lunes, marzo 26, 2007

Reventó el frágil y cambiante universo de las traducciones

La mesa cojea. El laberinto se inventó otro camino sin salida. Se le perdió la tapa al boli. Entró un virus en el ordenador. Miro con miedo como las hojas de la planta se van poniendo cada vez más amarillas. Insisto en dibujar con un rotulador gastado. Está nevando y estoy desnudo en medio de la isla Margarita. Tengo frío. Tengo mucho calor. Acaban de inventar un dolor nuevo solo para mi.

Pasados los picos de mortalidad por accidentes de tráfico en jóvenes varones de entre 20 y 25 años, nos relajamos con la certera estadística que aguantaremos hasta por lo menos los 60 cuando nos sorprenda algún cáncer o una buena embolia.

La muerte de Eloi Castelló jode muy especialmente por su juventud. ¿Nos tenía preparadas muchas más cosas o se quemó todos los cartuchos en la seguridad de una vida corta pero intensa? ¿Acaso reventó finalmente el delicado universo de las traducciones entre Hungría y España? ¿Nos empachamos de Hungría? ¿El nen de Tàrrega se fue de rosca? ¿Qué significa esta absurda muerte?

Desde el 28 de febrero todo han sido elogios. Elogios a su obra como traductor y elogios a su persona como estimulante compañero y amante. Del que se va así, de sorpresa y sin despedirse, dejando el patio lleno de globos de colores, no se puede pensar menos que se trató de un mago. Una especie de hombre-volcán, que nos arrastró en vida y nos levanta ahora en incandescente lava. Muerte-trampolín. Picar y saltar. Saltar a la lectura de alguna de sus hermosas obras, escribir, viajar, enamorarse desesperadamente. El reflejo de Eloi, una traducción mágica de sí mismo, como el reflejo del árbol de los duendes del Millenáris Park, hoy inunda hasta el más pequeño charco de Budapest. Estimularse con su recuerdo es tan fácil como hacer burillas y lanzarlas al aire.

¿Quién era Eloi Castelló?

por la colla


El pasado 28 de febrero nos dejaba para siempre Eloi Castelló Gassol, a los treinta y cuatro años. Una muerte dolorosa, inesperada, como cualquier muerte a esta edad. Su fallecimiento ha dejado un vacío, en los que le conocíamos y apreciábamos, difícil de explicar y de vivir.

¿Quién era Eloi? Eloi era, ante todo, un hombre hecho en su población natal –Tàrrega (Lleida)-, un catalán de sentimiento, un filólogo vocacional y un traductor profesional, excelente en su campo. Una persona poliédrica, como todas las que viven la vida y la reflexionan en profundidad. Un personaje a la vez real y de ficción, una energía de letras y de figuras literarias. Una buena persona, un hombre de corazón que, casi siempre, daba más de lo que recibía.

Nuestros primeros recuerdos de Eloi están ligados inevitablemente a la escuela, a la guardería primero y, sobre todo, a los escolapios. Buen estudiante, en seguida destacó fuera del aula por su faceta de portero de fútbol (y de cualquier deporte con portero, dicho sea de paso). Para nosotros, "él" era el portero. Pocos niños de su edad tenían el valor y la capacidad de tirarse por los suelos, de estirarse para intentar desviar una pelota imposible, o de avanzarse a la jugada del atacante. Después, como hicimos muchos de los que le rodeábamos, se transmutó en jugador de baloncesto. Se ajustaba a su manera de ser. Alto, incisivo, agresivo incluso; se movía bajo la canasta con una determinación de la que muchos estábamos, por carácter, desprovistos.

Su paso por la educación secundaria fue cualquier cosa menos secundaria. Singular como nunca más volvió a ser, forjó en aquella época los principales rasgos de su carácter. Amante de la Cultura, por aquel entonces en mayúsculas, devoraba libros al mismo tiempo que escuchaba la música, pop y clásica, que más le gustaba.

Pero él no podía, claro, quedarse a este lado de la barrera. Hijo de un país de literatos más que de músicos, Eloi empezó a escribir ya en su más tierna adolescencia. Poemas, cuentos, artículos... En aquellos primeros pasos en el mundo de las letras, a menudo a partir de una palabra nueva que había leído o aprendido en clase, componía un poema o un cuento entero. "Suara, trescar, minvant..." eran vocablos que bien merecían un homenaje.

En aquella época lidera el proyecto más exitoso, más genuinamente local, que ya no repetirá conjuntamente con sus amigos y amigas: la revista "La Ressenya". Un nombre, entre "noucentista" y literario que, claro, escogió él. Son días de reuniones, de discusiones y de decisiones en el instituto o en algún bar de Tàrrega. Son días, meses y años (dos años) de elucubraciones, de creación, de organización y de trabajo. Son también los días de la trasgresión, de la fractura con el mundo precedente para crear nuestro superego. Abrimos la puerta al caos, le damos la bienvenida. Eloi lo deja entrar diligentemente y da forma a lo inalcanzable, a lo inesperado, a la amenaza de fondo. Él agarra las riendas de su vida y de las nuestras, para cabalgar con un galope impetuoso, frenético. Sus lecturas de autores clásicos y contemporáneos nos abren un mundo nuevo, una nueva manera de entender la vida: fiestas donde se mezclan el vino con las rosas, los parlamentos con el desenfreno, la extravagancia individual con la complicidad más íntima. No debemos explicaciones a nadie. Somos. Nos estamos construyendo a nosotros mismos. Crecemos en el sí de turbulencias que, lejos de evitar, invitamos a que nos visiten.

Llega la Universidad y la Gran Ciudad. Más puertas se abren. Eloi, como tantos de nosotros, empieza a madurar a base de ilusiones y desengaños. “Aquí tengo la sensación de que te preguntan: ¿y tú de qué familia eres?, ¿a qué escuela has ido?, ¿a qué grupo perteneces?” Barcelona, para lo bueno y para lo malo, ya no es Tàrrega. ¡Qué glamour!, por ejemplo. Y ¡qué nivel! Aquí los escritores son escritores, y los músicos, músicos. Y los profesores de la universidad saben un montón. Primero piensa en hacer el doctorado sobre Quim Monzó, y después sobre literatura medieval. Da igual, hay tiempo para decidirse.

A media carrera se va a Italia, a Siena. Son unos pocos meses de Erasmus que le sirven para aprender bien el italiano y para crecer, un poco más, como filólogo. Poco tiempo después, a mediados de los noventa, algunos de sus amigos visitamos, por motivos distintos y en diferentes viajes, Budapest. El telón de acero ha caído hace poco, y allí hay todo un mundo por descubrir. A nuestro retorno, cantamos las excelencias de aquella ciudad: el Danubio, los imponentes puentes que lo cruzan y, ante todo, sus mujeres. ¡Qué guapas son las centroeuropeas!

Es harto probable que estas explicaciones lo influyeran decisivamente cuando posteriormente eligió Hungría como destino de su lectorado. Allí, Eloi descubre una gente y una cultura ignoradas. Un tercio de la población magiar vive fuera de las fronteras de su estado, humillado y empequeñecido después de la Gran Guerra. Su militancia independentista, lejos de debilitarse, toma cuerpo entonces con nuevos argumentos. Hungría y els Països Catalans tienen unas cuantas cosas en común.

A su regreso a Barcelona, al cabo de tres años, habla un húngaro fluido. Nos fascinaba particularmente cuando le oíamos hablar por teléfono. Increíble. Pasmoso. Empieza así el pequeño mito del Eloi políglota, y empezamos a llamarle, en broma, C3PO, el robot de "La Guerra de las Galaxias" que domina seis millones de formas de comunicación. Y a su coche, que conducía a una velocidad de vértigo, el Halcón Milenario, la nave que Han Solo pilota entre planeta y planeta. "L’home Eloi", también le llamábamos. Estas características vienen a añadirse a las otras tres que más le singularizan: su nocturnidad, su capacidad de observación y su pasión por el tabaco.

Por la noche, Eloi leía y trabajaba con la tranquilidad que no hallaba de día. Noches largas, silenciosas, que sólo él decidía cuándo terminaban para dejar paso al descanso. Su capacidad de observación, por otra parte, era única. A su llegada a cualquier lugar, solía desaparecer a la búsqueda de alguna pequeña atalaya improvisada desde donde poder contemplar la vida de las calles o de cualquier otro escenario que se abriera ante sus ojos. Después, al cabo de un rato o de unos días, describía con sus palabras aquello que todos habíamos visto pero que nadie tenía la capacidad de explicar –o de deformar- con la gracia con la que él lo hacía. La imagen del vigía no era completa, sin embargo, sin sus inseparables Fleurs de Savanne, unos cigarros que muchos creíamos –de manera plausible- que únicamente fabricaban para él.

Recién llegado de Hungría, le conceden el premio Nobel de literatura a Imre Kertész, un húngaro. Eloi era un tipo con suerte. Se lo habíamos dicho muchas veces. Porque los traductores del húngaro al catalán, como es de esperar, son escasos. Empieza entonces una prolífica labor de traductor –Kertész, Márai, Kosztolányi...- que, en cinco años, dará para siete libros: "Sense destí", "Fiasco", "Liquidació", "La dona justa" y "Anna Édes" son algunos de los títulos de los que se mostraba más satisfecho. Sus traducciones son (comprobadlo) deliciosas. Denotan un dominio del catalán maravilloso, preciso, profesional.

En agosto de 2006 pasaba sus vacaciones de verano en Menorca por segunda vez con algunos de nosotros. Mares azul turquesa, soles luminosos, cuerpos desnudos. Una belleza casi prístina. En el extremo más oriental de nuestro país, de su país. Mar adentro, el Alguer; detrás, la península itálica; y en el corazón del continente, el país de los magiares. Seguro, segurísimo que lo tenía presente.

El último día de febrero de 2007 pasará a la historia de nuestras vidas como un día triste, nefasto, por decirlo claramente. Su desaparición nos llena de vacío, y hace que nuestras vidas sean un poco más mediocres. Els Països Catalans y Hungría, asimismo, han perdido una figura importante, un hombre entregado a sus respectivos idiomas. Los húngaros así se lo reconocieron: dos días después de su fallecimiento, las banderas de la Universidad de Budapest ondeaban a media asta.

Que lo sepas, chaval.

Tus amigos de Tàrrega
Siempre estarás con nosotros

Traductores: arietes y arqueólogos de la palabra escrita

por Ricardo Izquierdo Grima*

Un día un sacerdote me preguntaba cómo era posible que en España se hubiesen publicado tantas traducciones de teología católica húngara; el hecho que para un observador superficial podía hacer deducir que en Hungría había un acendrado interés por el dogma católico, o que la nación fuese un baluarte de dicha fe, obedecía sobre todo a la existencia e interés de un traductor, Antonio Sancho Nebot, canónigo magistral de Palma de Mallorca y que fue en suma el causante de que en los seminarios españoles de las décadas de 1940 y 1950 se estudiase a Tihamér Tóth, y que se tradujese también a Ottokár Prohászka, a Antal Schütz y también la biografía de aquel novicio jesuita E. Kaszap, obra de Ladislao Endrődy, editorial Librería Religiosa 1943.

Aunque en principio estas obras de teología parezcan sólo tener un interés teológico, y lo húngaro quede un tanto en segundo plano por la vocación universalizadora de la religión, estos autores también tienen entre sus libros obras autobiográficas, cuyo interés esencialmente literario y de aproximación a su país queda fuera de duda; así de Prohászka tenemos “Recuerdos de un adolescente”, editorial Studium 1945, y de Tóth “Prensa y cátedra” editorial Sociedad Atenas 1946, donde relata sus experiencias bélicas como capellán castrense en la I.G.M.

La biografía del joven Kaszap (1916-1935), que tuvo al menos tres ediciones en Hungría, sin perder su carácter apologético, como ya indica su título “¡La vida por Cristo!”, no deja de tener interés como apuntes y rasgos de la juventud húngara de aquellos años. En suma pues, literatura es todo y cualquier género aporta elementos de interés para captar la realidad del país.

Por todo ello, cuando se trata de una lengua extranjera, la existencia del traductor es el ser o el no ser de la obra literaria fuera de sus fronteras lingüísticas, y al igual que aquel sacerdote siempre me he preguntado, desde el ya lejano 1975 en que comenzó mi afición a coleccionar autores húngaros en español, si las numerosas obras que se iban traduciendo y publicando lo eran tan sólo fruto de la existencia de oportunos traductores o también de que el país literariamente había dado más de sí de lo que por tamaño y población pudiera producir, y con toda seguridad este último factor también se ha dado.

No obstante, sin la existencia del traductor la creación literaria ya podría ser excelsa en calidad y cuantiosa en volumen que aquí no la habríamos disfrutado, y es que el traductor funciona como un ariete para introducir a autores y obras nuevas, pero ejerce también una función muy sugestiva, de viajero en el tiempo, de auténtico arqueólogo de la palabra escrita; buscando, hallando y desenterrando obras que en el país natal, en nuestro caso Hungría, tal vez hasta cayeron en el olvido, y entonces las sacan del pasado para ofrecerlas como manjar del espíritu a quien en nuestro limitado entendimiento nos movemos sólo en la lengua propia; rescate arqueológico que resulta más extasiante cuando de la obra literaria ya teníamos noticia de su existencia y mérito, y después de décadas esperando, finalmente la traducción y publicación ven la luz. Éste fue el caso de “Ana la dulce“ de Kosztolányi, obra imprescindible de la que ya F. Oliver Brachfeld daba cuenta en 1944 al prologar “El bastardo”de Sándor Hunyadi, editorial Aries, en la esperanza de que fuese conocida por el público español, cosa que no se produciría hasta 2003 de la mano de la también desaparecida Judit Xantus y Ediciones B.

Conocí a ELOI CASTELLÓ en el otoño de 2003 cuando en el Ateneo de Barcelona se organizaron unas jornadas sobre literatura húngara, en las que también rendíamos homenaje a J. Xantus que había fallecido ese mismo septiembre. Daba envidia oír a aquel hombre joven que al parecer había aprendido en pocos meses el húngaro, y yo lector de años necesitaba valerme de las traducciones como ciego de un lazarillo. Llegué tarde para conocer a Xantus y cuando conseguí sus señas ya había fallecido.

La traducción al catalán de la literatura húngara, aunque pueda parecer que es algo reciente, ya viene de antiguo, algunas obras vieron antes la luz en catalán que en español, así la primera obra en catalán, que fue “La dama dels ulls de mar” de Mór Jókai es de 1903 en editorial Biblioteca de La Renaixensa; en cambio en español no se publicó hasta 1927, en la Colección Babel, y traducida por los habituales en dicha década, Andrés Révész y J. García Mercadal, con el título “La de los ojos de ibón”.Curiosamente el antecesor del hoy recordado ELOI, y que tradujo al catalán por primera vez una obra húngara, casi lo hizo de forma anónima y a pesar de haber prologado también el libro, sólo firmó como C.B.

Igualmente del otrora archifamoso Lajos Zilahy su primera obra publicada en España fue en catalán, “Primavera mortal”, de la mano de O.Brachfeld en 1935 en la colección A tot vent de ediciones Proa, quien a su vez ese mismo año publicó la versión española; aunque del prólogo de la versión catalana se deduce que la primera de las dos versiones fue la catalana. De este autor, años más tarde, también se versionaría en catalán “El crepúsculo de cobre”, en 1965 en editorial Plaza & Janés por A. Molina, “El capvespre de coure”.

Y otras veces lo relevante de la traducción es que no ha habido más versión que en catalán; así ha sucedido con la famosa obra teatral “La tragedia de l’home” de Imre Madách, traducida por Balázs Déri y Jordi Parramom y las también obras teatrales de F. Molnár “La cuca de llum”, Cataluña Teatral 1934, traducida por LL. Rodellas; y las anteriores piezas de teatro de Loran Orbok: “El cavaller de Seingalt”, editorial La novela teatral catalana 1919, “Stevenson, L’hoste mil-lionari”, editorial La escena catalana 1918, y “El germà del mestre” editorial La escena catalana 1920; todas ellas traducidas por Carles Capdevila.

No es pues una novedad para el lector español, como a veces se oye, que a partir del 2000 se haya introducido la literatura húngara en nuestro país, esta nos acompañó todo el siglo XX, donde múltiples obras teatrales y novelas, hoy olvidadas, se tradujeron y publicaron. El hoy afamado Sándor Márai no nos llegó en 1999, con “El último encuentro”, editorial Salamandra, ya había publicado en 1946 en Destino con el título “A la luz de los candelabros”, y verdaderamente irrumpió en 1931 con “Los rebeldes” editorial Zeus.

Y en plena guerra civil española, en una Barcelona a punto de perderse para la República, aún había energías para publicarse la 2ª edición de “Primavera mortal”, editorial Apolo 1938. Y mientras Hungría sufría el agónico final de la II G.M. publicábamos a Zilahy, Márai, Körmendi, Herzceg, Dormándi y tantos otros, o incluso conocíamos, al año de pasar, los horrores del Budapest devastado por las bombas, con la edición numerada de “La tragedia de Budapest”de István Zádor, editorial Tartesos 1946.

Creo pues justo reconocer que la difusión en español de la literatura húngara no es propiamente una novedad, y de aquel “El castellano convertido” de Jókai de 1887 hasta la última publicación de Ádám Bodor en Acantilado o Kosztolányi en Bruguera con la versión de “Kornél Esti. Un héroe de su tiempo” que ya existía en catalán en 1990 en editorial La Magrana, no ha habido una década donde no se haya publicado alguna traducción; ello sin contar con las publicaciones en Iberoamérica, más difíciles de conocer y encontrar en España. De ahí que yo tenga en busca y captura a “El juez de Casovia” y a “El verdugo de Hefalu”, ambas de Jókai.; o a “Calle Katalin” de Magda Szabó, editorial Monteavila, Venezuela 1972.

Y aunque parezca mentira, la misma editorial, que en 2005 publicó “La puerta” (traducción de Márta Komlósi) se atrevió a decir que era la primera vez que la referida escritora, Magda Szabó, era traída al público español, cuando en realidad existía la publicación de Venezuela, y cuando aquí la editorial Caralt ya había publicado en 1964 “Resentimiento”.

* Doctor en Derecho

Crónica de un reencuentro

por Albert Lázaro-Tinaut

Ante todo quiero expresar mi agradecimiento, en nombre de muchos amigos catalanes y húngaros de Eloi Castelló residentes en Cataluña, a EL QUINCENAL DE HUNGRÍA por sumarse con esta devoción al homenaje en memoria del amigo desaparecido tan prematuramente y, al mismo tiempo, a ese amante apasionado de Hungría, la que fue sin duda su segunda patria, de la que con amor y tesón aprendió la lengua y de cuya literatura fue, con toda certeza, uno de los mejores y más inquietos difusores. Gracias a su labor, los catalanes hemos podido saborear muchas páginas notables de valiosos escritores húngaros, como quedó constancia en el último número del QUINCENAL.

Me resulta muy grato, pues, acceder a la petición de los activos redactores de esta publicación y resumir el homenaje que tributamos a Eloi Castelló, conjuntamente, tres entidades a las que él estuvo vinculado: la Associació Cultural Catalano-Hongaresa, la Casa de l’Est y el Comitè de Traduccions i Drets Lingüístics del PEN Catalán.

Eloi Castelló debía haber participado, como ponente, en la mesa redonda sobre “Exterminio y traducción” que se celebró el viernes 9 de marzo dentro del programa de unos encuentros que, bajo el título de “Llengua i extermini” (‘Lengua y exterminio’), organizaba en la sala de actos del emblemático edificio de La Pedrera de Barcelona la Fundació Caixa Catalunya y el Comitè de Traduccions i Drets Lingüístics del PEN Català. Se decidió, pues, suplir su ausencia por un homenaje a su figura y su labor como traductor y magyarófilo, acto en el que pronunciaron parlamentos, ante una nutrida concurrencia, las personas que iré enumerando a continuación.

Habló en primer lugar el Honorable Señor Ferenc Szabó, cónsul general de Hungría en Barcelona, el cual glosó la figura de Eloi Castelló como transmisor de los valores de su país y, sobre todo, de la literatura húngara al ámbito cultural de la lengua catalana, que había hallado en él a un magnífico interlocutor entre los dos pueblos y que había contribuido, por tanto, a un eficaz acercamiento entre ellos. Tuvo, en este sentido, palabras de agradecimiento al homenajeado in memoriam y manifestó su satisfacción por haber podido participar en el acto como representante del estado húngaro.

A continuación tomó la palabra el profesor Károly Morvay, que había querido estar presente en el acto en representación de la Universidad Eötvös Loránd de Budapest, y recordó cómo había conocido a Eloi Castelló, hace diez años, siendo miembro del jurado que había de elegir al nuevo lector de catalán destinado a su Universidad, y cómo aquel jurado consideró a Eloi el candidato idóneo para ocupar el puesto. Valoró el entusiasmo y la profesionalidad con que nuestro amigo cumplió con sus deberes académicos, tanto en Budapest como en Szeged, y cómo a ello sumó el valor añadido de imbuirse de la lengua húngara hasta convertirse en traductor literario de la misma. Completó su discurso leyendo en húngaro unas palabras que aparecían, en recuerdo al amigo fallecido, en la página web de la facultad de letras de la Universidad de Budapest, y terminó su parlamento dirigiéndose a Eloi, a quien trató de “entrañable colega nuestro”, con estas palabras (que traduzco del catalán): “¡Descansa en paz, amigo! Te recordaremos siempre, no queremos decirte adiós.”

El Dr. Adán Kovacsics, notable traductor de literatura húngara y germánica al castellano, expresó emocionado la tristeza, el dolor y el desconcierto que nos embargaba a todos “porque una persona tan joven como Eloi Castelló nos haya dejado”; consternación por la muerte de un colega cuyos pasos en el mundo de la traducción había seguido con interés y afecto. “Recuerdo como si fuera ayer –dijo– la primera vez que lo vi. Fue en un curso sobre Hungría que se impartía en el Club de Amigos de la UNESCO. Él estaba allí, como oyente. Me llamó la atención su presencia, su expresividad, su aspecto de vitalidad y de alegría. Después lo fui conociendo un poco más y, desde luego, me admiró su dominio de la lengua húngara, y su modestia, pues no se vanagloriaba de ello.” Y lamentó no haber estado más cerca de él, “porque un muro, aunque sea de cristal, se levanta muchas veces entre todos nosotros”. Transmitió, además, el recuerdo cariñoso de uno de sus editores, Jaume Vallcorba, que no había podido acudir al homenaje por hallerse en el extranjero.

Frederic Guerrero, uno de los componentes de la “colla” (grupo de amigos próximos) de Eloi, hizo, sin duda, el parlamento más emotivo. Por esta razón y por lo mucho que significa, queda transcrito, en traducción castellana, al final de esta crónica.

Luego, Zsigmond Kovács habló brevemente como miembro de la pequeña colonia de húngaros residente en Cataluña y como representante de la Junta Directiva de la Associació Cultural Catalano-Hongaresa, de la que Eloi Castelló formaba parte. En su sentido homenaje quiso darle las gracias y, dirigiéndose a él, pronunció las palabras que traduzco:

“Gracias, Eloi, por tu tarea de traductor incansable y entusiasta de obras importantes de grandes escritores húngaros, como Márai, Kertész y Kosztolányi, algunas publicadas; otras, como “Alosa”, de Kosztolányi, y “La germana”, de Márai, todavía por publicar. Y otras que, lamentablemente y con toda seguridad, no han pasado de ser un proyecto.

Gracias por ese entusiasmo que tenías por todo lo que estaba relacionado con Hungría, donde viviste enseñando catalán a los alumnos de la Universidad Lóránd Eötvös, y que se había convertido en tu segunda patria; donde dejaste también muchos amigos, como Krisztina Nemes, que había pertenecido a nuestra asociación y se había convertido en tu guía por los rincones y recovecos de la lengua húngara.

Gracias también por haber amado tanto a Cataluña y a Tàrrega, donde naciste, igual que mi esposa, por lo que nos unía un vínculo personal: para nosotros también eras “el chico de Cal Gassol”, aquella tienda emblemática del centro de Tàrrega.

En fin, Eloi, gracias por todo.”

A continuación tomó la palabra Rossend Arqués, del PEN Català, quien se refirió a la intensa colaboración de Eloi con el Comité de Traducción y Derechos Lingüísticos de aquella entidad y al importante papel que desempeñó en la pugna por el reconocimiento y los derechos de los traductores. Hizo mención a la última relación que mantuvo con él durante la organización de las Jornadas que acogían este homenaje, en las que su repentina muerte impidió que participara, y le agradeció también sus valiosas aportaciones a la cultura catalana.

Me tocó a mí clausurar los parlamentos, y lo hice primero en nombre propio, como amigo de Eloi Castelló, y después en nombre de la Junta Directiva de la Casa de l’Est. Manifesté que, aunque mi primera relación con Eloi fue relativamente tardía, cuando ya había publicado sus dos primeras traducciones, en algunos momentos llegó a ser intensa porque compartíamos el amor por Hungría y su cultura, su literatura en particular, temas sobre los que solían girar nuestras conversaciones. Manifesté que, en mi opinión, era tan ciega la pasión del amigo Eloi por Hungría, que sólo quería verla con los ojos del corazón, lo cual le permitía rehuir la realidad cotidiana, que en algunos momentos hubiera podido desengañarle. Porque, en el fondo de su su alma curiosa y sensible, enmascarada por su imponente presencia física, nuestro amigo Eloi era un romántico excepcional y maravilloso.

Ya como representante de la Casa de l’Est, manifesté que no queríamos que el homenaje al amigo desaparecido a la temprana edad de 34 años terminara cuando se cerrara el acto que estábamos celebrando y quedara vacía aquella sala, y anuncié oficialmente que nuestra entidad había acordado perpetuar su memoria instituyendo el “Premio Eloi Castelló de traducción literaria al catalán”, que se otorgaría con la periodicidad que se decidiera en su momento a la traducción que un jurado destacara entre las que se hubieran publicado en un determinado período de tiempo, aún por concretar. Dicho premio se otorgaría a traducciones cuya lengua de partida fuera cualquiera de las de los veintitrés países de la Europa central y oriental representados en la Casa de l’Est, con lo cual pretendíamos que se dieran a conocer mejor las literaturas de dichos países, algunas de las cuales son totalmente inéditas en nuestro país.

Tras los parlamentos, la profesora y traductora Dolors Udina, que había estado actuando con gran diligencia como “maestra de ceremonias” durante los parlamentos, dio lectura a una carta del escritor Joaquim Carbó, con la que éste se unía al homenaje, y a continuación leyó unos fragmentos de obras de Dezső Kosztolányi e Imre Kertész traducidos por Eloi Castelló.
El acto de homenaje se cerró con la actuación del conjunto musical “Il Nobil Diletto”, formado por Olga Ney, Magdalena Padilla y Santiago Pereira, estudiantes de la Escuela Superior de Música de Barcelona, y amigos también de Eloi (¡cuántos amigos tuvo!), que interpretaron dos canciones: “Voi partite mio Sole”, de Girolamo Frescobaldi, y “Ahi nelle sorti umane”, de Georg Friedrich Haendel. La armonía del conjunto y la espléndida voz de Olga fueron, pues, la mejor forma de decirle “¡hasta siempre!” al amigo que ya no tendremos junto a nosotros, pero que conservaremos fielmente en la memoria y nos acompañará cada vez que releamos en catalán “lo que dijeron” los autores que tradujo. Creo que no está de más recordar ahora el primer párrafo del “Prólogo” de los profesores Kálmán Faluba y Károly Morvay al “Diccionari català-hongarès / Katalán-magyar kéziszótár”, publicado por Enciclopèdia Catalana en 1990.

Traduzco: “El literato y traductor húngaro Dezső Kosztolányi, conocedor, entre muchos otros idiomas, también del catalán, en un texto de 1934 se pregunta resignado: ‘¿Existe, hoy en día, algún extranjero que quiera aprender la lengua de Homero, la de Ibsen, la de Strindberg, o el preciso y fluido catalán, hermano del latín?’”. La respuesta a esta pregunta ya hace tiempo que la conocemos, y Eloi Castelló puso sin duda su granito de arena para confirmar que era positiva. Ignoro si alguien, aquí, formuló alguna vez una pregunta semejante con respecto al húngaro: la respuesta tampoco está en el viento.

El explorador de la pasión

Por Frederic Guerrero

Conocí a Eloi cuando empezábamos a explorar nuestro entorno y se iba gestando en nosotros aquella mirada que nos acompaña a lo largo de la vida, una mirada sorprendida ante un mundo que nos mostraba un rostro desconocido hasta entonces. Eloi era un explorador, pero no un explorador cualquiera; era un explorador de esos que siempre van en cabeza, a un paso por delante de los demás, y con la emoción del hallazgo de algo nuevo nos ofrecía, con un gesto sutil, mundos que estaban a una distancia infinita e impensable de quella ciudad, Tàrrega, que nos había visto crecer.

Con él compartimos las primeras fiestas, las aventuras de la adolescencia y los primeros intentos de expresar todo aquello que queríamos decir, lo que en seguida nos hizo percibir el enorme –como lo era su propia corpulencia– talento de Eloi y la no menos enorme pasión que sentía por nuestra lengua y nuestra literatura. Porque eran indiscutibles en él la sensibilidad y la pasión en la vida, el talento y el celo en su trabajo. Fue el primero que empezó a escribir, y se lo propuso cabalmente: escribía cuentos breves y deliciosos poemas; fue el primero que decidió crear una revista y realizar esa idea con la misma determinación, compatir sus inquietudes literarias, ofrecer su experiencia a quienes dábamos los primeros pasos en el difícil mundo de la traducción: todos hemos de agradecerle esa generosidad.

Además de haber vivido juntos también nuestra experiencia en Barcelona, la Universidad, una vida nueva, diferente, él aún tuvo otra pasión: tal vez fuera la providencia, tal vez su espíritu de explorador, lo que le llevó a Hungría para trabajar allí como lector de catalán en la Universidad de Budapest. Fuese cual fuese la razón, lo cierto es que Hungría y Eloi han acabado convirtiéndose en dos palabras indisociables, y creo que las lenguas húngara y catalana se lo agradecerán eternamente (me viene a la memoria su diccionario húngaro-catalán, desharrapado por el uso: ¡y Eloi aseguraba que se lo habían hecho expresamente para él, aquel diccionario!

Bromeábamos con frecuencia sobre la necesidad imperiosa de crear una cátedra de lenguas finoúgrias en alguna universidad catalana. Ahora, eso ya no será posible: Eloi nos ha dejado huérfanos, y huérfanas han quedado también muchas palabras de nuestra lengua; porque Eloi las trataba con la ternura y delicadeza con que siempre quiso tratar a todo el mundo.
¡Siempre te tendremos presente, Eloi!

(Palabras pronunciadas durante el acto de homenaje a Eloi Castelló en la Pedrera de Barcelona, el 9 de marzo de 2007.)

Lenguas que se van

por Kléber Mantilla

Después de intentar un ejercicio de filosofía con las lenguas y releer los escritos de algunos lingüistas, me queda claro que ninguna lengua está mal hablada y ningún pueblo habla mejor o peor que otro. Además es evidente que por cada segundo transcurrido en esta lectura está por desaparecer otra lengua del planeta, mientras se construye imponente el muro que separa a las lenguas usadas por la tecnología.

Si partimos de la hipótesis de que está en riesgo el patrimonio lingüístico de todas las culturas de la humanidad, por ser dependientes de la demanda de información mundial y por estar atadas al sistema económico unipolar del consumo, entonces nos quedará como misión apuntalar contra cualquier área vulnerable del modelo industrial y tecnológico del mundo contemporáneo.

A caballo, si el control de internet está en manos de las lenguas denominadas mayoritarias, sea el inglés, castellano o francés, queda como misión alternativa insistir en la creación de espacios para otras lenguas y culturas. O, al menos, gestionar el rescate de una gramática universal. Algo que suene a democracia verbal. No basta insistir en el perfeccionamiento de traductores informáticos y bases de definiciones para las lenguas “minoritarias” sino que se impone como actitud vital la difusión más recurrente de canales y sistemas tecnológicos propios en cada cultura para convivir en la aldea global junto al internet y los medios masivos.

Para transitar en esta agradable utopía colocamos en el tapete dos lenguas de ejemplo: el quichua y el catalán. Una se oculta en Sudamérica y la otra persevera en Europa, pero ambas conviven en un leonino mundo para no ser aniquiladas. Las dos compiten, con escasas herramientas lingüísticas y tecnologías, frente a las fabulosas inversiones que provoca el castellano, ambas se desenvuelven en la misma geografía del castellano, aunque en continentes distintos, y juntas resisten la demanda desbocada de la información en internet, que progresivamente las arrincona en la esquina del olvido.

Ahora bien, si relacionamos algunas lenguas oficiales como el húngaro, hablado por unas 13 o el búlgaro por 12 millones de personas, la historia de las lenguas, mal llamadas “minoritarias”, no dejarán de revestirse de factores políticos y económicos.

Por ejemplo, el quichua, conocido también como quechua, funciona como una familia de dialectos mezclados sin rumbo ni orientación, con limitada tecnología y sin introducción en el comercio internacional, pese a que es lengua materna para más de 13 millones de personas repartidas desde el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, hasta el norte de Argentina.

En cambio, el catalán, a diferencia del quichua, tiene mayor difusión internacional, pero no deja de ser una lengua “minoritaria”. También llamada valenciana por ubicarse en la Comunidad Valenciana de España, es una lengua romance hablada por entre 4,5 ó 7,5 millones de personas repartidas entre España, Francia, Andorra e Italia. Sin embargo, sí cuenta con inversión, investigaciones y nuevas tecnologías en ingeniería lingüística, almacenamiento de definiciones, bases de datos y gestión de los recursos lingüísticos.

Pese a todo, los teóricos refutan, “los únicos dueños de una lengua son los hablantes, que no necesitan de academias o instituciones que, apropiándose de la palabra, imponen las normas del ‘correcto decir’”. El lingüista Armando Talamantes dice que el “español o el castellano no es todo ni será lo único. Iberoamérica es, como todo el mundo, un ámbito pluricultural y multilingüe, un espacio crucial de la diferencia, donde la otredad es la razón de ser de la identidad y la diversidad, la fuente creativa del desarrollo cultural”. Asimismo, muchos críticos se empecinan en el uso de las lenguas mapuche, quichua y tzeltzal, o el catalán, vasco o gallego frente al castellano para no borrar las características particulares de cada pueblo.

El teórico Noam Chomsky, expuso la idea de “innatismo” para enfrentar el problema de la globalización lingüística. Esta noción plantea que algún tipo de idea, conocimiento, o contenido mental está presente en el momento en que un organismo nace. Mientras los lingüistas tradicionales estudiaban comparativamente las lenguas en su pronunciación, gramática, léxico y relaciones dentro de la comunidad lingüística, Chomsky, buscó un método científico para encontrar los principios explicativos de la lengua e incluso una más profunda comprensión de la naturaleza humana.

La Teoría de la Gramática Transformacional y generativa, respecto al uso corriente del lenguaje señala la necesidad de una “gramática universal” común a todos los seres humanos.
La lingüística del siglo XIX fue histórica y comparativa, pero basada en relaciones entre lenguas “muertas” como el sánscrito, el griego, el latín, el germánico y el celta.

El francés Ferdinand de Saussure, fue quien inició el análisis de las lenguas comparativas y luego vino la lingüística sincrónica estudiada por antropólogos sociales como Franz Boas, Edward Sapir y Alfred L.Kroeber.

Hasta que Zellig Harris, estudió el análisis científico del significado y elaboró el análisis estructural basado en las “transformaciones” para entender las relaciones lingüísticas sistemáticas de diferentes tipos de oraciones y luego, su alumno, Chomsky, elegió estudiar las similitudes y no las diferencias entre lenguas. “El sistema nervioso central y la corteza cerebral están biológicamente programados para los aspectos fisiológicos del habla y también para la organización del lenguaje. La capacidad para organizar las palabras es una capacidad inherente a los seres humanos. El uso corriente del lenguaje es creativo e innovador”.

Es decir, la gramática es universal y forma parte del patrimonio genético de los seres humanos, el hombre al nacer, posee un patrón lingüístico básico determinante al cual se amoldan todas las lenguas. “Esta capacidad singular es propia de la especie humana y el uso corriente del lenguaje evidencia las enormes posibilidades del potencial creativo de la humanidad”.

Si partimos de esta idea, la mejor arma para enfrentar a la globalización sería la división entre la actividad del ser humano y la manipulación de la informática y los medios masivos. Las lenguas y las culturas no podrán desconocer su humanismo implícito, que por ahora está confundido en la maraña de la aldea cibernética. “El universo es corpóreo. Todo lo que es real es material y lo que no es material no es real”, nos decía en Leviatán, Thomas Hobbes en el siglo XVII. ¿Acaso el mundo del ciberespacio es real, nos preguntaría?

Se cierra el telón y la muerte se deshace en palabras

por Sebastián Santos

Los caminos del señor son insondables. Y me he pasado buena parte del viaje desde Dunasziget repitiéndolo en húngaro, con la lengua que se me enroscaba en las curvas y salpicaba con saliva la luneta. El encuentro lingüístico y espiritual con las frases hechas funciona a la manera de mantra, que te trae o te lleva de un lugar, de un pensamiento, a veces incluso de todo un paradigma de entender la vida hasta otro. “Az Isten útjai kifürkészhetetlenek”.

Me pasé dos días tirado entre lagos y ríos muertos leyendo “Liquidación” de Imre Kertész, el famoso Premio Nobel de Literatura 2002. Todavía indigesto por una novela introspectiva, compacta, por momentos poseída por el desvarío del que no se atreve a suicidarse, no me atrevo a recomendarla, tal vez por la dificultad de explicar con cierta profundidad y dinamismo qué pasó entre esas líneas que terminaron devorándome en tiempo y anclándome en espacio. ¡Pero qué divina sensación la de estar atrapado por un escritor! El tiempo se detiene o avanza enloquecido y cualquier rincón es un cálido escondrijo donde refugiarse en la lectura, para mirar con desesperación como se acaba y como tantas cosas se quedan por decir en el tintero. Al final termina el libro medio muerto, sin haberte contado lo que página a página le fuiste preguntando.

Es una historia de una alarmante y objetiva tristeza que llega a desesperar porque no sale de la mente pretendidamente omnisciente del autor. Página a página, pides al principio, suplicas después, por un diálogo real, porque todo el paquete se transformó en un divague interno, empalado a tres palmos del suelo, con una cara oscura y deprimente que hablaba y hablaba de que todo está mal, y lo que es peor, que no hay remedio.

¡Chapeau! Me metieron otra vez un gol de media cancha y volví a disfrutar con la fruta prohibida, la ansiada y cruda depresión que todos dicen habita en Hungría y se contonea de café en café por Budapest. Los caminos para encontrarse cara a cara con el placer de la lectura, que escapa, en más de una ocasión, a la supuesta calidad literaria, los entiendo más bien como una serie de casualidades, de combinaciones azarosas que te dejan en medio del claro de un bosque frente a una hermosa princesa dormida. A diferencia del cuento, al leer, nos acostamos junto a la diva y nos permitimos soñar; y lo que es más, incluso nos acordamos del sueño cuando nos levantamos.

Yo salí a buscar por el cachetazo de la muerte de Eloi Castelló. 34 pirulos y se lo llevó el viento. ¡Qué chiquito me sentí la última vez que nos vimos en el Congreso Catalán de Budapest! ¡Un tipo inmenso! De careto bestial y hábil. Se había transformado en un referente ineludible del mundo de las letras húngaras en catalán. De esos tíos difíciles de esquivar, no solo porque era como un alevoso quarterback, que podía llegar a intimidar, sino por su vital conversación y su constante buen humor.

No sé como murió. No salió publicado en ningún sitio y en los pasillos solo se habla de un correr al hospital por un derrame interno, y pim-pam, palmarla. Cuando busqué en el Instituto Cervantes de Budapest alguna de las novelas que Eloi había traducido, en una especie de homenaje, y dejándome llevar por una sucesión intempestiva de casualidades, di enseguida con la Liquidación. Lo primero que me atrajo del libro fueron las letras grandes y la certeza de una posible lectura rápida. Todavía no había pasión en el recuerdo, tal vez un “te tengo que pensar”, rápido y afilado; y listo. La pega, y siguiendo en el terreno de la simple manipulación del papel a ojo de buen cubero, era que no me convencía porque estaba en castellano. De hecho el stock del Cervantes en catalán es tirando a pobre. No se ocupan de comprar libros en catalán. Los que tienen son los que han caído en sus manos como promoción desde el Ministerio o la Consejería.

La verdad de la milanesa es que Liquidación lo había traducido Eloi al catalán y para mi especie de in memoriam ya iba bien. Así que lo empecé a ojear buscando convencerme. El traductor ya era una buena señal. Se trataba de Adan Kovacsics, quien justamente había estado en el homenaje a Eloi en Barcelona el pasado 9 de marzo en La Pedrera, y había hecho un sentido discurso. Por otro lado, la historia no podía ser menos sugerente. El objeto-protagonista era un traductor que termina suicidándose. ¿Acaso Eloi se había suicidado embutido por el absurdo y terrible universo de la depresión húngara? Lo digo y me arrepiento, porque es muy probable también que la falta de información sobre los detalles de su muerte indiquen simplemente un deseo de discreción por parte de su familia y amigos. No por esconder nada fuera de la norma, sino como un elegante ejercicio de intimidad, intentando evitar el morbo instantáneo que provoca la muerte. La palabra más acertada quizás sea respeto.

Pero bueno, me gusta escribir y regodearme en el barro y no pude menos que buscar constantemente durante la lectura de Liquidándonos coincidencias, preguntas y respuestas sobre la muerte, sobre esta muerte. No fue un ejercicio fácil cuadrar las vivencias de aquel judío nacido en Auschwitz y definitivamente sepultado en la gris existencia soviética, con el vital catalán de la plaza del Sol, adornado siempre de curiosidades, como aquel Galindo-Crónicas Marcianas del piso de abajo. También es verdad que los intelectuales tienden a expresar su realidad a través de la literatura, no ya de la propia, sino de la ajena; y de buscar en ella las claves de la propia existencia y las frases célebres que explican el estado de ánimo. Parasitan, parasitamos.

Y de mostrarnos con un verbo que no es propio, a representar esos mismos personajes, hay un paso. De hecho, estoy convencido, reventando un poco las teorías psicoanalíticas, que en realidad no es que vivamos reproduciendo o contradiciendo el modelo familiar, sino más bien pasamos de personaje a personaje, en una sucesión de continuidad, que dependiendo de la forma en que nos aborde, o abordemos, la literatura nos lleva a una lógica, o totalmente anárquica, pieza teatral. Hoy en día, con la media a toda marcha, hablar solo de literatura es poco estricto. Ampliemos, pues, el universo de la imaginación, que en ósmosis nos inunda, al cine, la televisión, o el internet.

¿Representó Eloi a ese traductor empecinado en su desgracia? Era la vitalidad y el trabajo una cortina “tus balas no pueden hacerme daño mis alas son como un escudo de acero” o estoy meando definitivamente fuera del tarro, impresionado por la proximidad y la certeza de la muerte? La línea es tan frágil y tan delgada que asusta.

“Lo leí y se durmió poco a poco en mi interior, como otros, bajo las gruesas y blandas capas de mis lecturas posteriores. Un sinnúmero de libros duerme en mi interior, buenos y malos, de todos los géneros. Frases, palabras, párrafos y versos, que, tan infatigables realquilados, resucitan de forma inesperada, vagan en solitario por mi cabeza y a veces se pone a badajear allí a voz en cuello, sin que yo atine a callarlos. Enfermedad profesional.” (Kertész, 2005:53)

Liquidación se pierde en devaneos depresivos a veces incluso ininteligibles, a veces simplemente aburridos, de esos discursos con los que a lomo de una sola palabra, o una breve frase tiras toda una página en estado de shock, sin importarte lo que sigue, lo que hubo antes de ella. Es una lectura de impresiones, una lectura de explosiones sentimentales, de frases célebres y sentidas. La obsesión es una de ellas. Obsesiones varias, algunas más dinámicas que otras. La que tira de la historia, la del movimiento, digamos, es la seguridad del narrador, que para colmo de males se llama “Amargo”, de que el difunto dejó una novela inédita.

Ahí se abre otra vez el abanico de las casualidades forzadas y aparecen las insistentes traducciones inéditas de Eloi: “Alosa”, de Kosztolányi y “La germana”, de Márai. Pero el tema no son las traducciones, es la obra propia del nen de Tàrrega. ¿Habrá dejado algo de su puño y letra escrito, escondido, tal vez con alguna ex amante que ahora se devanea entre compartir o no compartir con el público siempre infiel?

Sé por buenas fuentes que el muerto, y ya por meterme de pleno en el policial, escribía de corazón y a conciencia antes de entrar de cabeza en el paralelepípedo de las traducciones. ¿Pudo acaso el trabajo insistente, meticuloso y constante, apartarlo de su obra? El que alguna vez escribió de corazón necesita repetir, es un subidón difícil de igualar. Por eso digo, sin lugar a dudas, que hay un precioso eloizuelo escondido en alguna parte, pero listo para ser publicado.

Fuentes:
Imre Kertész (2005 [2003]) “Liquidación”. Santillana, Madrid