por Sebastián Santos-Petroff
El tema de la movilidad laboral me toca desde el primer acorde. Llevo algo así como año y medio viviendo en Budapest como ciudadano español y todavía no he logrado entender el tema “papeles” en Hungría. Desde siempre he tenido claro que las claves de la Unión Europea no están en crear un sistema de igualdades sino en regular un sistema de desigualdades, potenciando algunas ya existentes o bien creando nuevas o incorporando las que se van gestando en el berenjenal.
De cualquier modo no resulta imprescindible entender qué hay o qué no hay que hacer para poder vivir como español en Hungría. El mercado negro es suficientemente amplio y variopinto como para permitir que uno se incorpore a gusto y el DNI español es suficiente carta de presentación para solventar cualquier eventual control policial. Con esto y con la certeza que no he venido a este hermoso enclave de Europa a hacer fortuna, voy juntando un forint arriba del otro y supongo que recién me pondré a temblar cuando me taclee por detrás alguna larga enfermedad o el monstruo de la jubilación me empiece a rondar.
Voy a aprovechar este artículo para explicar mi experiencia, digamos, administrativa, en Hungría, esperando que a alguien le pueda ser útil o, si el viento viene de cara, que alguien me sorprenda con alguna estrategia burocrática que pueda mejorar mi situación.
Al llegar en agosto de 2004, al poco tiempo de haberse incorporado Hungría a la UE, lo primero que hice fue registrarme en el Consulado y averiguar como regularizar mi estadía.
El tema de la residencia fue pan comido. Atentos, serviciales, rápidos.
En menos de una semana tenía en mi cartera un gigantesco plastificado autorizándome a residir en Hungría durante 5 años. La única pega fue que, como no pude justificar ni empleo ni estudios, me dieron la categoría “otros”, que vete tu a saber qué quiere bien decir, pero lo que me explicaron fue que me servía para residir legalmente, pero sin derecho a trabajar.
Al poco tiempo, supongo que por esas cosas del estrés de conducir en un país nuevo, no entender ni papa lo que dice la gente y llevar la boca demasiado tiempo abierta siguiendo unas hembras despampanantes.....el caso es que me empecé a sentir mal, físicamente mal....algunos dolores en la espalda, un ojo que se me iba a tomar viento....nada importante, pero como no tengo abuela fui al medico confiando en la cartilla sanitaria europea que me había sacado al salir de Granollers, el viejo formulario E-111.
En breve, la cartilla no vale para nada. Como no te saquen de debajo del tren en trozos, poco puedes hacer con la cartoncito azul plastificado mas que algún que otro castillo rejuntando viejos carnés o visas caducadas o tal vez tirarte a las drogas y usarla para repartir con los amiguetes.
Insistí para que me atendiesen, pero los que me atendieron fue porque les caí bien, por campechanos, gente buena onda a la que le caen bien los españoles, su clima y que disfrutan del mito de la península traviesa.
Vuelvo a repetir lo del título: la información es un lujo y buscarla una aventura. Pero ahí tuve suerte, no en seguida, claro, pero al año o así me enteré que aquí, al menos en ese momento, porque ahora alguien dijo por ahí que la ley ha cambiado, el caso es que te daban la cartilla de la seguridad social si vivías con alguien que estuviese cotizando. Y en cuanto una de las hadas, por usar algún término mágico, del Instituto Cervantes, me dio el dato, salí escopeteado de la mano de mi siempre amada-amante-traductora a la oficina correspondiente y mira tu, en 10’ ya tenía mi cartilla en concepto de concubino, un código de tres o cuatro cifras que no tuve ningún reparo en garabatear en el formulario.
O sea, tema pasearte por ahí, tomarte tus cafecitos mirando el Danubio, tu pan con grasa y cebolla en algún antro, ir a pescar a Szentendre y, por supuesto, visitar a tu médico de cabecera para contarle lo que no puedes contarle a tu mamá, no hay problema. El tema del trabajo es otro cantar, agua de otro pozo.
Avancé ficha y moví el figurín del Chapulín Colorado a la casilla “Trabaja cabrón”. El trámite es parecido al de España. Aquí dicen que aplican el criterio de reciprocidad, o como decíamos cuando éramos pequeños, el de “a mi me rebota y a ti te explota”. Para los que han estado en España como extranjeros o bien para los que tienen algún conocidos que haya pasado el ya Folclórico Calvario Administrativo (FCA), decirles que es parecido, con los matices locales que da comer tanta col y tantos pimientos. Donde pretendes trabajar tienen que presentar una demanda de empleo en la oficina del INEM correspondiente. Ahí la demanda tiene que quedar vacante durante un mes. Después siguen los papeles con un contrato que tiene que tener por lo menos un año de duración y al final te dan el visado de trabajo y se formaliza el contrato.
A mi me pudo, o mejor dicho, no conseguí que los sitios donde quería trabajar se hiciesen cargo. Cabe decir que todavía tengo cierta capacidad de elección, y sí hago lo que me gusta, disfruto en mi trabajo como una jirafa desbocada en el Serengeti. Digo esto porque el comentario general es que las multinacionales que tienen aquí deslocalizados los departamentos comerciales, contables o de atención al cliente, tipo Philips, General Motors, te contratan sin mayores problemas y te hacen los papeles rápidamente.
Descartada la opción contrato laboral empecé a escarbar en la segunda, no poco popular en estos pagos: constituirme como autónomo y facturar a la empresa donde quería trabajar. Es algo así como un contrato laboral encubierto, sin ningún tipo de seguridad, donde el trabajador costea las cargas sociales y por supuesto, sino trabajas no cobras. Esto de presentar facturas para justificar una relación laboral es bastante normal, al menos en el sector servicios, que es el que conozco. Las facturas pueden ser tuyas o bien te las pueden dejar, pagando el IVA que toque al samaritano de turno. En otros casos directamente la empresa se ocupa de conseguir las facturas.
Una cuestión fundamental aquí en Hungría es preguntar cuanto cobras y distinguir con claridad el neto del bruto. Los impuestos son bastante altos y la diferencia es importante. Con factura, sin factura, con contrato sin contrato.....solo se trata de entrenarse y saltar bien lejos para no darse con el borde al caer. ¡Pim-pam!
Di unas vueltas con este tema...incluso visité varios gestores, cual más mentiroso!! En realidad salí con la sensación que nadie tiene información clara y que van haciendo y campeando a medida que salen las leyes o mejor dicho a medida que las leyes se van aplicando, que no es lo mismo. He comprobado en varias ocasiones que la normativa tarda bastante tiempo en ser aplicada realmente. La maquinaria no parece estar bien engrasada. Creo que es una extraña y perversa mezcla entre intereses creados y una consolidada y fraterna burocracia.
De las opciones para constituirme como autónomo, las que se ajustaban a mi perfil eran muy caras (KFT y demás), o al menos muy caras considerando que solo pensaba facturar unos 600 euros, o sea, que ese era el salario que me ofrecían. Si, 600 euros todo el día, los cinco días de la semana, no os riáis.
Para las opciones más baratas (tipo BT) no podía hacerlo porque no soy húngaro, pero me sugirieron que me contrate alguien que tenga constituida alguna empresa o que sea autónomo. Aunque parezca mentira esta logro ser la mejor opción y la más factible. Alguien, autónomo, o a través de su empresa, me contrataría y después le presentaríamos una factura de esa misma empresa al lugar donde yo quisiese trabajar, como si la empresa le prestase algún servicio. Surrealista!
La familia, el coleguismo, suplantan las obligaciones de los empresarios y la presión del Fisco. Y para que vean que no hay que mandar a tomar viento a nuestros queridos ancianos, la mejor opción me la dio una alegre jubilada que está montada como autónoma y que se ofreció a contratarme. Un sol!
Lástima que también descarté esta opción porque semejante papeleo no mejoraba en nada mi situación laboral, salvo que pagaba algún que otro impuesto directo más. Igual ahí queda: Gracias Judit!
Resumiendo y por eso decía al principio que confío en hacer nuevos descubrimientos, a través de este medio, en alguna de las no-manifestaciones que hay, consultando con la astróloga o con el chauchau en miniatura que me regalaron festejando el nuevo año chino, el caso es que ahora sin cambiar ningún papel he conseguido regularizar mi situación laboral. Mandrake, diríais vosotros! Pues más o menos.
Finalmente resultó que a la empresa donde quería trabajar le interesó hacerlo de manera legal y apareció un contable, en plan Guru Maharashi, como salido de una lámpara mágica y me mandó a Hacienda a pedir un número fiscal. Cosa que me dieron en menos de una semana solo con presentar mi pasaporte español. Y después me hicieron un contrato, eso sí, un contrato de obra, donde derechos, lo que se dicen derechos no tengo muchos, pero cotizo y celebro mi legalidad laboral. Una de las particularidades del contrato, además establecer que sino trabajo no cobro, o sea que ni enfermedad, ni vacaciones, ni días festivos, nada de narindanga, es que se puede cancelar cuando cualquiera de las partes así lo consideren, sin motivo especial y sin preaviso. Digamos que es un contrato, que para los melancólicos del Estado del Bienestar más se parecería a un periódico viejo en alguna letrina de carretera, pero chicos, ese es mi contrato y como si fuese un cartel gigantesco y latiente de Hello Kitty! Lo adoro. Un tanto penoso, lo reconozco, y agarraos de las manos que ahí viene el importe de las nóminas (y que conste que en estos pagos no hay pagas extras ni nada que se le parezca). Cada mes aparece que cobro unos 90 euros. Una bicoca, no?