por Sebastián Santos
Las Fuerzas Armadas Húngaras llevan 10 años en constantes cambios y reestructuraciones, intentando conjugar la optimización de recursos y la consolidación del reciente ejército profesional. Si bien esto representa un trauma para buena parte del personal de Defensa, que ve su situación laboral siempre pendiente de un hilo, en términos absolutos la partida ministerial no va a la baja sino al contrario, aumenta.
Digamos, que de momento con cierta habilidad, el gobierno logra un beneficioso y equidistante equilibrio como aliado europeo y estadounidense. Por un lado buena parte de los fondos de cohesión europeos se orientan a la mejora de las fronteras de la Unión; por otro, su mantenida fidelidad para con Bush le asegura una plataforma económica y tecnológica de cuidado.
Pero los aumentos no se reflejan en número de personas. Desde los anunciados planes camino hacia Schengen ya se han perdido unos 5000 puestos de trabajo, mediante la modalidad de despidos o jubilaciones anticipadas para las personas con por lo menos 25 años de antigüedad. Los recortes se realizan en base a la lógica del mejor uso de los recursos y la especialización y privatización de parte del aparato militar. En este marco, uno de los sectores más castigados es el de la salud. El Ministerio se desprende de una importante parte del personal sanitario, sobre todo de los de grado medio y bajo; y de los institutos asociados. Las explicaciones se esgrimen desde dos concepciones diferentes y complementarias: en cuanto a la salud física de los soldados, la de la privatización del sistema sanitario en general; y en lo que a la salud psíquica se refiere optan por minimizar su importancia y quitarle publicidad a los casos que podrían levantar escándalos. A modo de ejemplo comentar que para el próximo marzo se espera el cierre de la Red para la Detección y Prevención de Crisis, asociada al Ministerio de Defensa.
El esquema general de la organización de la salud en el ministerio se divide en tres grandes bloques: el de análisis del terreno, que se ocupa de examinar el estado del suelo y el aire en los lugares en el extranjero donde irán las misiones húngaras; el de acceso al cuerpo; y el del control médico periódico. En los exámenes de acceso al cuerpo participan tres departamentos: el de rendimiento físico, el de control médico y el psicológico, que se ocupa de diagnosticar el ICQ, el nivel de atención y los tipos de reacción del individuo.
En cuanto a los de control, una vez en activo, hay varios departamentos, dentro de los cuales se encuentra el de Salud Mental. La atención se dispensa en los propios cuarteles; en dependencias especiales; en el Departamento de Psicología del Hospital Militar, en casos graves; y alguna vez ha habido psicólogos en alguna misión, como en Kosovo o Irak.
La actual Red para la Detección y Prevención de Crisis, que he mencionado anteriormente, es un grupo multidisciplinario, que si bien no depende directamente de Defensa, sí presta servicio a su personal. En ella participan médicos, psicólogos, asistentes sociales e incluso curas. Para todo servicio solo hay dos psicólogas, una de las cuales trabaja con psicología simbólica y la otra con psicología individual, de la escuela de Alfred Adler. Ellas, además de participar en la Red, se ocupan del tratamiento terapéutico individual que suele ser de entre 5 y 20 sesiones de 50 minutos cada una.
Los problemas principales con los cuales trabajan son drogas ilegales, alcohol y tabaco. El caso de las drogas es algo diferente al resto desde que se ha eliminado el servicio militar obligatorio. Ahora la tolerancia es “cero”, con lo cual el trabajo de prevención es mínimo y la detección del consumo de drogas implica automáticamente el despido del cuerpo.
En los últimos tiempos se ha puesto hincapié en el tema del tabaco y para ello se organizan cursos para dejar de fumar donde se combinan los parches de nicotina con terapias basadas en el cambio de hábitos y comportamiento. Los resultados en el corto plazo son muy positivos. Después de 3 meses de trabajo más del 50% deja de fumar. Un libro de referencia es el reciente “¿Hay vida después de fumar?”, de Gyöngyvér Kugler, editado por el propio Ministerio de Defensa.
Otra terapia grupal, en activo, es la de reintegración de los soldados a su regreso de las misiones. Actualmente hay unos 1000 soldados fuera de Hungría, en Afganistán, Irak, Kosovo, Bosnia, Macedonia, Chipre y Egipto, en la península de Sinaí. Y, como es natural en el gremio, suelen padecer el sabido síndrome de desorden de estrés post traumático (PTSD). Las misiones suelen durar unos 6 meses y en algunas ocasiones 1 año, como en el caso del Sinaí. El regreso no suele ser fácil, tanto al cuartel como a su propia familia. Las separaciones son cosa común.
El curso se realiza después de una o dos semanas de haber vuelto a Hungría. Lamentablemente solo dura 10 horas durante todo un día. Ya que las crisis, de producirse, no suelen aparecer antes de los dos o tres meses, el curso básicamente intenta explicar o concienciar al soldado de los síntomas que puede llegar a padecer más adelante.
En resumen, los soldados, fruto de las guerras o de la inestabilidad laboral, presentan cuando toca, en su mayoría, dos cuadros opuestos: depresión, caracterizada por el desgano, el aislamiento y la apatía; y estrés, donde últimamente se han puesto muy de moda los ataques de pánico.
Por otra parte comparten el mal estado general de salud de toda la población húngara. Hungría es el primer país europeo en enfermedades cardiovasculares, el tercero en suicidios y uno de los primeros en cáncer, alcoholismo y tabaco. En este último los soldados superan en un 7% la media nacional. Y en conjunto, comparando con otros países europeos, la esperanza de vida es bastante baja: 67 años para los hombres y 70 para las mujeres.
Probablemente la reducción de profesionales de psicología en las Fuerzas Armadas mejorará las cuentas de Defensa, pero sin lugar a dudas dejará a los soldados en manos de los antidepresivos, por sugerir una solución rápida y al alcance de todos, prometiéndonos individuos adictos y si cabe, aún más violentos e impredecibles.
En cuanto a los psicólogos que en primavera se queden en la calle, como tantos otros profesionales que trabajan en el sector público, también tienen su consulta privada que en este caso puntual representa una cierta tranquilidad en lo económico. Yo he tenido el placer y la oportunidad de visitar a G. Kugler, quien además de terapias particulares se ocupa de hacer informes para peritajes judiciales, sobre todo en casos de divorcio y en lo relativo a la custodia de los hijos. Kugler es una de las pocas especialistas en Hungría en violencia familiar y de género.
Fuentes:
Ministerio de Defensa Gyöngyvér Kugler, 2006. “Van-e élet a dohányzás után?”. Budapest, Honvédelmi Minisztérium