viernes, enero 26, 2007

“El Quinteto de los milagros”

de Carlos Rodero

Entrevista de Sebastián Santos

CARLOS: Toda esta historia empezó con una idea, que era hacer una adaptación o versión del Retablo de las maravillas de Cervantes. Primero me puse a trabajar en el texto y empecé a tirar del hilo de lo que había y terminamos con una versión totalmente libre. Quedan las huellas, el nombre de los personajes, algunas situaciones del Retablo, pero se convirtió en algo completamente distinto.

Yo el texto lo escribí pensando en la puesta en escena, en el juego para los actores. Las primeras tres semanas de trabajo fueron improvisaciones a partir del material que les llevé y durante ese tiempo reescribí y cambié algunas cosas hasta llegar al resultado final.

El título es “Csodakvintett”, que es algo así como el Quinteto de los milagros. Añadimos algunos personajes, porque en el retablo original son dos personajes que luego convocan al resto. La obra es una especie de compañía que aparece de la nada. No se acuerdan quiénes son, por qué están allí, ni qué tienen que hacer. Entonces poco a poco van tirando, van tirando, hasta que aparece una improvisación nueva sobre el texto de Cervantes.

S.: ¿El contexto cuál es?

CARLOS: El contexto es una especie de farsa política, pero muy suave. Es muy interesante porque la sátira o la parodia, está dibujada en abstracto, en el sentido que un español cuando ve la obra, o un húngaro o un americano o cualquiera, puede hacérsela suya. Los húngaros que la han visto la han llevado completamente a su terreno. Y nos preguntan, por ejemplo: “-Ese tío que hay allí, es un inspector del APEH, ¿no?”, o “-Este es Gyurcsány, ¿no?”. Bueno, sí y no. Es un presidente que puede ser cualquier presidente. Tiene algo de Bush, de Zapatero y de Gyurcsány. El señor del APEH es un poco más autobiográfico, como cualquiera que tenga en Hungría una Bt. o una compañía, pero podría ser un inspector de Hacienda de cualquier país.

La base es el juego de los actores en un espacio completamente vacío. Los 3 actores encarnan a todos los personajes que aparecen en la obra. Van cambiando, a veces en cuestión de segundos, de un personaje a otro y todos los espacios los van creando ellos. Es un trabajo de actores. El acento, la fuerza, la intensidad está en los actores y espero que en el texto también haya algo interesante.

Luego hay un juego al final de la obra (que no lo voy a contar) en el que se le da la vuelta a la tortilla, de forma que involucramos al público real de esta función. Cosa que en Hungría ya se está haciendo pero no es tan común todavía. He visto algo por el estilo en Bárka, en un Hamlet. Durante la obra los actores estaban mezclados entre el público, y aunque no tenían que participar se notaba que estaban incómodos (eso del teatro tradicional que nadie te molesta, que estás allí a oscuras, como un voyeur atento de lo que está pasando delante, aunque el escenario se haya quedado vacío).

A nosotros, cuando planteamos esto, el asistente e incluso los actores, nos advirtieron que en Hungría no es tan fácil, pero ya lo hemos probado y va muy bien. Yo siempre lo he defendido. No es un enfrentamiento directo, ni les hacemos participar de una forma muy activa, con mucho protagonismo, pero rompemos con la convención de la cuarta pared. Los actores bajan. Vamos a ver qué pasa en Budapest.

S.: ¿Cómo es el Tivoli? ¿Cuál es su público habitual?

CARLOS: El Tivoli es un teatro del Budapesti Kamaraszínház. Es la más grandes de sus 3 salas. Las otras son la Shure y la Ericsson. En el Tivoli hay un aforo de entre 150 y 190. Y la programación, si bien no es muy burguesa, tampoco tiene muchas sorpresas. Nosotros somos vendégek, invitados.

S.: ¿El grupo con el que ahora estrenas es de un teatro o es un grupo independiente?

CARLOS: Esta es una compañía que se ha hecho específicamente para montar esta obra. Es una producción independiente. Juntamos director, actores y producción y aquí estamos. Nuestro objetivo es que la temporada que viene ya no seamos invitados, sino que estemos dentro de la programación de algún teatro. Hasta mayo, entonces, haremos actuaciones de invitados y si alguien nos pide la mano entonces ya habrá que pensar más en acomodarse a la línea de la programación.

Es una tarea fácil o difícil, según toque, porque en Hungría los 5 grandes festivales que hay los lleva la misma empresa. Si les gustamos estaremos en todos y si no les gustamos no estaremos en ninguno. Son dos críticos, un director y un dramaturgo. Van a ver las obras durante el invierno y si la cosa funciona, creo que el primero importante es el Poszt Pécs y luego viene el Őszi fesztivál.

S.: ¿En Hungría ya has trabajado para algún teatro?

CARLOS: He trabajado para el Merlin, en el Festival de Ultramar. A los teatros les gusta probar directores extranjeros, por lo exótico, aunque no creo que necesariamente de España, sino más bien en general. Se habían comprometido a montar las obras españolas que se habían traducido.

S.: ¿Siempre tocas autores españoles?

CARLOS: Hasta ahora todavía no me he desenganchado de eso. Pero es una cuestión que no tiene que ver con los húngaros sino con los españoles. Los españoles cuando dicen que te van a apoyar un proyecto es porque tiene alguna conexión con algún texto español. Entonces claro, a los húngaros les interesa ese apoyo económico, porque rebaja muchísimo sus gastos de producción. Y es todo como una pelota. Hasta que tu no seas un director que tengas un sello propio no vas a hacer lo que te de la gana, ni va a venir el teatro a preguntarte qué quieres hacer.

La ayuda que ahora hemos recibido es porque el autor es español, aunque desconocido o joven y la obra está vagamente inspirada en Cervantes, que queda como una especie de mecenas, ahí detrás.

S.: ¿Y cuándo estás pensando en liarte con un teatro, estás pensando en teatros de Budapest o del interior?

CARLOS: No me quiero liar con ningún teatro. Yo lo entiendo como un trabajo de encargo. Si un teatro me llama para hacer algo, lo haría con cualquier teatro. Si me llamaran de Szeged o Kaposvár para dirigir una obra lo haría encantado. Me interesaría una alianza parecida a la de Krétakör. Ese es el modelo, en el sentido que es una compañía independiente que presenta sus obras en distintos espacios, ahora en Thália, ahora en Vidám, por ejemplo.

Trabajar en plantilla de algún teatro tiene ventajas pero también desventajas. La desventaja es que eso se puede convertir en un funcionariado y entonces el teatro va a la oficina, digo el actor va a la oficina. Y está en 15 obras. “-¿Qué toca mañana? -Mañana toca Ibsen y pasado mañana Pintér y luego tengo una película en no sé dónde”. Eso a veces convierte a los teatros en fábricas, en industrias. Además las obras difícilmente se ensayan más de un mes y medio y esto ya se va alejando del arte, del trabajo a conciencia.

S.: Y con los actores, ¿cómo te manejas con el tema del idioma?

CARLOS: Trabajo siempre con una tolmács, que es una santa. Nos conocemos bien. Aunque en esta última también me he animado a intervenir en húngaro. En situaciones muy concretas, con instrucciones muy claras, me he animado a hablar directamente.

La traducción cansa. Pero ahora no siempre tiene que ser en las dos direcciones. Cuando yo me lío en español, entonces pasa por el intérprete; pero cuando ellos me dicen algo en húngaro, muchas veces no es necesario que la intérprete lo traduzca al español. Y ocurre otra cosa interesante también, que es que entre los actores y el director hay un lenguaje no verbal. Con una palabra en el momento preciso, en el contexto adecuado, ya no hacen falta explicaciones. Lo entienden y viceversa. A veces un gesto o una mirada es suficiente. Por ejemplo con el túljátszik, cuando el actor sobreactúa, cuando el actor se pasa, una mirada y el actor ya me ha entendido perfectamente.

Mi ilusión es repetir con los actores. Uno de los 3 actores ya estuvo conmigo en Tomeo y eso facilita las cosas enormemente. Él ya me conoce a mi. Yo ya lo conozco a él y entonces hay muchas veces que ya sabe por donde voy. Ya sabe lo que necesito en este momento y viceversa.

S.: ¿Y qué fue lo de Tomeo?

CARLOS: “Los misterios de la Ópera”, pero sonaba como “Rejtélyek az operában” . Fue un suicidio, una locura. Existía una adaptación de unos valencianos, pero ni a Javier ni a mi nos gustaba. Es una novela corta, yo estaba dudando, pero cuando me dijo que podía reescribirla a mi gusto acepté e hice una adaptación prescindiendo completamente de la que había. Le gustó y la montamos. La tradujeron y la montamos. Pero fue un trabajo durísimo con actores viejos, de edad y de mentalidad. Estaban Vallai Péter del Vígszínház y una mujer que se llama Bordán Irén, una pesadilla.

S.: Y volviendo al principio, ¿cómo llegaste a Hungría?

CARLOS: En bus. Crucé Europa en autobús. Vine de Berlín. Lo que pasa es que pasé por Francia e Italia en un viaje que duró casi una semana, pero yo sabía que venía a Hungría. Fue hace 6 años. Apenas lo había decidido una semana antes.

Una pareja de húngaros fueron los que empezaron a hablarme de Budapest. Nosotros, ya sabes, no conocemos nada de Hungría, poco más que formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Había gente que me decía si no tenía miedo de irme a los Balcanes o a Bucarest. Hay un gran desconocimiento. Recuerdo que visité Barcelona un mes después de estar aquí. Recorrí las librerías, las grandes, a ver qué podía encontrar de literatura húngara en español. Ahora hay más pero en aquel entonces había 4 cosas. Se acababa de publicar la de Márai y estaba el libro de familia de Nádas Péter. También había alguna cosa de Esterházy y poco más.

Yo estaba buscando un año sabático. Estaba escribiendo. Y escribir en Londres, en Berlín o en París es carísimo, porque tienes unos recursos que se te agotan en seguida. Lo que yo quería era escribir y trabajar lo mínimo, porque ya si te sientas en la dinámica de trabajar, ya no escribes. Era cuestión de trabajar lo justo y tener el máximo de tiempo libre posible.

Quería estar lejos. Por eso me fui de Barcelona. Eso lo tenía claro, no sabía donde poner el huevo, digamos, pero lo que tenía claro era que no quería estar en España y cuánto más lejos mejor. En Barcelona habían sido 10 años de una actividad frenética, con millones de cosas, buenas, malas, de todo. No es que tuviera exactamente mal rollo, lo que tenía era una sensación de cansancio, de hartazgo y de necesidad de encontrar cosas nuevas, distintas, completamente diferentes.

S.: ¿En Barcelona que hiciste esos años?

CARLOS: En Barcelona, entre otras cosas, tuve una compañía, que duró 4 años. No estuvo mal. Trabajé también durante un año en la sala pequeña del Instituto del Teatro y en Terrassa en la Lonja. Allí había grupos de teatro amateur que me llamaban para dirigir sus obras. Pero no había nada que me atara, nada lo suficientemente jugoso, potente, ni atractivo. Y dije: “-Bueno, vamos a vivir la aventura.” Nunca imaginé que podría dirigir o montar cosas fuera de Barcelona. La idea solo era vivir, escribir.

S.: ¿Y lo que has escrito?

CARLOS: Irónicamente lo que estaba escribiendo todavía no está terminado. Mi relación con la escritura es desde 2 lados. Uno para la práctica, por ejemplo para montar una obra concreta. La otra forma de acercarme a la escritura es lo menos práctica que te puedas imaginar, llámalo experimental, llámalo como te dé la gana. Es el teatro que yo imagino o que a mi me gustaría. Es un placer enorme escribir así, sin ataduras, pero esa es la parte menos desarrollada, porque luego viene lo práctico y la realidad se impone, y más ahora que he entrado en una dinámica como la de Barcelona. Vuelvo a no tener tiempo para mis aventuras personales.

Por ejemplo, el año del Quijote teníamos una propuesta que quedó en proyecto, no acabó de cuajar. Y eso era algo práctico, porque era una cosa que si la hubiéramos llevado adelante podría fácilmente haber terminado en escena. Pero para hacerlo habría tenido que desaparecer por un par de meses y escribir, porque una cosa así no la puedes hacer en el tren ni por la noche después de una jornada laboral brutal.

S.: Estás haciendo bastantes cosas. ¿No tienes también un curso de teatro en el Cervantes?

CARLOS: No, en el Cervantes lo proponen cada año, pero para que funcione habría que hacer una búsqueda artesanal de la clientela. En la ELTE, para los alumnos del departamento de español, sí habíamos hecho un taller de escritura, en el que ellos escribían teatro, con una serie de dificultades, a partir de unos ejercicios concretos de dramaturgia. Para una cosa así tienes que tener un nivel de español medio alto y te tiene que interesar mínimamente el hecho de escribir teatro. En realidad no es como algunos piensan algo tan profesional y solo para “escritores” sino es más bien algo lúdico y divertido.

Mi trabajo principal durante el invierno es la coordinación de departamentos de teatro en los bilingües. Hay 5 ciudades que están en el proyecto. Cada semana las visito. Está Budapest y cada semana voy a Miskolc, a Szeged, a Pécs y a Debrecen. Hay un festival, abierto, que este año se hace en Budapest y se presentan los trabajos de todo el año de los 5 institutos. Desde octubre hasta abril se van preparando las obras y se presentan durante 2 días en Kőbánya-Kispest. Este año será a principios de abril. Va a haber 4 obras largas y 4 pequeñas. Trabajar con adolescentes me encanta. Es un regalo.

S.: ¿Y ahí el proceso de creación es como en esta de los milagros?

CARLOS: Ahora estoy desarrollando 3 fórmulas más o menos distintas. En una digamos que yo soy el promotor más directo; en la otra los profesores y en la tercera fórmula, que es la mayoría, los alumnos participan también. Esta es la que yo estoy empujando. Todas las piezas son de autores españoles, es una condición que nos pone el Ministerio de Educación. Hay una adaptación de un clásico que es mía, y luego creaciones colectivas.

Este proyecto se está expandiendo ahora a la República Checa, a Bulgaria y a Rumanía. La fórmula es que yo visito estas ciudades trimestralmente y trabajo con los profesores de los institutos. También hay un festival internacional que este año es en Sofía y yo me encargo de la inauguración.

S.: Por último y como dato a los actores españoles que quieren sacar sus obras fuera de España, ¿como pueden hacer para traer obras aquí a Hungría?

CARLOS: La única fórmula más o menos realista es que pase por Emilio Vilanova, por Exteriores y Cultura de la Embajada. Ya se ha hecho. Ellos asumen los gastos del viaje y el teatro los gastos de la representación. Es cuestión de proponerlo cada año en la fecha adecuada, antes del 15 de diciembre para traerlo durante la temporada siguiente.

También hay teatros, como el Trafó, que son ellos los que quieren traer compañías de fuera. Pero tienen que estar en su línea. El Trafó es muy vanguardista y suele traer compañías americanas, inglesas y alemanas. Creo que son los únicos que lo hacen de forma regular.


"El cuarteto de los milagros" (Csodakvintett) se presenta los próximos 31 de enero y 1 de febrero, a las 19 horas, en el Teatro Tivoli (Bp. VI Nagymező u. 8. Tel.:06/1/351-6812)

Dossier de la obra

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