sábado, octubre 28, 2006

La casa, esta revuelta, en el 50 aniversario del 23 de octubre de 1956

Si en algo pueden llegar a coincidir las diferentes formas de revivir en Hungría octubre del 56 es en la exaltación de la patria y la libertad. El lunes para todos fue una fiesta de mucha bandera. Algunos rememoraron con nostalgia la lucha contra la opresión rusa paseando tranquilamente por Hősök tere o la avenida Andrássy, otros la revivieron en carne propia contra el fantasma comunista entre gases lacrimógenos, policías a caballo, porras, balas de goma, chorros de agua e incluso con los propios tanques y camiones de los años 50. Esta versión, fue si más ni menos, terapéutica.

Salimos de casa después de comer con la tranquilidad angelical del eterno turista después de mirar la programación para el día en internet. Era un día precioso, soleado y primaveral. En Hősök tere tenían todo listo para inaugurar el nuevo monumento del 56 y además había unas instalaciones rotatorias recordando a los mártires de la revolución. Más abajo, en Andrássy a ambos lados de la calle había camiones y buses de la época. La gente se subía y se hacía fotos. Incluso llegamos a ver algún tranvía realmente viejo circulando por Oktogon y alguna moto vetusta-vetusta subiendo y bajando por la avenida. Una tarde de helados, patatas fritas con ketchup y terracitas.

El clima, al menos el mental, se empezó a enturbiar cuando llegamos al Corvin. Allí, justo frente al cine, había montado un escenario y hablaban frente a un grupo grande y compacto que llegaba hasta la calle. Ni idea de qué hablaban, lo que me llamó la atención, además de las consabidas banderas con el símbolo monárquico en el medio y las blancas y rojas rayadas recordando el escudo de Árpád, fueron la cantidad de skin-heads que había. El look era de lo más internacional, bomber, pantalones negros, Martins y cabezas rapadas. Como todo símbolo, un mapa de la Gran Hungría. A mi me dan “cosita” esta gente, pero he de decir que no hubo ningún incidente, ni siquiera malas caras. Una concentración tranquila.

La esquivamos y nos fuimos a un museo precioso que habían montado al lado del cine y que juntaba cientos de objetos de la época. En las calles próximas y en la plaza del fondo, que está en obras, había tanques y anti-aéreos donde los niños se subían y se hacían fotos. Era una extraña, aunque agradable, composición de rebeldía. Me hubiese gustado subirme a mi también, pero otro era el lugar donde los adultos se subían.

Ya ahí escuchamos gente hablando por móvil, que comentaba que había movida en Arany János utca con Bajcsy-Zsilinszky. Unos decían que andaban a los piedrazos y otros que la policía estaba tirando con el cañón de agua.
No le dimos mayor importancia y seguimos el tour hacia Astoria a ver cómo iba la concentración del Fidesz.

Ahí, ya estarían por dar las 6 de la tarde, cambió el color de la celebración. Abajo, en el metro, nos lloraban los ojos por los lacrimógenos, pero igual subimos a Deák tér. Siempre es mejor ver las cosas por uno mismo y no por los dudosos medios de comunicación de masas.
Arriba habían montado todo un festival. Justo donde estaba la boca del metro había una larga barricada con piedras, con un tanque y un camión de los años de Montoto. Después alguien comentó que eran unos, que como en Corvin, tenían en exposición cerca de ahí.
Al otro lado y bordeando la plaza había una compacta hilera de policías de choque. De un lado venían los gases y de otro las piedras.
No quisimos abusar de nuestra suerte y tampoco tuvimos tiempo de evaluar nuestro compromiso político. Así que volvimos a bajar, pero el metro ya no paraba en Deák, pasaba de largo.
Buscamos otra salida y nos fuimos por una calle lateral que también estaba blindada por policías. La gente que se alejaba los insultaba y los azules hacían gestos con las manos invitándolos a acercárseles, supongo que para darles de hostias.

Nos alejamos todavía llorando, decididos a ver el Parlamento. De ahí en más caminamos y caminamos eternamente. Toda esa parte de la ciudad estaba cortarrajeada por columnas de policías. Al Parlamento, por supuesto, no pudimos ni llegar y después, cruzar Bajcsy-Zsilinszky para volver a casa tampoco fue fácil. Tuvimos que hacer una parada estratégica en un bareto que aguantaba la movida y ofrecía ánimo y bebida a los náufragos como nosotros que deambulábamos por la ciudad.

En Oktogon conseguimos coger el metro amarillo, precioso, y nos bajamos otra vez en Hősök tere. Ahí estaba Gyurcsány y los famosos 50 jefes de estado. No puedo decir que era una celebración popular, más bien elitista y alejada de la gente de a pie. Alrededor del monumento había un gran cordón policial y dentro una banda militar tocaba sin cesar y otros tantos militares con la tira de banderas marchaban orgullosos.
Un buen grupo de los que miraban, colgados de las vallas de contención, silbaba, tocaba matracas y gritaba: “¡Gyurcsány, vete!”. También es verdad que otros los hacían callar. Eran las 7.30.

Tenían todo cortado. Para volver a casa sin comernos la parafernalia de la inauguración, tuvimos que dar una inmensa vuelta alrededor de Dózsa György. Por suerte nuestra querida hamburguesería estaba abierta y nos manducamos un par de dobles con queso.

Cuesta tomar partido ante estos hechos. Es una situación exigente y muchos ya han optado por volver a la apática generación “x”. La media insiste en los 200 millones de daños ocasionados a la ciudad, el mal comportamiento de algunos manifestantes y la mala reputación que esto implica para Hungría. A mi modo de ver no es un problema, sino un síntoma de un gobierno que no logra consensuar su política y de una oposición oportunista.
El malestar social es un hecho y la falta de alternativas políticas derivan las opiniones hacia la violencia callejera o hacia la abulia política.

Espero que disfrutéis con esta colección de artículos de “La casa, esta revuelta, en el 50 aniversario del 23 de octubre de 1956” y que os animéis, quienes viváis o hayáis vivido en Hungría a escribir en las próximas ediciones. Solo tenéis que enviarnos un e-mail y os contestaremos a la brevedad indicándoos formato y tema.

Los valores de la revolución. Recordando al joven Endre Atzél

Entrevista a su hija Kinga Atzél

por Sebastián Santos

Endre Atzél (1936-2005) participó, con apenas 19 años, en la revolución de 1956. El gobierno comunista lo condenó a prisión y lo mantuvo en la cárcel 6 años y medio hasta la amnistía general de 1963. Después de su liberación y hasta el cambio del sistema figuró en las listas negras del gobierno.
En Hungría se lo celebra como uno de los héroes de la revolución y gran defensor de los derechos de los húngaros de Rumanía, especialmente de los changos.
Falleció en diciembre de 2005 y tuvo un entierro multitudinario entre música, recitado folc y discursos políticos de homenaje.
Esta entrevista, con una de sus hijas, pretende constatar el mantenimiento y la herencia de los valores que movilizaron a miles de personas en octubre de 1956.

KINGA: Para mi familia, el 56 era como una base, un fundamento. Era un tema casi constante. Un tema que se trataba con mucho respeto. Hablar o recordar el 56 era sobre todo hablar de valores y de principios morales.
Cuando íbamos juntos por la ciudad y pasábamos, por ejemplo, por Széna tér o la plaza Corvin, mi papá nos contaba que allí había habido jóvenes luchando durante la revolución; o cuando estábamos en la calle Fő nos hablaba del "célebre" centro de detención que allí funcionaba y adonde llevaban detenidos en grandes coches negros para los primeros interrogatorios y luego derivarlos a otros centros; o si andábamos cerca del hospital Péterffy nos recordaba la imprenta que allí funcionaba. Era una imprenta manual, muy rudimentaria, que usaba mi papá y algunos compañeros para difundir folletos y octavillas.

S.: ¿A qué grupo político pertenecía tu padre?
KINGA: No había ningún grupo político, era todo mucho más espontáneo. En el proceso judicial inventaron un grupo para poder enjuiciarlos de manera orgánica. Era una práctica habitual para darle un cierto carácter legal a los juicios. Juntaban personas que ni siquiera se conocían y las cuadraban dentro de un grupo que nunca había existido, un grupo inventado. A mi papá lo pusieron en el de "Pécs Géza és társai”.

S.: ¿Qué edad tenía entonces tu papá?
KINGA: Mi padre era muy joven. 19 años tenía.

S.: ¿Y qué hizo en el 56?
KINGA: No sé exactamente, creo que hacía de enlace entre diferentes grupos, una especie de correo. Digo que no sé porque siempre que se hablaba de la revolución se hablaba de una manera muy ambigua. Por ejemplo, en casa no se podía hablar porque nos espiaban.
Siempre que tratábamos algún tema relacionado con la revolución o con alguna de las personas de su entorno, nos hacían callar y nos decían que eso lo seguiríamos hablando en la calle, en algún sitio abierto, donde nadie nos pudiese escuchar.
Por eso no tengo las anécdotas que me pides, porque anécdotas se pueden contar cuando no hay presión ni temores. Entonces todo se contaba en forma de mosaico, en partes muy pequeñas. Mi papá nunca nos explicó muy bien lo que había ocurrido. Se usaban señales, guiños, para decir que esto o aquello había tenido que ver con la revolución. Por autodefensa, porque nunca sabías quién estaba trabajando para los servicios y quién no. No podías hablar libremente, ni siquiera con la gente con la cual habías estado en la cárcel y mira que eran un grupo que se ayudaban mucho entre ellos. Cualquiera podía ser un delator. Era una locura. Había que decir y no decir, hacer señas constantemente. Yo era una niña pequeña y percibía que algo importante estaba pasando pero no entendía bien qué.

S.: ¿Y tenías curiosidad por saber?
KINGA: Siempre. Todo me interesaba y mucho. Piensa que la revolución, para mi familia, es el punto de partida, porque mi papá y mi mamá de no haber habido revolución no se habrían conocido.
Después del 56 mi papá pasó 6 años y medio en la cárcel y allí conoció a mi tío, el hermano de mi mamá, que eran todos más o menos de la misma edad. Cuando salió en el 63, con la amnistía general, mi tío le dio su piso para que viviese porque a él no lo habían soltado todavía. Los que salían de la cárcel se ayudaban mucho, siempre estaban ahí para echar una mano. Y ahí fue que conoció a mi mamá.
En ese piso vivió también el hermano de mi papá y después mi tío cuando lo soltaron, aunque luego lo volvieron a meter preso.

S.: ¿Todos tus hermanos eran tan receptivos con el tema de la revolución?
KINGA: Para todos nosotros el 56 era incuestionable. No se hacían grandes discursos, ni se hablaba directamente, había muchos silencios, pero sabíamos que no podíamos quejarnos ni por la comida, ni por cualquier otra cosa y que había que estar contentos con lo que habíamos podido conservar. Eran otros tiempos. El mundo era diferente.

S.: ¿Cuándo terminó la dictadura comunista cambió la forma de tratar el tema?
KINGA: Sí, dejamos de hablar definitivamente del 56. Es que todo el mundo, a todas horas y en todas partes, empezó a hablar de la revolución y se terminó perdiendo el sentido. De las cosas importantes, como por ejemplo de Dios, no charlas cada día, de la revolución y de sus valores tampoco.
Antes sí lo celebrábamos. Nos juntábamos a comer y disfrutábamos, porque el 23 de octubre es un día muy bonito, el aniversario de un milagro.

S.: ¿Y después del cambio de sistema cómo fue la relación con los compañeros del 56?
KINGA: En realidad la complicidad de que te hablé era un complicidad en secreto, porque en principio había que evitarse los unos a los otros. Además, según cuenta mi mamá muchos otros vínculos se fueron esfumando. La mayoría de la gente abandonó a los del 56, porque estar en contacto con personas que habían estado en la cárcel era desventajoso.

S: ¿Y esto afectó a los hijos?
Aunque parezca sorprendente esto incluso lo percibíamos los hijos. En el 82 mi hermana empezó a salir con un chico y cuando él empezó a hacer la mili, los del servicio militar lo sometieron a un interrogatorio donde reiteradamente le preguntaron si sabía con quién se estaba relacionándo, si sabía quién era mi hermana, que mi tío había estado en la cárcel y si sabía con qué tipo de familia se estaba metiendo y que dejara de salir con mi hermana.

S.: ¿Y a ti te pasó alguna vez algo así?
KINGA: Yo soy la más pequeña y la que menos o nada lo padeció, piensa que cuando terminó el régimen yo tenía apenas 14 años. Aunque en la escuela primaria, por ejemplo, el Director, que era un comunista empedernido, no paraba de meterse conmigo y con mi hermana también. Nos enseñaba química y constantemente, delante de todos los otros niños, me repetía que era una malvada niña adulta. Además no me quería dejar ser pionera, aunque era obligatorio, pero a mi eso no me importaba para nada.
Ya eran los 80 y no había tanta represión, o al menos la gente la percibía menos.

S.: Porque después del 56 siguió la represión, no?
KINGA: Sobre todo limitaciones para entrar en la universidad o para el trabajo. A mis padres, que todavía estaban en edad de estudiar, simplemente los pusieron en la lista negra del Ministerio de Interiores y no les permitieron entrar en la Universidad.
Pero él, ya antes del 56, había padecido alguna represalia parecida por venir de una familia de aristócratas. Solo le dejaban hacer trabajos físicos. Trabajó como electricista, como vendedor de libros y de aguafuertes.
En la cárcel, en Marianosztra, estuvo haciendo escobas y algo de zapatería también.
En el 63, a los 27 años, salió en libertad y recién en los 80 pudo estudiar. Por eso digo que los 80 fueron más libres. Y entonces, ya de mayor, estudió derecho.

S.: ¿Y objetos que te queden de tu padre y del 56?
KINGA: En el juicio le confiscaron la totalidad de los bienes, y a mi mamá también. Le dejaron una mesa y una silla, nada más. Las cartas, los estudios de mi tío, todo se lo llevaron cuando allanaron el domicilio o lo quemaron mis familiares para que no se pudiesen usar en el juicio. No quedó nada.
Hay cosas, pero de más adelante. Por ejemplo, del telón de hierro, de la frontera con Austria, mi papá lo había cortado y se había traído un trozo de alambre que teníamos luego en casa.
En el 89 cuando empezaron a sacar las estatuas comunistas, mi hermano se trajo un paraguas inmenso y de metal que pertenecía a la estatua de Kun Béla. Estuvo bastante tiempo en casa, ahora no sé dónde andará.

S.: ¿Tu papá salió de la cárcel con algún tatuaje?
KINGA: No se hizo ninguno. Los políticos no se hacían tatuajes, era un tipo de preso diferente de los delincuentes corrientes y además normalmente estaban ubicados en lugares diferentes dentro de la cárcel.
Lo que contaban era que se enseñaban mucho entre ellos. Todo el mundo que sabía algo lo compartía con los otros, porque no tenían otra cosa. Si alguien sabía historia o literatura o simplemente algún poema, lo compartía con los demás. Incluso contaban que si podían conseguir, por ejemplo, una hoja del listín de teléfonos, se dedicaban a aprender todos los números y nombres que había; solamente para hacer algo, para mantenerse despiertos, para pasar el tiempo.

S.: Parece que el espíritu de la revolución se mantuvo también la cárcel.
KINGA: La gente se movía muy unida. Siempre nos hablaban de los días de la revolución como de días ejemplares y puros, como de algo más elevado del nivel cotidiano, como un punto de referencia. Algo así como una guía de cómo hay que comportarse y de cómo hay que defender los verdaderos valores. Un ideal que solo puede ocurrir en períodos reducidos, casi un milagro cuando, como en el 56, implica a tanta gente.
Decían que había cajones donde se pedía dinero para los más necesitados de la revolución y la gente dejaba allí el dinero y nadie lo tocaba, ni nadie robaba tampoco nada de los escaparates rotos. Una situación que hoy es imposible imaginar. Y no es que la gente no pasase necesidades, sino al contrario, pero se movían con otros valores, por la libertad y evitaban ensuciar la revolución. Estos días, entre el 23 de octubre y el 4 de noviembre, que no fueron muchos, fueron incomparables y todavía hoy se respeta su recuerdo y su espíritu.

Pero también es verdad, que en casa se contaba, que sí hubo un hecho que manchó esas jornadas y fue la matanza de aquel “ávós”, de la AVH, en la plaza de la República. La multitud lo terminó matando a golpes. La AVH eran los servicios de defensa del estado. Era un cuerpo militar, oficialmente reconocido, con un uniforme particular y sus grandes coches negros, que entre otras cosas se ocupaban de torturar a los presos políticos.
Este es el punto negro de la revolución, el lado oscuro. En casa nos lo contaban como algo horrible y nos decían que este había sido el único caso pero que fuera de él, siempre habían conseguido todos sus fines de manera legal y no mediante juicios viscerales.

S.: Y volviendo a la familia ¿tu tío, cuándo salió de la cárcel?
KINGA: Con mi tío ocurrió una cosa preciosa. A él le habían dado cadena perpetua y después de un tiempo en la cárcel, le diagnosticaron cáncer, cáncer linfático. Lo trataron en oncología y cuando entró en fase terminal, cuando le dijeron que le quedaban un par de semanas, mi mamá se dirigió a pedir ayuda a la esposa de Gyula Illyés, un poeta húngaro de renombre internacional, que se dirigió a Erdei Ferenc y a Losonczi Pál, que era en aquel entonces el Presidente del Consejo Presidencial y, gracias a su intervención, lo pusieron en libertad. Se ve que esto se suele hacer, por ley o costumbre, para que el enfermo se muera en casa. Lo soltaron en el 68, pero entonces, inexplicablemente, se curó y vivió en libertad hasta el 89.

S.: Después del 89 ¿hubo algún tipo de indemnización para las personas que estuvieron en las cárceles comunistas por razones políticas?
KINGA: Lo primero fue que todos fueron rehabilitados políticamente y les quitaron los antecedentes penales. Después hubo algún tipo de indemnización económica, pero no sé exactamente cómo funcionó. Creo que una única vez les dieron una especie de bonos del estado. Mi papá tenía, pero creo que nunca los utilizó.

S.: ¿Y el lunes 23 vas a hacer algo?
KINGA: Me voy a juntar con mi mamá y vamos a mirar juntas la película “A tanú”. Creo que es una película que sintetiza toda una época.

La libertad también fue deseo en 1956

por Kléber Mantilla

Si hay algo que se parece entre los levantamientos populares húngaros de 1956 y de 2006 es el sistema policial represivo de escala, que hoy actuó con la misma crueldad que antaño. No obstante, el escenario social y político no tiene punto de coincidencia. Por ello, recordemos la historia para poder planificar algún futuro.

Los húngaros se sublevaron contra Moscú, buscando una independencia política, en 1956, desde el 23 de Octubre hasta el 4 de Noviembre, cuando entraron los tanques rusos a Budapest y se instauró un gobierno local prosoviético dictatorial. Esto sucedió durante la celebración de los Juegos Olímpicos de 1956, en Sidney. Y, la mejor de todas las batallas se libró en una piscina de Waterpolo, entre estas dos naciones enfrentadas.
En realidad, el estalinismo, había salido reforzado después de la pérdida del nazismo en la Segunda Guerra Mundial y se extendió en toda Europa del Este y China en 1949. Esta vez con una nueva era socialista que reafirmaba su victoria histórica contra el viejo socialismo revolucionario pluralista. Al mismo tiempo, el permanente debate sobre los campos de concentración y la represión de la disidencia empezó a crecer en los sectores intelectuales de la izquierda de Francia e Italia. Incluso en Yugoslavia, Tito ya repetía el discurso de la independencia. Tras la muerte de Stalin en 1953, se registraron revueltas obreras en Alemania del Este y en Octubre de 1956 estalló la revolución en Hungría.

En Hungría, los grupos de intelectuales y estudiantes justificaban los hechos con el “Informe Kruschev” que confirmaba los crímenes de Stalin. En la manifestación aparecieron comunistas, anticomunistas, demócratas, liberales, socialdemócratas y los seguidores del ex gobernante monárquico Miklós Horthy. Además, se mezclaron los problemas del industrialismo acelerado con la limitada producción.
Moscú envió a Budapest como mediadores a Mikoyan y Suslov, para cambiar la dirección de Mátyás Rákosi, por Ernő Gerő. Colocaron a János Kádár y otros de los llamados comunistas nacionales, que pertenecieron a la resistencia. Entre los cambios y ofrecimientos constaba rendir honras fúnebres a las víctimas del rakosismo opresor. También se plantearon unas ayudas económicas.
Sin embargo, en las calles, se sentía el maquillaje de los cambios. El 23 de octubre, el gobierno permitió una congregación en la estatua del poeta Sandor Petöfi, para recitar el simbólico Talpra Magyar, (¡Húngaros de pie!). Una multitud de intelectuales, estudiantes, empleados, obreros y campesinos portaban banderas nacionales con un hueco en el medio porque habían cortado el emblema comunista. En un comunicado, la unión de escritores y luego en otra carta los estudiantes pedían: la salida de las tropas soviéticas, la reconstitución del Gobierno bajo la dirección de Imre Nagy y la expulsión de los estalinianos, las elecciones generales con sufragio universal y secreto y participación plural de partidos, el derecho de huelga para los trabajadores, la revisión de los tratados soviético-húngaros, de los procesos político y económicos, y la rehabilitación de las víctimas del rakosismo.

¡Nagy al poder! fue el grito de combate pese a que no estuvo él en la manifestación. Solo por la tarde llamó a la gente al orden constitucional pero con un lenguaje racional sin sentimentalismos. El primer secretario del partido, Ernö Geröe, en la radio, dijo que defendía el poder de la clase obrera y calificó la manifestación de nacionalista. Esto enfadó y decepcionó a las multitudes.
Los acontecimientos siguientes fueron de violencia. El rechazo se sintió en las cercanías de la Radio, en la sede del periódico del partido, y en otros barrios de la ciudad. El servicio de la policía secreta (AVH) defendió la institucionalidad, pero la calle se llenó de rebeldes.
Pronto se crearon los Comités y Concejos de Obreros elegidos con voto popular. El más radical con los pedidos estuvo en la ciudad de Miskolc, que planteó un sistema igual al anterior a 1945. Nagy fue el líder de esta nueva revolución, pese a que algunos grupos lo acusaban de responsable de la llamada a las tropas soviéticas y en algunos medios impresos y radiales financiados por los servicios secretos de los Estados Unidos, lo acusaban de traidor.

La violencia de las masas escaló hasta presentarse la masacre del Centro del Partido Comunista de Budapest ocurrida el 30 de octubre. El mismo día se declaró que ,desde el 23 de octubre, había terminado el partido Único, y se anunció un Gobierno de coalición, igual al de 1945, y el inició de conversaciones con la Unión Soviética para la evacuación de sus tropas. Hungría vivió el sueño de ser un país libre, independiente y neutral.

En aquellos días, para una segunda invasión soviética a Budapest, el 4 de noviembre, pesaron las razones internacionales, pues coincidió con la invasión de Francia y Gran Bretaña al Canal de Suez: los socios de Washington en Europa. Los húngaros, al parecer, esperaban la ayuda de Estados Unidos, pero los acuerdos de Yalta vigentes limitaban su esfera de acción en Hungría por estar en el bloque oriental. Las grandes potencias no se interesaron en una zona ya resuelta después de la Segunda Guerra Mundial. El último gobierno de coalición formado por Nagy hizo público el 3 de noviembre su propósito de impedir la restauración del capitalismo en Hungría, pero también de defender las conquistas de la revolución, en particular la independencia nacional, la neutralidad y la construcción del socialismo en democracia.

El 4 de noviembre, Imre Nagy y algunos de sus colaboradores se refugiaron, en la embajada de Yugoslavia al no recibir respuesta de las Naciones Unidas con respecto a la invasión soviética y el 23 de noviembre fueron sacados y deportados a Rumanía. El 16 de junio de 1958 fue ejecutado, junto a Pál Malter, József Szilagyi, Miklós Gímes y Géza Losonczy. El régimen neoestalinista de Kadar, después de una primera etapa de brutal represión, se consolidó con los años.

Al revisar el proceso, el filósofo y escritor Albert Camus dijo que “si la opinión mundial fue demasiado débil o egoísta para hacer justicia a un pueblo martirizado, la resistencia puede durar hasta que ese Estado contrarrevolucionario en el Este se hunda bajo el peso de sus mentiras y contradicciones”. La URSS colapsó en 1989 y tendría como responsables los sucesos ocurridos en Hungría y Polonia.


Fuentes:

"Anarchy: A Graphic Guide", de Clifford Harper
La revolución de 1956

Octubre 2006

por Aranyos Eszter

Lindo mes de otoño. Debería haber sido un mes de preparación para el cincuenta aniversario de la revolución de 1956; y fue en varios países del mundo. En Nueva York, en Viena y en Bruselas, entre otros, se inauguraron exposiciones, se organizaron conciertos y charlas conmemorando aquellos lejanos hechos ya históricos con los que se pretendió cambiar de raíz la Hungría de la época.

Pero aquí, sin embargo, los acontecimientos y discursos de las últimas semanas, no hicieron más que traer peleas y disentimiento.
El trágico 20 de agosto pegó fuerte. Muchos lo interpretaron como el reflejo de una perdida necesidad asociativa, en el terreno social pero también a nivel personal y espiritual.
A principios de septiembre empezó un período de crisis, y no tanto por la llamada crisis moral de la que todos hablaban sin cesar, sino más bien porque aparecieron arranques nunca antes vistos en esta joven democracia. Las escenas de vandalismo del ataque a la sede de la televisión siguieron repitiéndose durante días en el Nagy körút y en las calles laterales.
La prensa extranjera dijo que llegó a haber unas 30 ó 40 mil personas en Kossuth tér. Entre semana se mantenía una media de 3500 personas y los fines de semana subía a 20.000.
Se había roto un tabú: el de no hablar sobre política, y era lo más normal, ya tocaba. Hasta en el trolebús, entre gente desconocida, se podían escuchar conversaciones analizando los acontecimientos. A mi, personalmente, me pasó al revés: me harté de la política, y creo que más de uno también. Diría que muchos, que antes apoyaban a alguno de los partidos que aquí cohabitan han ido perdiendo la fe y las ganas.

Lo demás es ya parodia. Trazar paralelos entre los hechos ocurridos delante del parlamento y la revolución de 56 es más que vergonzoso.
En cuanto al Fidesz, después de las elecciones se echó atrás y si comparamos lo que decía hace un mes y lo que dice ahora, podemos comprobar que es diametralmente opuesto. Ya no quieren elecciones anticipadas, ni siquiera quieren la dimisión de Gyurcsány, ahora simplemente se limitan a echarle la culpa de todo al Partido Socialista. Las reformas y restricciones que hace poco tanto criticaban, ahora no solo es que no estén mal sino que son de obligatorio cumplimiento para el gobierno actual y los que sigan.
Desde las pasadas elecciones no hacen otra cosa que boicotear toda acción del Primer Ministro. En cuanto Gyurcsány coge el micrófono, salen de la sala del Parlamento y por supuesto no participan de ningún evento al que él asista. Son métodos de guardería en el arenal en que se ha transformado el país.

Y para terminarla, decidieron unirse a los manifestantes de la Plaza, pero solo para el té, cada día de 5 a 6 hasta el 23 de octubre, que decidieron celebrarlo en Astoria. “Circo gratis y tristes comedias cutres” podría ser el título la película.
Los cuatro gatos, del grupo estable acampado, que renunciaron a dejar la plaza, con unos looks milenarios, de cuando nuestro pueblo era nómada y correteaba entre los Cárpatos, consiguieron un acuerdo con la policía para poder compartir, el 23, el uso de la plaza. Para poder compartirla ni más ni menos que con los 50 jefes de estado y reyes varios que vinieron a la celebración.
Al principio parecía imposible ya que pedían permiso para más de 1000 personas cuando ellos no eran más de 100 en total. Además, claro está también querían que no les quiten sus tienditas de campaña y las ollas para el gulyás. Su romántica sugerencia era que el “pueblo” invitaría a comer a las autoridades de Europa. El caso es que al final, a petición del Presidente del Estado, los dejaron quedarse. Igual cabría reflexionar sobre la injerencia del Presidente, ya que la Constitución indica y él lo sabe mejor que nadie porque ha sido juez constitucional, que no puede presionar al Primer Ministro, ni a la policía, ni a otras instituciones similares. Su función es puramente asistencial.

Después de estos ires y venires pareció que ya había terminado definitivamente el tema, pero el 23 de octubre a las 2 de la madrugada, la policía sacó a patadas a todos los manifestantes de la plaza. Parece ser que los acampados no dejaban que la policía entre en su territorio para controlar y llevar a cabo el plan de seguridad y defensa por las visitas oficiales. A modo de post scriptum, podemos mencionar que en la redada final, en las tiendas, encontraron lanzas y otras armas de corte y golpe (martillos, hachas, bolas de hierro, etc.)

Al fin y al cabo, algunos tuvimos una linda fiesta este pasado 23 de octubre con tanques rusos y tranvías originales del 56 en exposición desperdigados por la ciudad; gases lacrimógenos cayendo como nieve de los helicópteros, gente jugando a la revolución arrastrando los tanques y construyendo con ellos barricadas. Un desarme total de emociones: manifestantes gritando, policías atacando; y para que no le falte nada al pueblo, fuegos artificiales de acompañamiento. De verdad, fue una fiesta inolvidable.