por Aranyos Eszter
Lindo mes de otoño. Debería haber sido un mes de preparación para el cincuenta aniversario de la revolución de 1956; y fue en varios países del mundo. En Nueva York, en Viena y en Bruselas, entre otros, se inauguraron exposiciones, se organizaron conciertos y charlas conmemorando aquellos lejanos hechos ya históricos con los que se pretendió cambiar de raíz la Hungría de la época.
Pero aquí, sin embargo, los acontecimientos y discursos de las últimas semanas, no hicieron más que traer peleas y disentimiento.
El trágico 20 de agosto pegó fuerte. Muchos lo interpretaron como el reflejo de una perdida necesidad asociativa, en el terreno social pero también a nivel personal y espiritual.
A principios de septiembre empezó un período de crisis, y no tanto por la llamada crisis moral de la que todos hablaban sin cesar, sino más bien porque aparecieron arranques nunca antes vistos en esta joven democracia. Las escenas de vandalismo del ataque a la sede de la televisión siguieron repitiéndose durante días en el Nagy körút y en las calles laterales.
La prensa extranjera dijo que llegó a haber unas 30 ó 40 mil personas en Kossuth tér. Entre semana se mantenía una media de 3500 personas y los fines de semana subía a 20.000.
Se había roto un tabú: el de no hablar sobre política, y era lo más normal, ya tocaba. Hasta en el trolebús, entre gente desconocida, se podían escuchar conversaciones analizando los acontecimientos. A mi, personalmente, me pasó al revés: me harté de la política, y creo que más de uno también. Diría que muchos, que antes apoyaban a alguno de los partidos que aquí cohabitan han ido perdiendo la fe y las ganas.
Lo demás es ya parodia. Trazar paralelos entre los hechos ocurridos delante del parlamento y la revolución de 56 es más que vergonzoso.
En cuanto al Fidesz, después de las elecciones se echó atrás y si comparamos lo que decía hace un mes y lo que dice ahora, podemos comprobar que es diametralmente opuesto. Ya no quieren elecciones anticipadas, ni siquiera quieren la dimisión de Gyurcsány, ahora simplemente se limitan a echarle la culpa de todo al Partido Socialista. Las reformas y restricciones que hace poco tanto criticaban, ahora no solo es que no estén mal sino que son de obligatorio cumplimiento para el gobierno actual y los que sigan.
Desde las pasadas elecciones no hacen otra cosa que boicotear toda acción del Primer Ministro. En cuanto Gyurcsány coge el micrófono, salen de la sala del Parlamento y por supuesto no participan de ningún evento al que él asista. Son métodos de guardería en el arenal en que se ha transformado el país.
Y para terminarla, decidieron unirse a los manifestantes de la Plaza, pero solo para el té, cada día de 5 a 6 hasta el 23 de octubre, que decidieron celebrarlo en Astoria. “Circo gratis y tristes comedias cutres” podría ser el título la película.
Los cuatro gatos, del grupo estable acampado, que renunciaron a dejar la plaza, con unos looks milenarios, de cuando nuestro pueblo era nómada y correteaba entre los Cárpatos, consiguieron un acuerdo con la policía para poder compartir, el 23, el uso de la plaza. Para poder compartirla ni más ni menos que con los 50 jefes de estado y reyes varios que vinieron a la celebración.
Al principio parecía imposible ya que pedían permiso para más de 1000 personas cuando ellos no eran más de 100 en total. Además, claro está también querían que no les quiten sus tienditas de campaña y las ollas para el gulyás. Su romántica sugerencia era que el “pueblo” invitaría a comer a las autoridades de Europa. El caso es que al final, a petición del Presidente del Estado, los dejaron quedarse. Igual cabría reflexionar sobre la injerencia del Presidente, ya que la Constitución indica y él lo sabe mejor que nadie porque ha sido juez constitucional, que no puede presionar al Primer Ministro, ni a la policía, ni a otras instituciones similares. Su función es puramente asistencial.
Después de estos ires y venires pareció que ya había terminado definitivamente el tema, pero el 23 de octubre a las 2 de la madrugada, la policía sacó a patadas a todos los manifestantes de la plaza. Parece ser que los acampados no dejaban que la policía entre en su territorio para controlar y llevar a cabo el plan de seguridad y defensa por las visitas oficiales. A modo de post scriptum, podemos mencionar que en la redada final, en las tiendas, encontraron lanzas y otras armas de corte y golpe (martillos, hachas, bolas de hierro, etc.)
Al fin y al cabo, algunos tuvimos una linda fiesta este pasado 23 de octubre con tanques rusos y tranvías originales del 56 en exposición desperdigados por la ciudad; gases lacrimógenos cayendo como nieve de los helicópteros, gente jugando a la revolución arrastrando los tanques y construyendo con ellos barricadas. Un desarme total de emociones: manifestantes gritando, policías atacando; y para que no le falte nada al pueblo, fuegos artificiales de acompañamiento. De verdad, fue una fiesta inolvidable.
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