, y además elige a los representantes frente al mundo exterior. Una vez hecho esto, puede desaparecer si así lo desea, de la escena, sin responsabilidad alguna. Pero se guarda en la manga la posibilidad de regresar cuando le apetezca y cambiar la Junta y el Estatuto, con todas sus implicaciones. Es Dios.
El tema es el siguiente. Son iniciativas que se cristalizan por la facilidad administrativa y las ganas del momento. A medida que el proyecto se va capitalizando el personal saca los dientes largos y ya no hay más tu tía, se acabó el amor y los proyectos cándidos. En mi caso concreto, la escuela fue iniciativa de un matrimonio. Él figuró como fundador y ella se ocupó de la escuela como Directora. Pasados unos 14 años la escuela contaba con un bonito edificio en un barrio residencial del distrito XVI de Budapest, con la vieja y romántica pareja separada hace tiempo, y con la industria del negocio inmobiliario descocada por todas partes.
La jugada no fue complicada. Se constituyó un nuevo Kuratórium en Szeged, con personas totalmente ajenas a la escuela y desde allí iniciaron la ofensiva, sin jamás aparecer por el distrito XVI. Fueron meses de cartas, faxes, denuncias a la policía, citas en el juzgado, contables, auditores y abogados. La nueva dirección buscaba destruir económica y moralmente a la escuela para terminar apropiándose del inmueble. Una película de horror para quien quiere limitarse a enseñar y a disfrutar de los encantos de Hungría y de sus niños. Lo triste es que era una opción legalmente plausible.
Otro detalle importante, para explicar el revuelo, es que si bien el Fundador, los miembros de la Junta Directiva y los directores de la Fundación no responden con su patrimonio frente a deudas de la empresa frente a terceros o al Estado; sí lo hacen de manera interna, con lo cual los miembros de la propia Fundación sí pueden sacarse los ojos a “piacere”, respondiendo con su capital personal.
Desde la escuela pusimos todos el hombro, al menos un tiempo, hasta que la situación terminó desbordándonos y empezaron los problemas internos. Los padres apoyaron la escuela en casi su totalidad, aunque es verdad que algunos también retiraron a sus hijos ante tal situación de inestabilidad. Se creó un fondo común con el que se fue financiando la escuela hasta que se logró, por vía judicial, recuperar algunos de los fondos de la cuenta bancaria.
En cierto momento se propuso constituir una nueva fundación, pero uno de los mayores inconvenientes era la falta de subvenciones. La Fundación tiene una serie de beneficios fiscales, pero además, en el caso de las escuelas, entre otras posibles ayudas, recibe una cierta cantidad de dinero por niño escolarizado. El problema es que todo esto puede ser solicitado recién a partir de los 3 años de funcionamiento, realizando la correspondiente solicitud declarándose entidad con fines públicos (kozhasznú). Y ya no se podía apretar más a los padres.
Esta experiencia también demostró uno de los grandes miedos, que he ido recogiendo últimamente ante la pregunta: ¿Fundación o Asociación? Es el tema del control estatal. En contra de esta pavura general, la escuela en cuestión funcionó, durante muchos años, al margen de la estricta legalidad. Digamos que en un constante “¡Viva la Pepa!”, con contratos y dinero en negro, y probablemente más de una irregularidad fiscal. Pero al margen de las contemplaciones al Estado, hubo un tiempo en el que el ambiente de trabajo era “divino” cargado de ganas y posibilidades de innovación pedagógica.
El problema fue que cuando llegaron las inspecciones. Tembló todo. Hasta ese momento nunca había pasado nada. El Estado, en todos esos años, apenas había metido la nariz y si en esos días se recordó alguna otra inspección general fue, justamente hacía un par de años, y también motivada por el ex marido de la Directora. Cabe aclarar que esta vez tampoco lo consiguieron y la escuela ha sacado pecho y sigue funcionando.
En términos legales, fuera de las declaraciones de rutina, las fundaciones no declaradas con fines sociales, o sea, en la práctica, aquellas con menos de 3 años de antigüedad, y con ingresos brutos menores a 5 millones de forintos anuales, no llaman la atención del Fisco. Pasados los 5 millones y/o habiéndose constituido como közhasznú aumenta sensiblemente el papeleo de control y las inspecciones in situ. Teóricamente.
El caso de esta escuela fue realmente una pena, porque con tanta movida se terminó quebrando el encanto, el duende. Ahora, mi experiencia profesional me ha traído a otra escuela, también una fundación. Y aunque el volumen de la actividad y las relaciones son incomparables, y por tanto mi visión del funcionamiento interno de la empresa, que se teje en una enredadera internacional, es ridículo, puedo colaborar al conocimiento popular, otro poquito, con dos datos, con solo echar una mirada a mi nómina.
Y es en relación al tema que indiqué al comienzo, el del uso del modelo “Fundación” para reducir costes. Mi salario por ejemplo, sin llegar a cobrar en negro, camufla, por algún ardid jurídico-contable, una buena cantidad libre de impuestos y cotizaciones a la Seguridad Social, proveniente de Estados Unidos y girada directamente a mi cuenta. Por otra parte, recibo del Estado un plus mensual en tanto maestro, por cobrar, de manera oficial, menos de cierta cantidad de dinero. De esta manera la escuela, beneficiándose de un subsidio a docentes y de algunas exenciones impositivas, puede ofrecer mejores salarios a sus trabajadores. Vuelvo a repetir, t-e-ó-r-i-c-a-m-e-n-t-e.
2 comentarios:
Creo que te refieres al libro de relatos "Gli amori difficili", Italo Calvino (1970) [Los amores difíciles].
Y a propósito de literatura, lo tuyo se asemeja siniestramente a las peripecias del señor K en "El castillo" de Franz Kafka.
Preguntas: ¿es acaso diferente la escencia de las "fundaciones" en la Europa comunitaria? ¿y en España?
Perdón, me autocorrijo: "esencia" en español se escribe de esta manera.
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