La abundancia de obras en Budapest es un hecho. Patearse el cartel es una operación cansadora y probablemente imposible. Tal es la dimensión de la plataforma teatral húngara que hasta el universo hispano tiene su lugar. Estos días tenemos la oportunidad de apreciar varias creaciones de directores hispanoamericanos y de obras basadas en piezas de la península o Latinoamérica. Todo un lujo para la diminuta colonia latina “atrapada” felizmente en Hungría.
El teatro que se hace en Hungría no es contestatario ni especialmente provocador, más bien resulta de una tradicional mezcla de piezas célebres, profundas y serias con los latigazos de las nuevas generaciones experimentales. No son las grandes escenografías, sino las piezas pequeñas las que cuentan. Y todo ello gracias al buen número de salas de Budapest que funcionan sin parar temporada a temporada ofreciendo cada una de ellas varias piezas al mismo tiempo.
Ahora parece que algo está por cambiar porque el gobierno ha anunciado que eliminará, a partir de este mismo año, un buen porcentaje de los subsidios al teatro, en el marco de su repetido Plan de Convergencia. Si las cosas no cambian, unas 13 salas habrán desaparecido antes de diciembre de 2007. Una verdadera pena. Y al final tendremos que conformarnos con las puestas en escena que nos ofrece la naturaleza, aunque a veces ni eso. ¿Por qué la terrible tormenta, que tanto divirtió a los británicos, a nosotros no nos quiso azotar la semana pasada? ¿Por qué pasó, sigilosa, fronteriza? Igual, aunque poco, me gustaría saber lo que el viento se llevó aquella noche.
Espero que disfrutéis con esta colección de artículos de “El teatro cada vez se pone más serio” y que os animéis, quienes viváis o hayáis vivido en Hungría a escribir en las próximas ediciones. Solo tenéis que enviarnos un e-mail y os contestaremos a la brevedad indicándoos formato y tema.
viernes, enero 26, 2007
El teatro cada vez se pone más serio
El sueño de los dramaturgos
por Kléber Mantilla
Francis Bacon decía que el leer hace completo al hombre, el hablar lo hace decidido y el escribir lo hace exacto. Pero yo aumentaría que ver teatro lo hace soñador. Y el gran sueño de un vehemente viajero curioso y amante del buen teatro, es arribar a Budapest para caminar por la calle Pál, respirar en ese añejo barrio y constatar algo de las páginas de un viejo libro. Claro, yo ya en algún momento, he recorrido ese sitio y he vivido el mundo de otra infancia a través de la imaginación de Ferenc Molnár (1878-1952), este escritor húngaro que se inspiró para retratar situaciones románticas en divertidos diálogos, convertidas luego en piezas cortas de teatro.
“Los muchachos de la calle Pál”, escrita en 1907, fue el anuncio de una intensa multiplicación de sueños y fantasías del vigoroso teatro húngaro, que en los inicios del siglo XX, ya no ocultaba la creciente preocupación por los problemas de los pobres y las inequidades sociales.
Las obras de Molnár escenifican la vida de los salones de Budapest y las calles. El diablo (1907), Liliom (1909), El cisne (1920), El molino rojo (1923) son la expresión dramatúrgica magyar más célebre de las décadas posteriores, siendo recurrentes en el viejo teatro Vígszínház, de la Teréz körút.
Luego de pocos años otro húngaro, nacionalizado estadounidense, Sándor Márai (1900-1989), cuyo verdadero nombre fue Sándor Grosschmid, continuó con la plasmación de sueños a través de la dramaturgia: La música en Florencia, El último encuentro, La herencia de Eszter, Divorcio en Buda y La amante de Bolzano son obras fabulosas, solo comparadas con las de Thomas Mann y Gyula Krúdy. También Márai no perdió de vista la gente, pues alguna vez habría dicho que la clase media húngara se desintegraba. “Tal vez la única obligación de mi vida y de mi trabajo como escritor sea elaborar el proceso de esa desintegración”. Murió por suicidio en California, Estados Unidos.
En un camino paralelo, el judío húngaro György Tábori/George Tabori (1914), construyó otra extensa obra dramatúrgica basada en la crueldad de las pesadillas de la Segunda Guerra Mundial. Su padre murió en Auschwitz en la cámara de gas, mientras su madre se salvó por el perdón de un nazi al ver sus ojos. En su obra “Mi madre coraje” narra el episodio y dice que los ojos azules la salvaron. Tábori es uno de los más geniales creadores del teatro europeo. Según sus críticos, “producto de un recuerdo que se empeña en entender, el Holocausto aparece en las obras de Tábori con restos de oscura ensoñación, con un humor negro feroz y con elementos imaginarios que subrayan la atrocidad de los otros, supuestamente reales”. Las obras más importantes son Los comensales (1968), Mi madre coraje (1978) y Mein Kampf, farsa (1987). Aquí el dramaturgo ironiza al joven Adolf Hitler cuando llega a Viena para ser pintor y vive con el judío Schlomo Herzl, vendedor de biblias y kamasutras.
Tábori, fue periodista de la BBC, vivió en Hollywood y escribió guiones donde actúan Mia Farrow y Elizabeth Taylor. Además, en América fue amigo de Thomas Mann, Theodor Adorno, Bertolt Brecht, Greta Garbo y Viveca Lindfors, su esposa. Luego en Nueva York se vinculó a Lee Strassberg y Elia Kazan, en la firma el Actors Studio, con actores como Marlon Brando o Marilyn Monroe. En 1952 representó en teatro “Huida a Egipto”, que fue aplaudida por Alfred Hitchcock, quien le pidió que escribiera el guión de la película “Mi secreto me condena”.
Cuando volvió a Londres para escenificar varios textos de Brecht, por ironías de la vida, estrenó en la misma Alemania Los comensales, con un éxito contundente. Ya en el ocaso de su vida, montó en Viena Purgatorio, donde Roosevelt, Churchill y otros, esperan la orden de pasar al Cielo o al Infierno. Y en Berlín montó Velada Brecht, inspirada en una persecución de dos espías del FBI.
Faltan muchos en la lista de dramaturgos, como la baronesa Emmuska Orczy (1865-1947) con su novela “La pimpinela escarlata” sobre la Revolución Francesa, donde cuenta las aventuras de un noble inglés que se esconde tras un disfraz para salvar de la guillotina a los nobles de la corte.
Otro importante es Károly Kisfaludy (1788-1830), dramaturgo de las Guerras Napoleónicas. Su obra teatral Los tártaros en Hungría (1819) es un clásico. También tiene en su haber Irene (1820), una obra trágica, y una comedia, Los pretendientes (1819).
En sí, el teatro es un universo onírico construido con un juego de ficción y realidad, risa y escalofrío, tragedia y sentido. El sueño de un circo con sangre, risas y miles de recuerdos.
Extracto de Purgatorio de György Tábori
“Un cementerio junto al Rhin, hoy, donde los muertos están condenados a recordar aquello que preferirían olvidar, es decir, el octavo círculo del infierno...
LOTTE. -La eternidad dura un segundo, el cielo está reservado para los Goyim y el infierno para nosotros, aquí y ahora, y no allá, abajo, más allá... La mayoría de los que explican chistes comienzan con -interrúmpanme si ya lo saben-, pero no se les puede impedir a los muertos que cuenten una y otra vez los mismos chistes. Los chistes de los muertos y sus risas, no las homéricas sino las más amargas, son recomendados como divertimento para necrófobos, exorcistas, cazadores de fantasmas, amantes frustrados y el resto de la mayoría silenciosa…
LOTTE. -Yo personalmente considero la vida. ¡Oh, sí la vida!, una muy cuestionable forma de entretenimiento, un aburrimiento de por vida. Dicho brevemente, a la vida...que le den. Pero mi muerte, no quisiera presumir, pero mi muerte, ¡Oh, sí mi muerte!, fue un grotesco espléndido, más hermosa que la de Ofelia o la de Juana de Arco, las llamas nunca me gustaron…
ARNOLD. -El tiempo es sensible a las formas; el tiempo, como la música, tiene las más exquisitas formas de la elegancia. Toda vida tiene un principio, un cenit y un final, aunque no precisamente por este orden.”
Fuentes:
Ceremonia sin telón, Geomundos: artes escénicas
“El Quinteto de los milagros”
de Carlos Rodero
Entrevista de Sebastián Santos
CARLOS: Toda esta historia empezó con una idea, que era hacer una adaptación o versión del Retablo de las maravillas de Cervantes. Primero me puse a trabajar en el texto y empecé a tirar del hilo de lo que había y terminamos con una versión totalmente libre. Quedan las huellas, el nombre de los personajes, algunas situaciones del Retablo, pero se convirtió en algo completamente distinto.
Yo el texto lo escribí pensando en la puesta en escena, en el juego para los actores. Las primeras tres semanas de trabajo fueron improvisaciones a partir del material que les llevé y durante ese tiempo reescribí y cambié algunas cosas hasta llegar al resultado final.
El título es “Csodakvintett”, que es algo así como el Quinteto de los milagros. Añadimos algunos personajes, porque en el retablo original son dos personajes que luego convocan al resto. La obra es una especie de compañía que aparece de la nada. No se acuerdan quiénes son, por qué están allí, ni qué tienen que hacer. Entonces poco a poco van tirando, van tirando, hasta que aparece una improvisación nueva sobre el texto de Cervantes.
S.: ¿El contexto cuál es?
CARLOS: El contexto es una especie de farsa política, pero muy suave. Es muy interesante porque la sátira o la parodia, está dibujada en abstracto, en el sentido que un español cuando ve la obra, o un húngaro o un americano o cualquiera, puede hacérsela suya. Los húngaros que la han visto la han llevado completamente a su terreno. Y nos preguntan, por ejemplo: “-Ese tío que hay allí, es un inspector del APEH, ¿no?”, o “-Este es Gyurcsány, ¿no?”. Bueno, sí y no. Es un presidente que puede ser cualquier presidente. Tiene algo de Bush, de Zapatero y de Gyurcsány. El señor del APEH es un poco más autobiográfico, como cualquiera que tenga en Hungría una Bt. o una compañía, pero podría ser un inspector de Hacienda de cualquier país.
La base es el juego de los actores en un espacio completamente vacío. Los 3 actores encarnan a todos los personajes que aparecen en la obra. Van cambiando, a veces en cuestión de segundos, de un personaje a otro y todos los espacios los van creando ellos. Es un trabajo de actores. El acento, la fuerza, la intensidad está en los actores y espero que en el texto también haya algo interesante.
Luego hay un juego al final de la obra (que no lo voy a contar) en el que se le da la vuelta a la tortilla, de forma que involucramos al público real de esta función. Cosa que en Hungría ya se está haciendo pero no es tan común todavía. He visto algo por el estilo en Bárka, en un Hamlet. Durante la obra los actores estaban mezclados entre el público, y aunque no tenían que participar se notaba que estaban incómodos (eso del teatro tradicional que nadie te molesta, que estás allí a oscuras, como un voyeur atento de lo que está pasando delante, aunque el escenario se haya quedado vacío).
A nosotros, cuando planteamos esto, el asistente e incluso los actores, nos advirtieron que en Hungría no es tan fácil, pero ya lo hemos probado y va muy bien. Yo siempre lo he defendido. No es un enfrentamiento directo, ni les hacemos participar de una forma muy activa, con mucho protagonismo, pero rompemos con la convención de la cuarta pared. Los actores bajan. Vamos a ver qué pasa en Budapest.
S.: ¿Cómo es el Tivoli? ¿Cuál es su público habitual?
CARLOS: El Tivoli es un teatro del Budapesti Kamaraszínház. Es la más grandes de sus 3 salas. Las otras son la Shure y la Ericsson. En el Tivoli hay un aforo de entre 150 y 190. Y la programación, si bien no es muy burguesa, tampoco tiene muchas sorpresas. Nosotros somos vendégek, invitados.
S.: ¿El grupo con el que ahora estrenas es de un teatro o es un grupo independiente?
CARLOS: Esta es una compañía que se ha hecho específicamente para montar esta obra. Es una producción independiente. Juntamos director, actores y producción y aquí estamos. Nuestro objetivo es que la temporada que viene ya no seamos invitados, sino que estemos dentro de la programación de algún teatro. Hasta mayo, entonces, haremos actuaciones de invitados y si alguien nos pide la mano entonces ya habrá que pensar más en acomodarse a la línea de la programación.
Es una tarea fácil o difícil, según toque, porque en Hungría los 5 grandes festivales que hay los lleva la misma empresa. Si les gustamos estaremos en todos y si no les gustamos no estaremos en ninguno. Son dos críticos, un director y un dramaturgo. Van a ver las obras durante el invierno y si la cosa funciona, creo que el primero importante es el Poszt Pécs y luego viene el Őszi fesztivál.
S.: ¿En Hungría ya has trabajado para algún teatro?
CARLOS: He trabajado para el Merlin, en el Festival de Ultramar. A los teatros les gusta probar directores extranjeros, por lo exótico, aunque no creo que necesariamente de España, sino más bien en general. Se habían comprometido a montar las obras españolas que se habían traducido.
S.: ¿Siempre tocas autores españoles?
CARLOS: Hasta ahora todavía no me he desenganchado de eso. Pero es una cuestión que no tiene que ver con los húngaros sino con los españoles. Los españoles cuando dicen que te van a apoyar un proyecto es porque tiene alguna conexión con algún texto español. Entonces claro, a los húngaros les interesa ese apoyo económico, porque rebaja muchísimo sus gastos de producción. Y es todo como una pelota. Hasta que tu no seas un director que tengas un sello propio no vas a hacer lo que te de la gana, ni va a venir el teatro a preguntarte qué quieres hacer.
La ayuda que ahora hemos recibido es porque el autor es español, aunque desconocido o joven y la obra está vagamente inspirada en Cervantes, que queda como una especie de mecenas, ahí detrás.
S.: ¿Y cuándo estás pensando en liarte con un teatro, estás pensando en teatros de Budapest o del interior?
CARLOS: No me quiero liar con ningún teatro. Yo lo entiendo como un trabajo de encargo. Si un teatro me llama para hacer algo, lo haría con cualquier teatro. Si me llamaran de Szeged o Kaposvár para dirigir una obra lo haría encantado. Me interesaría una alianza parecida a la de Krétakör. Ese es el modelo, en el sentido que es una compañía independiente que presenta sus obras en distintos espacios, ahora en Thália, ahora en Vidám, por ejemplo.
Trabajar en plantilla de algún teatro tiene ventajas pero también desventajas. La desventaja es que eso se puede convertir en un funcionariado y entonces el teatro va a la oficina, digo el actor va a la oficina. Y está en 15 obras. “-¿Qué toca mañana? -Mañana toca Ibsen y pasado mañana Pintér y luego tengo una película en no sé dónde”. Eso a veces convierte a los teatros en fábricas, en industrias. Además las obras difícilmente se ensayan más de un mes y medio y esto ya se va alejando del arte, del trabajo a conciencia.
S.: Y con los actores, ¿cómo te manejas con el tema del idioma?
CARLOS: Trabajo siempre con una tolmács, que es una santa. Nos conocemos bien. Aunque en esta última también me he animado a intervenir en húngaro. En situaciones muy concretas, con instrucciones muy claras, me he animado a hablar directamente.
La traducción cansa. Pero ahora no siempre tiene que ser en las dos direcciones. Cuando yo me lío en español, entonces pasa por el intérprete; pero cuando ellos me dicen algo en húngaro, muchas veces no es necesario que la intérprete lo traduzca al español. Y ocurre otra cosa interesante también, que es que entre los actores y el director hay un lenguaje no verbal. Con una palabra en el momento preciso, en el contexto adecuado, ya no hacen falta explicaciones. Lo entienden y viceversa. A veces un gesto o una mirada es suficiente. Por ejemplo con el túljátszik, cuando el actor sobreactúa, cuando el actor se pasa, una mirada y el actor ya me ha entendido perfectamente.
Mi ilusión es repetir con los actores. Uno de los 3 actores ya estuvo conmigo en Tomeo y eso facilita las cosas enormemente. Él ya me conoce a mi. Yo ya lo conozco a él y entonces hay muchas veces que ya sabe por donde voy. Ya sabe lo que necesito en este momento y viceversa.
S.: ¿Y qué fue lo de Tomeo?
CARLOS: “Los misterios de la Ópera”, pero sonaba como “Rejtélyek az operában” . Fue un suicidio, una locura. Existía una adaptación de unos valencianos, pero ni a Javier ni a mi nos gustaba. Es una novela corta, yo estaba dudando, pero cuando me dijo que podía reescribirla a mi gusto acepté e hice una adaptación prescindiendo completamente de la que había. Le gustó y la montamos. La tradujeron y la montamos. Pero fue un trabajo durísimo con actores viejos, de edad y de mentalidad. Estaban Vallai Péter del Vígszínház y una mujer que se llama Bordán Irén, una pesadilla.
S.: Y volviendo al principio, ¿cómo llegaste a Hungría?
CARLOS: En bus. Crucé Europa en autobús. Vine de Berlín. Lo que pasa es que pasé por Francia e Italia en un viaje que duró casi una semana, pero yo sabía que venía a Hungría. Fue hace 6 años. Apenas lo había decidido una semana antes.
Una pareja de húngaros fueron los que empezaron a hablarme de Budapest. Nosotros, ya sabes, no conocemos nada de Hungría, poco más que formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Había gente que me decía si no tenía miedo de irme a los Balcanes o a Bucarest. Hay un gran desconocimiento. Recuerdo que visité Barcelona un mes después de estar aquí. Recorrí las librerías, las grandes, a ver qué podía encontrar de literatura húngara en español. Ahora hay más pero en aquel entonces había 4 cosas. Se acababa de publicar la de Márai y estaba el libro de familia de Nádas Péter. También había alguna cosa de Esterházy y poco más.
Yo estaba buscando un año sabático. Estaba escribiendo. Y escribir en Londres, en Berlín o en París es carísimo, porque tienes unos recursos que se te agotan en seguida. Lo que yo quería era escribir y trabajar lo mínimo, porque ya si te sientas en la dinámica de trabajar, ya no escribes. Era cuestión de trabajar lo justo y tener el máximo de tiempo libre posible.
Quería estar lejos. Por eso me fui de Barcelona. Eso lo tenía claro, no sabía donde poner el huevo, digamos, pero lo que tenía claro era que no quería estar en España y cuánto más lejos mejor. En Barcelona habían sido 10 años de una actividad frenética, con millones de cosas, buenas, malas, de todo. No es que tuviera exactamente mal rollo, lo que tenía era una sensación de cansancio, de hartazgo y de necesidad de encontrar cosas nuevas, distintas, completamente diferentes.
S.: ¿En Barcelona que hiciste esos años?
CARLOS: En Barcelona, entre otras cosas, tuve una compañía, que duró 4 años. No estuvo mal. Trabajé también durante un año en la sala pequeña del Instituto del Teatro y en Terrassa en la Lonja. Allí había grupos de teatro amateur que me llamaban para dirigir sus obras. Pero no había nada que me atara, nada lo suficientemente jugoso, potente, ni atractivo. Y dije: “-Bueno, vamos a vivir la aventura.” Nunca imaginé que podría dirigir o montar cosas fuera de Barcelona. La idea solo era vivir, escribir.
S.: ¿Y lo que has escrito?
CARLOS: Irónicamente lo que estaba escribiendo todavía no está terminado. Mi relación con la escritura es desde 2 lados. Uno para la práctica, por ejemplo para montar una obra concreta. La otra forma de acercarme a la escritura es lo menos práctica que te puedas imaginar, llámalo experimental, llámalo como te dé la gana. Es el teatro que yo imagino o que a mi me gustaría. Es un placer enorme escribir así, sin ataduras, pero esa es la parte menos desarrollada, porque luego viene lo práctico y la realidad se impone, y más ahora que he entrado en una dinámica como la de Barcelona. Vuelvo a no tener tiempo para mis aventuras personales.
Por ejemplo, el año del Quijote teníamos una propuesta que quedó en proyecto, no acabó de cuajar. Y eso era algo práctico, porque era una cosa que si la hubiéramos llevado adelante podría fácilmente haber terminado en escena. Pero para hacerlo habría tenido que desaparecer por un par de meses y escribir, porque una cosa así no la puedes hacer en el tren ni por la noche después de una jornada laboral brutal.
S.: Estás haciendo bastantes cosas. ¿No tienes también un curso de teatro en el Cervantes?
CARLOS: No, en el Cervantes lo proponen cada año, pero para que funcione habría que hacer una búsqueda artesanal de la clientela. En la ELTE, para los alumnos del departamento de español, sí habíamos hecho un taller de escritura, en el que ellos escribían teatro, con una serie de dificultades, a partir de unos ejercicios concretos de dramaturgia. Para una cosa así tienes que tener un nivel de español medio alto y te tiene que interesar mínimamente el hecho de escribir teatro. En realidad no es como algunos piensan algo tan profesional y solo para “escritores” sino es más bien algo lúdico y divertido.
Mi trabajo principal durante el invierno es la coordinación de departamentos de teatro en los bilingües. Hay 5 ciudades que están en el proyecto. Cada semana las visito. Está Budapest y cada semana voy a Miskolc, a Szeged, a Pécs y a Debrecen. Hay un festival, abierto, que este año se hace en Budapest y se presentan los trabajos de todo el año de los 5 institutos. Desde octubre hasta abril se van preparando las obras y se presentan durante 2 días en Kőbánya-Kispest. Este año será a principios de abril. Va a haber 4 obras largas y 4 pequeñas. Trabajar con adolescentes me encanta. Es un regalo.
S.: ¿Y ahí el proceso de creación es como en esta de los milagros?
CARLOS: Ahora estoy desarrollando 3 fórmulas más o menos distintas. En una digamos que yo soy el promotor más directo; en la otra los profesores y en la tercera fórmula, que es la mayoría, los alumnos participan también. Esta es la que yo estoy empujando. Todas las piezas son de autores españoles, es una condición que nos pone el Ministerio de Educación. Hay una adaptación de un clásico que es mía, y luego creaciones colectivas.
Este proyecto se está expandiendo ahora a la República Checa, a Bulgaria y a Rumanía. La fórmula es que yo visito estas ciudades trimestralmente y trabajo con los profesores de los institutos. También hay un festival internacional que este año es en Sofía y yo me encargo de la inauguración.
S.: Por último y como dato a los actores españoles que quieren sacar sus obras fuera de España, ¿como pueden hacer para traer obras aquí a Hungría?
CARLOS: La única fórmula más o menos realista es que pase por Emilio Vilanova, por Exteriores y Cultura de la Embajada. Ya se ha hecho. Ellos asumen los gastos del viaje y el teatro los gastos de la representación. Es cuestión de proponerlo cada año en la fecha adecuada, antes del 15 de diciembre para traerlo durante la temporada siguiente.
También hay teatros, como el Trafó, que son ellos los que quieren traer compañías de fuera. Pero tienen que estar en su línea. El Trafó es muy vanguardista y suele traer compañías americanas, inglesas y alemanas. Creo que son los únicos que lo hacen de forma regular.
"El cuarteto de los milagros" (Csodakvintett) se presenta los próximos 31 de enero y 1 de febrero, a las 19 horas, en el Teatro Tivoli (Bp. VI Nagymező u. 8. Tel.:06/1/351-6812)
Mundos paralelos
por Aranyos Eszter
A Borges lo descubro cucaracheando, en movimiento y poco a poco. Normalmente yo no voy a él, sino que él se mete en mi mundo, con insistencia y parsimonia.
Hace 17 años tuve el primer encuentro con el escritor argentino, en clase de –y gracias a– Andrea. Cada semana venía con una novela diferente, y nos dejaba a todos impresionados. Teníamos que leer, analizar y traducir partes de las piezas. Era tal la inmersión, que trabajar con ellas era como vivirlas. Mi preferida era La biblioteca de Babel. Primero fue descubrir los símbolos, de a poco. Los libros. Los caracteres. La escalera. El espiral. El hexágono. Luego la Biblioteca ilimitada y periódica compuesta de galerías hexagonales. Universos paralelos donde, si uno buscase durante un tiempo indefinido, podría encontrar su Vindicación, “o alguna variación pérfida”.
También tengo grabada en la memoria una historia de Andrea y Borges, que probablemente me haya inventado entre lectura y lectura y que me he ido repitiendo a mi misma durante los últimos 15 años. No lo sé. Andrea tenía una entrevista con él en Buenos Aires, y hacia allí volaba cuando se enteró, en el mismo avión, que había muerto justo el día anterior. Más que una simple tragedia si a mi profesora húngara agrego la de una decena de personas que desde distintas y distantes partes del mundo, ese mismo día, habían acudido a una cita imposible.
Pasaron los años, ¿y quién lo diría? caí rendida como una mariposa en celo frente a uno de sus paisanos, otro argentino. Bueno, en principio no parece ser tan difícil, ya que dicen que están por todas partes, pero de primera sentí que nos conocíamos de algún lugar lejano, de otro mundo. Por Argentina jamás me había sentido atraída, no estaba en mi lista de países favoritos, ni mucho menos.
Y tirando del hilo, al final, este verano, estuvimos allí, en la capital más europea y más familiar de América Latina que jamás haya visto. Estar en Buenos Aires era como estar en casa.
Uno de esos días, paseando por San Telmo, el barrio natal del tango, nos llamó la atención un teatrucho de nombre pretencioso, que más parecía una sucursal de la ONU que un teatro. Se llamaba algo así como CELCIT, “Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral”. De la curiosidad por lo impensable pasamos a la sorpresa cuando mi querido maromo dijo que justo ahí mismo se reunía con su banda de amigos en los ’80. Entonces el teatro se llamaba “El Parque”. Para rematar, y leyendo en detalle, descubrimos que el director del teatro no era otro que Carlos Ianni, director de “Cita a ciegas”, la misma obra que Andrea estaba traduciendo al húngaro.
E ir al “Cervantes” a ver la obra de Ianni fue simplemente dejarse llevar por la acumulación de coincidencias. Vimos el Buenos Aires de Borges, o mejor, vimos Buenos Aires con Borges, o mejor todavía, vimos a un viejo ciego sentado en un banquito escuchando con suma paciencia historias ajenas. Y el viejo, de un verbo precioso, dio y preguntó hasta que finalmente descubrió la famosa conexión babeliana de los mundos paralelos, y el círculo se cerró, y nos fuimos a comer una pizza a la calle Corrientes.
Ahora, en Hungría, las cosas fluyen tranquilamente. Unos están contentos, otros tristes. Unos se curan, otros se enferman. Unos descubren la razón de su vida, otros empiezan a perder el rumbo. Y todos, lentamente, vamos engarzando las piezas sincrónicas de cada universo paralelo.
Dentro de dos semanas, el 16 de febrero de 2007, se presentará en Miskolc, por primera vez en Europa, Cita a ciegas.
Noches de celuloide
por Gastón Dirk
Mi relación con el cine no es común, supongo que muchos compartirán esta memoria de la infancia, pasando tardes de vacaciones escudriñando con la mirada la luz catártica del televisor, que es infinitamente mejor que la realidad cuando se es niño.
Las imágenes en blanco y negro de los detectives privados como Sam Spade (Humphrey Bogart en “El Halcón Maltés”), Philip Marlowe (Bogart en “The Big Sleep”), Mike Hammer, o agentes secretos como James Bond (sobre todo Sean Connery) y el joven Ethan Hunt (Tom Cruise en “Misión Imposible”) son figuras que más o menos quedan marcadas en la infancia.
¿Quién no ha soñado con ser agente secreto? Mafioso como Al Capone (De Niro en “Los Intocables de Elliott Ness”), Michael Corleone (Al Pacino en “El Padrino”) o Jimmy Conway (De Niro en “Goodfellas”), vaquero como Clint Eastwood en la “Trilogía de dólares” de Sergio Leone o Charlie Bronson en “Once Upon A Time In The West”. Podría continuar: Lee Marvin, John Cassavetes, James Dean… todos son iconos, mitos, figuras que prácticamente superan al mismo dios del trueno Zeus.
No sería nada descabellado decir que estos actores moldean con sus interpretaciones las personalidades de gran parte de la población “civilizada”. Uno siempre puede recordarse citando una película, encontrando analogías entre un film y una experiencia propia, o imitando los gestos y palabras de estos personajes. El llamado séptimo arte es una bendición. La conjunción perfecta entre arte pictórico/visual y literatura. Una imagen vale más que mil palabras, pero si las mil palabras se superponen a sucesiones de imágenes, el resultado es asombroso y totalmente artístico.
Con el tiempo he observado que el cine es un pasatiempo para el llamado “vulgo”, una actividad recreativa de fin de semana para amenizar los días de trabajo o de estudios. Después existe una cierta sociedad secreta, si se le quiere llamar así, que es la casta de los intelectuales, que no solo se tragan diez veces más películas, sino que también se interesan por aquellas producciones artísticas o vanguardistas, que para el “vulgo” resultan aburridas, insoportables y pesadas por solo mencionar unos pocos adjetivos de los que suelen usar para referirse a estos films.
Yo sin embargo (y confesando que me gusta mucho el cine popular) pertenezco a la casta intelectual (y esto no es pretensión, es un hecho). Admiro a directores de cine independiente, como Jim Jarmusch, que exprime el absurdo de las situaciones más cotidianas, o Werner Herzog, siempre inmerso en la oscura jungla, que es la psique humana y los sueños imposibles. Las divagaciones de carácter marxista y existencialista con toques de cine negro de Jean-Luc Godard (un verdadero merecedor del calificativo “genio”), la sexualidad explicita inherente al ser humano y la representación de los instintos en las historias de Bernardo Bertolucci, la metáfora de la vida como un recorrido por largas autopistas en las obras de Wim Wenders o la genialidad de Garci, entre otros.
Perteneciente a esta subcategoría del cine, que es el cine artístico, se encuentra un film en concreto que cuenta entre mis primeras impresiones húngaras: “Kontroll” de Nimród Antal: un debut excepcional para el director, muy buena banda sonora, guión adecuado, personajes perfectamente perfilados, situaciones cómicas, misterio, un reflejo fiel de la especial atmósfera que se respira en el metro de Budapest.
Sinceramente no he encontrado a muchos húngaros que alaben esta película, pero yo sinceramente opino que es una obra hecha con maestría sobre todo si se tiene en cuenta que es el primer trabajo del joven director. No por nada es la primera película húngara en aparecer en el prestigioso Festival de Cannes en los últimos 20 años.
Para seguir con Hungría, hay dos directores que personalmente tengo en un pedestal y son: István Szabó y Béla Tarr.
Como es bien sabido, al menos entre cinéfilos, István Szabó es el director mas aclamado por la crítica en la historia del cine húngaro y probablemente el cineasta más conocido que este país haya dado. Sus filmes artísticos de los 60 y los 70, son de lo más sutil: “Apa”, “Szerelmesfilm”, “Tűzoltó utca 25” o “Budapesti mesék” entre otros. Sin embargo su gran paso fueron los tres trabajos que yo considero el punto álgido de su carrera, junto al actor austriaco Klaus Maria Brandauer, que fueron su adaptación del Fausto “Mephisto” (que le valió el Oscar a Mejor Película Extranjera” y ha sido hasta ahora el único Oscar concedido a una producción húngara), “Redl ezredes” (ganadora del premio del jurado en Cannes) y “Hanussen” sobre el ocultista Erik Jan Hanussen, simpatizante del régimen Nazi a pesar de su origen judío. Estos tres films son una crítica totalmente abierta, sincera y certera al fascismo y se sumergen en la conciencia humana con fuerza, apoyados en una gran carga de simbolismo visual. Szabó ha realizado varios trabajos en los Estados Unidos junto a actores de Hollywood como Ralph Fiennes en “Sunshine” y más recientemente Jeremy Irons y Annette Bening en “Being Julia”.
Por otro lado el director Béla Tarr, algo más experimental en la esencia de sus trabajos, es otro personaje en el mundo del cine que tengo por fascinante. Su primer trabajo “Családi tűzfészek”, comparado por la crítica con las obras de John Cassavetes como director, es una crítica social, con un pequeño apartamento como escenario que le da un aire ciertamente claustrofóbico. A partir de aquí sigue realizando películas de gran calidad artística pero de estilo similar como puedan ser “Szabadgyalog” o “Panelkapcsolat”.
Su adaptación televisiva de Macbeth significó un cambio radical en su forma de hacer cine y pasó a tener una cualidad más metafísica que realista. Con experimentos visuales interesantes como el rodar dicha adaptación de Shakespeare en dos tomas: una de 5 minutos y otra de 1 hora. Su adaptación de la novela “Sátántangó” del escritor László Krasznahorkai es una película épica de 7 horas que llevó más de 7 años en hacerse. En estos últimos trabajos, Tarr optó por tomas largas de hasta 10 minutos. Con sus películas más recientes como “Werckmeister harmóniák” y “The Man From London” que sigue en preproducción, retrasada desde 2005 debido en parte al suicidio del productor, el director recibe más calurosos aplausos de la crítica en general y aún tiene mucho que dar, o eso espero.
Terminadas estas divagaciones sobre mis dos directores húngaros predilectos me gustaría confesar, simplemente a modo de apertura de la sección, los momentos mágicos que el cine provoca. Las cosas más triviales se vuelven fundamentales como dijo Enrique Bunbury, cuando por ejemplo Tom Waits e Iggy Pop comparten una taza de café en “Coffee & Cigarettes” de Jarmusch y luchan por resistir la tentación al paquete de tabaco que alguien ha dejado sobre la mesa. La escena de “Banda a part” de Godard en la que los protagonistas atraviesan el Louvre corriendo. La escena de apertura en “Sátántangó” de Béla Tarr con las vacas y los dos chicos caminando por la calle con la basura moviéndose por el viento a su alrededor. El cine es definitivamente el vehículo de expresión más poderoso de todos los que hay.
En las calles de Budapest, donde toda clase de individuos acechan en las esquinas, muchas veces me siento, como si estuviera en una película, bellamente rodada y con un guión imprevisible.