por Kléber Mantilla
Después de intentar un ejercicio de filosofía con las lenguas y releer los escritos de algunos lingüistas, me queda claro que ninguna lengua está mal hablada y ningún pueblo habla mejor o peor que otro. Además es evidente que por cada segundo transcurrido en esta lectura está por desaparecer otra lengua del planeta, mientras se construye imponente el muro que separa a las lenguas usadas por la tecnología.Si partimos de la hipótesis de que está en riesgo el patrimonio lingüístico de todas las culturas de la humanidad, por ser dependientes de la demanda de información mundial y por estar atadas al sistema económico unipolar del consumo, entonces nos quedará como misión apuntalar contra cualquier área vulnerable del modelo industrial y tecnológico del mundo contemporáneo.
A caballo, si el control de internet está en manos de las lenguas denominadas mayoritarias, sea el inglés, castellano o francés, queda como misión alternativa insistir en la creación de espacios para otras lenguas y culturas. O, al menos, gestionar el rescate de una gramática universal. Algo que suene a democracia verbal. No basta insistir en el perfeccionamiento de traductores informáticos y bases de definiciones para las lenguas “minoritarias” sino que se impone como actitud vital la difusión más recurrente de canales y sistemas tecnológicos propios en cada cultura para convivir en la aldea global junto al internet y los medios masivos.
Para transitar en esta agradable utopía colocamos en el tapete dos lenguas de ejemplo: el quichua y el catalán. Una se oculta en Sudamérica y la otra persevera en Europa, pero ambas conviven en un leonino mundo para no ser aniquiladas. Las dos compiten, con escasas herramientas lingüísticas y tecnologías, frente a las fabulosas inversiones que provoca el castellano, ambas se desenvuelven en la misma geografía del castellano, aunque en continentes distintos, y juntas resisten la demanda desbocada de la información en internet, que progresivamente las arrincona en la esquina del olvido.
Ahora bien, si relacionamos algunas lenguas oficiales como el húngaro, hablado por unas 13 o el búlgaro por 12 millones de personas, la historia de las lenguas, mal llamadas “minoritarias”, no dejarán de revestirse de factores políticos y económicos.
Por ejemplo, el quichua, conocido también como quechua, funciona como una familia de dialectos mezclados sin rumbo ni orientación, con limitada tecnología y sin introducción en el comercio internacional, pese a que es lengua materna para más de 13 millones de personas repartidas desde el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, hasta el norte de Argentina.
En cambio, el catalán, a diferencia del quichua, tiene mayor difusión internacional, pero no deja de ser una lengua “minoritaria”. También llamada valenciana por ubicarse en la Comunidad Valenciana de España, es una lengua romance hablada por entre 4,5 ó 7,5 millones de personas repartidas entre España, Francia, Andorra e Italia. Sin embargo, sí cuenta con inversión, investigaciones y nuevas tecnologías en ingeniería lingüística, almacenamiento de definiciones, bases de datos y gestión de los recursos lingüísticos.
Pese a todo, los teóricos refutan, “los únicos dueños de una lengua son los hablantes, que no necesitan de academias o instituciones que, apropiándose de la palabra, imponen las normas del ‘correcto decir’”. El lingüista Armando Talamantes dice que el “español o el castellano no es todo ni será lo único. Iberoamérica es, como todo el mundo, un ámbito pluricultural y multilingüe, un espacio crucial de la diferencia, donde la otredad es la razón de ser de la identidad y la diversidad, la fuente creativa del desarrollo cultural”. Asimismo, muchos críticos se empecinan en el uso de las lenguas mapuche, quichua y tzeltzal, o el catalán, vasco o gallego frente al castellano para no borrar las características particulares de cada pueblo.
El teórico Noam Chomsky, expuso la idea de “innatismo” para enfrentar el problema de la globalización lingüística. Esta noción plantea que algún tipo de idea, conocimiento, o contenido mental está presente en el momento en que un organismo nace. Mientras los lingüistas tradicionales estudiaban comparativamente las lenguas en su pronunciación, gramática, léxico y relaciones dentro de la comunidad lingüística, Chomsky, buscó un método científico para encontrar los principios explicativos de la lengua e incluso una más profunda comprensión de la naturaleza humana.
La Teoría de la Gramática Transformacional y generativa, respecto al uso corriente del lenguaje señala la necesidad de una “gramática universal” común a todos los seres humanos.
La lingüística del siglo XIX fue histórica y comparativa, pero basada en relaciones entre lenguas “muertas” como el sánscrito, el griego, el latín, el germánico y el celta.
El francés Ferdinand de Saussure, fue quien inició el análisis de las lenguas comparativas y luego vino la lingüística sincrónica estudiada por antropólogos sociales como Franz Boas, Edward Sapir y Alfred L.Kroeber.
Hasta que Zellig Harris, estudió el análisis científico del significado y elaboró el análisis estructural basado en las “transformaciones” para entender las relaciones lingüísticas sistemáticas de diferentes tipos de oraciones y luego, su alumno, Chomsky, elegió estudiar las similitudes y no las diferencias entre lenguas. “El sistema nervioso central y la corteza cerebral están biológicamente programados para los aspectos fisiológicos del habla y también para la organización del lenguaje. La capacidad para organizar las palabras es una capacidad inherente a los seres humanos. El uso corriente del lenguaje es creativo e innovador”.
Es decir, la gramática es universal y forma parte del patrimonio genético de los seres humanos, el hombre al nacer, posee un patrón lingüístico básico determinante al cual se amoldan todas las lenguas. “Esta capacidad singular es propia de la especie humana y el uso corriente del lenguaje evidencia las enormes posibilidades del potencial creativo de la humanidad”.
Si partimos de esta idea, la mejor arma para enfrentar a la globalización sería la división entre la actividad del ser humano y la manipulación de la informática y los medios masivos. Las lenguas y las culturas no podrán desconocer su humanismo implícito, que por ahora está confundido en la maraña de la aldea cibernética. “El universo es corpóreo. Todo lo que es real es material y lo que no es material no es real”, nos decía en Leviatán, Thomas Hobbes en el siglo XVII. ¿Acaso el mundo del ciberespacio es real, nos preguntaría?
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