La insistencia patriótica de las fiestas nacionales húngaras al final pasa cuenta. Las dos más importantes, la del 15 de marzo y la del 23 de octubre le ponen en bandeja a los grupos ultras hasta la más pequeña de sus demandas nacionalistas y xenófobas. Dibujar en el cuaderno de la escuela, una y otra vez, y con alegría, el recuerdo de guerras medio perdidas, medio ganadas, termina siendo una inevitable apología de la violencia.
La apatía política que acompaña a los que en estas fechas optan por aprovechar el puente para irse a esquiar o a tomar el incipiente sol mediterráneo, no es coyuntural. Tampoco lo son los cada vez más cabezas rapadas embotados en Martins que muestran orgullosos en las mangas de sus chupas los mapas de la Gran Hungría. El viejo, estudiantil y aristocrático paradigma de patria o muerte, que para unas cosas va tan bien, para el desarrollo democrático e integrador de Hungría en Europa va fatal. Los cimientos del imaginario húngaro no ayudan, sino dificultan el mañana. Y no me refiero solo a una sumisa y obediente inserción europea, sino también a la gestión y desarrollo de políticas populares de oposición al neoliberalismo de Bruselas.
Las baldosas abiertas no son reflejo de un temblor, como podríamos pensar a primera vista. Simplemente están mal puestas.
domingo, marzo 11, 2007
El quince del quince, 159 años después
Eloi Castelló, "In memoriam"
por Albert Lázaro Tinaud
Cuando recibes la noticia de la muerte súbita de un amigo, te quedas sin palabras. Puede parecer un tópico, pero cualquiera que lo haya experimentado lo sabe muy bien. Ayer al mediodía moría en Barcelona Eloi Castelló i Gassol, y hoy nos ha llegado la noticia.
Eloi había nacido en Tàrrega en 1972, se había licenciado en filología catalana en Barcelona, y se había especializado en literatura medieval y edición. De este interés suyo por el medioevo catalán salió la edición, compartida con Antón Maria Espadaler, del Cançoner dels comptes d’Urgell (Ediciones de la Universitat de Lleida, 1999).
Pero sin duda, la labor más importante que llevó a cabo Eloi Castelló fue la de traductor de literatura húngara al catalán. Después de haber trabajado como lector de catalán en la Universidad Eötvös Loránd en Budapest (al lado del prestigioso catalanista Kálmán Faluba) y en Szeged, entre los años 1998 y 2004, y de haber aprovechado sus estadías allí para aprender húngaro, se inició en este injustamente maltratado oficio de la traducción e hizo posible que los lectores catalanes accedieran a la obra de algunas de las letras más importantes de la literatura húngara, como Magda Szabó, de la que tradujo, en colaboración con Maria Ginés, la magnífica novela “La porta” (La Magrana, RBA, 2005); Sándor Márai, del que tradujo otra novela imprescindible, “La dona Justa” (Edicions 62, 2005 -siempre sostenía que el título que habían elegido tanto el editor catalán, como el de la edición castellana eran ambiguos-); el premio Nóbel Imre Kertész, del que nos proporcionó tres obras: “Sense destí” (Quaderns Crema, 2003), “Kaddish pell fill no nascut” (Quadern Crema, 2004) y “Liquidació” (Edicions 62, 2004); Ferenc Molnár, del que tradujo su más famosa pieza teatral, Liliom y que además fue la primera traducción suya del húngaro aparecida en formato de libro (Editorial RE&MA 12, 2003), e incluso fue representada en la Sala Beckett de Barcelona en febrero y marzo de ese mismo año; y Dezső Kosztolányi, uno de los narradores húngaros más famosos, con la versión de “Anna Édes” (Edicions Proa, 2006), que hace muy poco pudimos encontrar en las librerías. También tradujo algunos cuentos cortos de István Örkény y un relato, “Els visitadors”, de Lajos Grandel.
Cuando le pedí, allá por Navidad, su bibliografía completa para incluirla en la base de datos bibliográfica que entonces preparaba la Casa de l’Est, me dijo que todavía tenía tres traducciones inéditas: “Alosa”, de Kosztolányi, “El Déu de la pluja plora sobre Mèxic”, de László Passuth y “Si jo fos gran”, de Éva Janikovsky.
Eloi era miembro de la Casa de l’Est, de la Associació Cultural Catalano-Hongaresa y colaboraba con el Comité de Traducciones i Drets Lingüístics del PEN Català.
La cultura catalana acaba de perder, por tanto, a un hombre joven que todavía nos podría haber abierto muchas puertas, un conferenciante muy bien documentado sobre la lengua y la literatura húngara y un luchador incansable por el reconocimiento de los derechos de los traductores literarios. Algunos, además, perdimos un amigo leal, un buen conversador, un enamorado de lo que hacía, a pesar de los escasos resultados económicos que recogía. Ya no lo tendremos entre nosotros, pero su recuerdo, su bondad, su fina ironía, su disimulada timidez, quedarán para siempre indelebles en los que tuvimos la suerte de tratarlo. Y su obra permanecerá perenne en las bibliotecas de los buenos amantes de la literatura.
Nuestro agradecimiento sincero, Eloi, por lo que nos diste, aunque ya no lo puedas recoger.
Traducido por Sebastián Santos del original publicado en el Foro de la Casa de l’Est Eloi Castelló i Gassol falleció en Barcelona el pasado 28 de febrero a la edad de 34 años. Días más tarde, el 9 de marzo, la Associació Cultural Catalano-Hongaresa, la Casa de l’Est y el Comitè de Traduccions i Drets Lingüístics del PEN Català organizó un homenaje en su honor en La Pedrera de Barcelona. Intervinieron en el acto el Cónsul General de Hungría de Barcelona, Ferenc Szabó; el profesor Károly Morvay, de la Universidad Eötvös Loránd de Budapest; el traductor literario Adán Kovacsics; Frederic Guerrero y Albert Lázaro-Tinaut de la Casa de l’Est; Zsigmond Kovács, de la Associació Cultural Catalano-Hongares;, Rossend Arqués, del PEN Cátala; y la profesora Dolors Udina, que leyó algunos fragmentos de su obra.
El acto se realizó a continuación de la mesa redonda con el título “Extermini i traducció”, a la cual Eloi Castelló había sido invitado.
El Pilvax aguanta como una estampita aristocrática sosa
por Sebastián Santos
Las movilizaciones del último año han vuelto a dar significado a la simbología del espacio en Budapest. La discusión se ha servido en la media-mesa húngara cuestionando, desde el vamos, el sentido de la movilización popular. El Fidesz ha capitalizado las calles, haciéndolas patrimonio de la derecha. Los socialistas, por su parte, en un insistente y pedante ejercicio de poder, insisten en el aspecto barriobajero y chabacano del escándalo público.
La derecha se moviliza el próximo 15 de marzo desde el Danubio hasta Blaha Lujza, todo recto por Kossuth Lajos. La izquierda opta por una sobria y estática-multimedia ceremonia en la Plaza de los Héroes.
Los símbolos en asfalto de antaño se mezclan esta vez con las movilizaciones del año pasado. El triángulo Deák tér-Astoria-Erzsébet híd saca humo. No hay más que mirar los nombres de calles y plazas de la zona para darse cuenta que por ahí algo pasó. Fue en 1848, y no hay más que preguntar a cualquiera al pasar para enterarse de quién fue aquel de la Plaza o la calle Petőfi o de dónde viene ese 15 de marzo de la plaza junto al río, al lado de la iglesia. Está en el imaginario popular. Lo han mamado hasta cansarse, en la escuela y en la prensa. Incluso durante el comunismo siguió reivindicándose porque es parte del gran levantamiento que hizo tambalear, de lado a lado, Europa en el XIX. Esto no fue París, ni ahí; pero mamó de la calle, de los gritos de cambio y renovación. No tuvo en absoluto carácter obrero. La revolución húngara fue netamente burguesa y nacionalista. Luchaban sobre todo por librarse del yugo austríaco, eliminar los privilegios de la aristocracia y mejorar el techo de la libertad de expresión.
Como en tantas otras versiones revolucionarias de Hungría, y zonas aledañas, lo del ’48 fue parido en un bar por un grupo de estudiantes radicales. Digamos que comparte la fantasía del imaginario revolucionario moderno. Aquello de que un grupo de iluminados vanguardistas encienden la mecha que estalla en revolución. Lástima que a veces no funciona. En el caso húngaro duró un año y después los pasaron a todos por la piedra. Sándor Petőfi, el famoso líder de aquel 15 de marzo, fue fusilado un año más tarde con tan solo 26 años.
Un pequeño grupo salió del Pilvax, una tradicional y burguesa cafetería, hoy también hotel y restaurante, muy cerca de Ferenciek tér. Tiraron dirección a la Universidad, hoy ELTE. En el cruce con Hatvani, justo frente a la famosa imprenta “Landerer y Heckenast”, donde imprimieron en la clandestinidad los primeros manifiestos y aquel famoso de los 12 puntos, “¿Qué quiere la nación húngara?, y la “Canción nacional”, dicen que ya se les unieron unos cuantos más. Doblaron por Kecskemét, pasaron por Kálvin tér, y frente al Museo Nacional leyeron puntos y proclamas varias. A estas alturas eran varios miles de personas. En el ardor del discurso decidieron ir al Castillo para pedir la libertad de Mihály Táncsics. Y fueron nomás; y sin derramamiento de sangre lo consiguieron. Es un cuento de hadas revolucionario, que si hubiese terminado ahí sería manual “por un mundo mejor”.
Intentar seguir hoy el recorrido del tumulto de aquellos días es imposible. Ese rincón de la ciudad ha cambiado muchísimo. A fines del XIX toda esa zona fue reestructurada. Calles y edificios desaparecieron y aparecieron otros nuevos. Hicieron la gran avenida, Kossuth Lajos, pusieron las Clotildes y tiraron el ayuntamiento; incluso movieron unos metros hacia el Lanchíd la iglesia de la plaza 15 de marzo. La zona ha quedado irreconocible para un viajero del tiempo sin instrucción histórica, pero todos sabemos que ahí pasó algo gordo. Y por eso no es descarado pararse en una esquina, cucarachear en el aire y esperar a descubrir la marca del tiempo.
OK. Difícil encontrar marcas viejas, pero nadie se ha olvidado todavía de las pedradas y los achuchones de la policía entre el puente y Astoria en octubre pasado. Y mezclando las dos historias se me ocurre pensar en aquella Barcelona de hace unos años, protestando contra alguna cumbre mundial y la gente escapándose de la policía entre las callejuelas del casco antiguo. Aquí no pasó así. Todo fue mucho más frontal. Bien porque la policía no apretó hasta el final o bien porque los manifestantes estaban algo más caldeados. No puedo tener menos que curiosidad por ver cómo se comportan unos y otros el próximo jueves. Yo cada vez veo más cabezas rapadas en la ciudad, pero también es verdad que la policía ha quedado muy escarmentada por los abusos del aniversario del ’56.
Del cuentito lo que sí queda, tal cual, es el Pilvax. Sobrevivió a la represión de los habsburgos, a un par de guerras mundiales, y con los comunistas se mantuvo prestigioso. Tanto que quedó inmortalizado en un hermoso poema a dos manos entre Neruda y Asturias publicado en el ’65 en Comiendo en Hungría: “Pilvax y melancolía”. Es algo así como una oda a la sabrosa y abundante cocina húngara, que para los autores nada tenía que envidiar a las delicadezas del occidente capitalista.
40 años después de esta pasadita poético-gastronómica por Europa Oriental, el Pilvax no es lo mismo, o no transmite ese poder empalagoso revolucionario de otros tiempos. Hoy el complejo hotel-cervecería-restaurante está abandonado y solo. Si alguna vez fue una parada obligada, hoy es un páramo. El restaurante está reservado exclusivamente a los clientes del hotel, que por ser contados, lo mantienen prácticamente vacío. Funciona, para el pópulo como un museo. Con apenas un guiño al camarero-filtro de turno se puede entrar y echar una mirada a los muebles y alfombras viejas que lo decoran. Hay unas cuantas pistolas y lo más interesante tal vez sea el original de los 12 puntos de Petőfi, que arrugado y con agujeros, todavía se conserva legible.
En la cervecería se puede tomar algo e incluso comer o cenar. No está muy mal y los precios superan un poco la media pero son accesibles. La última vez comimos y bebimos 4, ciertamente de manera frugal, por unos 13.000 forintos. La majestuosidad de la entrada y la vista exterior del aristocrático y vetusto restaurante no adelantan información sobre la cervecería, digamos pública. Es una ratonera, coqueta y con olor a viejo. Intenta mantener lo que supuestamente esperan los turistas: atención privilegiada y música en vivo. Los instrumentos son los obligados: un címbalo, un contrabajo y un violín. Y los músicos esperan discretamente una señal positiva de los clientes que les permita acercarse sin molestar. Y la comida, pese a anunciarse suntuosamente la destacada labor del chef András Domjan, es entre pobre y normalita. Superable en más de un bodegón de la ciudad o alrededores ¡La ensalada César estaba definitivamente horrible!
Es que a mí me hubiese gustado sentir el poder, sentirme Luke Skywalker, el hijo de Anakin, y sin llegar a hacerme el jedi, saltando de mesa en mesa, recibir el estímulo de las glorias y héroes del pasado y escribir como Neruda o Asturias alguna alegoría culinaria, mancharme la camisa de vino, discutir acaloradamente, mirar los techos altos y sentirme volar. Pero fue una comida y sobre mesa de lo más controlada. Como limpiafondos de pecera nos quedamos atrapados en el rincón, mirando dos veces la carta para no caer en el atrevimiento vano de un precio sideral, y vigilados por la música que hacía las veces de cortina sonora para mantenernos bien a raya pegados a la pared. El camarero, en una especie de repliegue de defensa de básquet, o tal vez simplemente fruto del aburrimiento, quién te dice, una y otra vez nos hacía la pared presentándose raudo preguntándonos si ya habíamos elegido o si queríamos dejar los abrigos en el guardarropa.
Esa noche, en la peatonal Pilvax köz, del distrito 5, el Pilvax no fue lo más interesante. Mucho más fue la montaña de trastos amontonados desordenados en la esquina con Petőfi. Había cientos, sucios y chorreantes. La recogida de basuras es un espectáculo, no por los espontáneos como yo, que tocamos y miramos con asquito, sino por los profesionales que llegan con guantes, carros, coches o furgonetas dispuestos a llevarse lo mejor de cada casa.
Maneras alternativas de celebrar el 15 de marzo
por Ami Preisz
El 15 de marzo es una de las fiestas más importantes del país, es el día de la liberación nacional de Hungría, la revolución de 1848 y 1849; y llevamos celebrándola desde los ’60, del 1800.
Celebrarla ha sido siempre importante, a veces más, a veces menos. Durante la era comunista, cómo no, pintándola de roja, falseándola. Simbolizaba entonces el fin de la opresión de las potencias imperialistas. En los ’50 eran comunes las grandes manifestaciones socialistas, siempre asociándolas al internacionalismo y a la revolución mundial. En los ‘60, la concepción del aniversario, siguiendo la misma línea, cambió, aunque solo un poquito. La convirtieron en un evento estudiantil y la llamaron “Los días de los jóvenes revolucionarios”. Finalmente la fueron fundiendo con otras fiestas comunistas exorcizándola de su verdadero sentido.
En los ’80, a los que como yo estaban en la escuela primaria, les encantaba, aunque no era festivo. Una semana antes ya estábamos preparando banderas rojo-blanco-verdes, y naturalmente, también, cada uno su propia escarapela, que después llevábamos orgullosos prendidas al pecho. No era fiesta pero tampoco había clase. Se organizaban todo tipo de competiciones deportivas. ¡Las carreras de obstáculos eran buenísimas! Antes o después mirábamos algunos documentales en la tele, cantábamos canciones patrias, o recitábamos los consabidos poemas, recordando a los mártires de las batallas del ’48 y del ’49. La Canción Nacional de Petőfi, por supuesto, caía seguro. Disfrutábamos; y tengo que reconocer que nos sentíamos orgullosos.
¿Y hoy, en 2007? Se perdió. Desapareció el orgullo y se fueron las ganas de celebrar. Hice un breve sondeo de opinión y me sorprendí de lo unánime de esta aseveración. El discurso virulento de los políticos y el abuso de los símbolos nacionales llevaron a que descartemos llevar escarapelas, a que dejemos de salir a la calle. ¿Para qué? Ya no es una fiesta. Gobierno y oposición buscan usarnos para sus inescrupulosos fines políticos. Ya no es auténtico, y los símbolos lo ponen todo muy tenso, nos dividen. Reunirse significa ser manipulado, significan problemas, choques; y no solo verbales, sino a veces también físicos.
Así que la mayoría de la gente preferimos salir de excursión, tal vez a esquiar; o quedarnos directamente en casa. O sea, cualquier plan vale, pero evitar las masas. Pero no solo es esta fiesta. El entusiasmo general de la transición de fines de los ’80 también se fue. Y si en algún lugar todavía se mantiene el auténtico fervor nacional es en el extranjero, donde para estas y otras fiestas nacionales se juntan varias generaciones a disfrutar de un verdadero, aunque paradójico, sabor a patria.
También puede ser que todavía, como en otros tiempos, en las escuelas primarias se siga conmemorando el ’48 en estado puro y libre de las preocupaciones políticas de la coyuntura. Y también, tal como declara más de uno de los que evita la aglomeración, la procesión vaya por dentro y en silencio, y a solas se haga un pensado y reflexivo homenaje a todos los que sacrificaron su vida por la independencia del país.
Queramos o no, esos lejanos hechos históricos, que hemos mamado a conciencia, todavía sobreviven en nosotros y seguimos recordando con honra y orgullo a nuestros valientes ancestros. Lo que es objetivo es que el 15 de marzo todo el mundo está contento por tener el día libre de trabajo o de escuela. No creo que se junten muchos para marchar el jueves.
Un poco de historia
por Kléber Mantilla
Para el próximo 15 de marzo se anuncian en Hungría más de 200 actividades diversas que van desde exposiciones de fotografía hasta protestas para cambiar el gobierno. Los más conservadores anuncian la recuperación de todas las tierras perdidas en guerras y los más izquierdistas se van por la reivindicación de un modelo económico más social y justo. No obstante, esa fecha cívica nos recuerda la verdadera historia de Hungría y la creación de las principales instituciones de la sociedad burguesa.
Si volvemos la mirada al siglo XVI, veremos que la nobleza húngara se unió con la Casa de los Habsburgo para detener las permanentes invasiones de los turcos. Luego, cuando el Imperio Otomano cayó después de 150 años de guerras, los húngaros continuaron siendo parte del Imperio Habsburgo.
Para 1860, el suizo Jacob Burckhardt publicó un libro titulado ”La cultura del Renacimiento en Italia” y según muchos críticos fue la obra que consolidó el “Renacimiento” como un término histórico. En realidad la palabra se ajusta también a lo que sucedía en Hungría, pese a que quería decir “renovar”, un concepto religioso y cristiano, salido de la Biblia. Se habla del hombre nuevo, renacido, lo dicen Cristo, Juan el Evangelista, San Pablo e Isaías. Pero en Europa el Renacimiento se distinguía, según Burckhardt, por presentar el nacimiento del Estado y del capitalismo “como una obra de arte, como una creación calculada y consciente que busca su propio interés; por el descubrimiento del arte, de la literatura, de la filosofía de la antigüedad; por el descubrimiento del mundo y del hombre, por el hallazgo del individualismo, por la estética de la naturaleza; por el pleno desarrollo de la personalidad, de la libertad individual y de la autonomía moral basada en un alto concepto de la dignidad humana”. Volviendo al tema, en realidad, esto fue lo que pasó en Hungría.
El reinado húngaro y Transilvania eran la mitad del Imperio Habsburgo. Pese que a diferencia de las demás provincias del imperio, los magiares lograron conservar varias de las instituciones de su antigua monarquía. Por decir, la legislación fue independiente y la tradición de coronar en el trono imperial fue por separado. Los reyes húngaros juraban respeto solo a las leyes húngaras.
Aunque existía independencia, el Reino de Hungría dependía del gobierno central del imperio, ubicado en Viena. Para el siglo XIX su economía feudal giraba en torno a la agricultura con una industria aún incipiente. La mala distribución de la producción agrícola dentro del imperio fue la principal razón de la revolución de 1848.
Desde 1820 ya existían opiniones liberales en contra de la mala distribución de la riqueza que planteaban la creación de un modelo socioeconómico y político independiente de los Habsburgo. Los reformistas pedían un nuevo estado basado en las libertades civiles, el orden económico capitalista y el régimen estatal constitucional burgués. Entre 1832 y 1848 existieron varios cambios en las asambleas nacionales, que no fueron suficientes.
El Imperio Habsburgo colapsó en 1848. Incluso en la misma Viena se derrocaron varios gobiernos y la corte imperial huyó en varias ocasiones. Primero fue la revolución napolitana y luego la parisiense. El 3 de marzo, Lajos Kossuth, líder de los reformistas liberales, leyó un texto donde pedía “la abolición inmediata del sistema de la servidumbre, la distribución de la carga pública, la igualdad de derechos políticos, la representación del pueblo y un gobierno nacional independiente, responsable ante el parlamento”.
Primero llevaron el texto a Bratislava para consolidar una asamblea nacional húngara y luego el 15 de marzo se imprimió y difundió en Pest-Buda, la actual capital. Los Doce Puntos se leyeron junto al Canto Nacional del poeta Sándor Petõfi (1823-1849). Ese día se formó un Comité de Mantenimiento del Orden y fue liberado de prisión el escritor Mihály Táncsics.
El 11 de abril de 1848 se crearon las Leyes de Abril, que tenían el reconocimiento del rey Fernando V (1793-1875). Esta legislación pedía la transformación social, los derechos políticos individuales y la modernización social a través de la abolición del sistema de servidumbre. Se eliminaron las prestaciones feudales y el diezmo a la iglesia católica. El 80 por ciento de la gente de la Hungría de entonces eran siervos que se convirtieron en dueños libres de la tierra que trabajaban. Con la eliminación de los tribunales de los terratenientes desapareció el feudalismo. Además terminaron los privilegios para la nobleza. Todos tenían deberes y derechos por igual y se permitió la libre reunión y expresión con una ley de prensa, que abolía la censura. Después de 300 años el país reconquistó su integridad territorial con los reinados de Hungría y Transilvania.
Pero luego, para el 11 de septiembre, se inició la guerra por la independencia. La monarquía Habsburgo usando al gobernador de Croacia, el virrey Josip Jellashitsh, intentó recuperar sus territorios perdidos con 40 mil soldados. El 29 de septiembre, en Pákozd, a un día a pie de Pest-Buda, el ejército húngaro detuvo a las tropas croatas. Pero el 2 de diciembre, en la ciudad de Olmütz, hicieron abdicar a Fernando V, quien ya había aceptado las Leyes de Abril, y pusieron en su sitio a Francisco José (1830-1916), de 18 años de edad. Así el príncipe Alfred Windischgrätz (1787-1862) volvió a atacar hasta llegar a ocupar Pest-Buda. En los primeros días de 1849, el gobierno y la asamblea nacional húngaros huyeron a Debrecen.
Luego, en marzo, se inició el contraataque del ejército húngaro. En la primavera liberó todo el territorio y el 14 de abril el Parlamento aprobó la Declaración de Independencia y el destronamiento de la Casa de los Habsburgo. En estas condiciones, Francisco José, volvió a atacar pero con el ejército ruso. El zar Nicolás I (1796-1855) envió 200 mil soldados, mientras que el austríaco Julius von Haynau (1786-1853) lo hacía por el norte. El 13 de agosto de 1849 Hungría depuso las armas incondicionalmente y el 6 de octubre fueron ejecutados en Pest el primer ministro Lajos Batthyány y en Arad todos los generales del ejército.
Luego vino una época de represión brutal que fue rechazada por la comunidad internacional, pese a que en el pensamiento político europeo de entonces todavía no existía el concepto de los derechos colectivos de las nacionalidades. Sin embargo, se diseñó el plan de la Confederación del Danubio que integraba a húngaros, croatas, servios y rumanos.
El ex-gobernador Lajos Kossuth, intentó crear un Estado común con principios democráticos y no un imperio caduco, unido por intereses dinásticos. Su ideal solo fue posible en el futuro, pero eso es otra historia.