sábado, octubre 28, 2006

Los valores de la revolución. Recordando al joven Endre Atzél

Entrevista a su hija Kinga Atzél

por Sebastián Santos

Endre Atzél (1936-2005) participó, con apenas 19 años, en la revolución de 1956. El gobierno comunista lo condenó a prisión y lo mantuvo en la cárcel 6 años y medio hasta la amnistía general de 1963. Después de su liberación y hasta el cambio del sistema figuró en las listas negras del gobierno.
En Hungría se lo celebra como uno de los héroes de la revolución y gran defensor de los derechos de los húngaros de Rumanía, especialmente de los changos.
Falleció en diciembre de 2005 y tuvo un entierro multitudinario entre música, recitado folc y discursos políticos de homenaje.
Esta entrevista, con una de sus hijas, pretende constatar el mantenimiento y la herencia de los valores que movilizaron a miles de personas en octubre de 1956.

KINGA: Para mi familia, el 56 era como una base, un fundamento. Era un tema casi constante. Un tema que se trataba con mucho respeto. Hablar o recordar el 56 era sobre todo hablar de valores y de principios morales.
Cuando íbamos juntos por la ciudad y pasábamos, por ejemplo, por Széna tér o la plaza Corvin, mi papá nos contaba que allí había habido jóvenes luchando durante la revolución; o cuando estábamos en la calle Fő nos hablaba del "célebre" centro de detención que allí funcionaba y adonde llevaban detenidos en grandes coches negros para los primeros interrogatorios y luego derivarlos a otros centros; o si andábamos cerca del hospital Péterffy nos recordaba la imprenta que allí funcionaba. Era una imprenta manual, muy rudimentaria, que usaba mi papá y algunos compañeros para difundir folletos y octavillas.

S.: ¿A qué grupo político pertenecía tu padre?
KINGA: No había ningún grupo político, era todo mucho más espontáneo. En el proceso judicial inventaron un grupo para poder enjuiciarlos de manera orgánica. Era una práctica habitual para darle un cierto carácter legal a los juicios. Juntaban personas que ni siquiera se conocían y las cuadraban dentro de un grupo que nunca había existido, un grupo inventado. A mi papá lo pusieron en el de "Pécs Géza és társai”.

S.: ¿Qué edad tenía entonces tu papá?
KINGA: Mi padre era muy joven. 19 años tenía.

S.: ¿Y qué hizo en el 56?
KINGA: No sé exactamente, creo que hacía de enlace entre diferentes grupos, una especie de correo. Digo que no sé porque siempre que se hablaba de la revolución se hablaba de una manera muy ambigua. Por ejemplo, en casa no se podía hablar porque nos espiaban.
Siempre que tratábamos algún tema relacionado con la revolución o con alguna de las personas de su entorno, nos hacían callar y nos decían que eso lo seguiríamos hablando en la calle, en algún sitio abierto, donde nadie nos pudiese escuchar.
Por eso no tengo las anécdotas que me pides, porque anécdotas se pueden contar cuando no hay presión ni temores. Entonces todo se contaba en forma de mosaico, en partes muy pequeñas. Mi papá nunca nos explicó muy bien lo que había ocurrido. Se usaban señales, guiños, para decir que esto o aquello había tenido que ver con la revolución. Por autodefensa, porque nunca sabías quién estaba trabajando para los servicios y quién no. No podías hablar libremente, ni siquiera con la gente con la cual habías estado en la cárcel y mira que eran un grupo que se ayudaban mucho entre ellos. Cualquiera podía ser un delator. Era una locura. Había que decir y no decir, hacer señas constantemente. Yo era una niña pequeña y percibía que algo importante estaba pasando pero no entendía bien qué.

S.: ¿Y tenías curiosidad por saber?
KINGA: Siempre. Todo me interesaba y mucho. Piensa que la revolución, para mi familia, es el punto de partida, porque mi papá y mi mamá de no haber habido revolución no se habrían conocido.
Después del 56 mi papá pasó 6 años y medio en la cárcel y allí conoció a mi tío, el hermano de mi mamá, que eran todos más o menos de la misma edad. Cuando salió en el 63, con la amnistía general, mi tío le dio su piso para que viviese porque a él no lo habían soltado todavía. Los que salían de la cárcel se ayudaban mucho, siempre estaban ahí para echar una mano. Y ahí fue que conoció a mi mamá.
En ese piso vivió también el hermano de mi papá y después mi tío cuando lo soltaron, aunque luego lo volvieron a meter preso.

S.: ¿Todos tus hermanos eran tan receptivos con el tema de la revolución?
KINGA: Para todos nosotros el 56 era incuestionable. No se hacían grandes discursos, ni se hablaba directamente, había muchos silencios, pero sabíamos que no podíamos quejarnos ni por la comida, ni por cualquier otra cosa y que había que estar contentos con lo que habíamos podido conservar. Eran otros tiempos. El mundo era diferente.

S.: ¿Cuándo terminó la dictadura comunista cambió la forma de tratar el tema?
KINGA: Sí, dejamos de hablar definitivamente del 56. Es que todo el mundo, a todas horas y en todas partes, empezó a hablar de la revolución y se terminó perdiendo el sentido. De las cosas importantes, como por ejemplo de Dios, no charlas cada día, de la revolución y de sus valores tampoco.
Antes sí lo celebrábamos. Nos juntábamos a comer y disfrutábamos, porque el 23 de octubre es un día muy bonito, el aniversario de un milagro.

S.: ¿Y después del cambio de sistema cómo fue la relación con los compañeros del 56?
KINGA: En realidad la complicidad de que te hablé era un complicidad en secreto, porque en principio había que evitarse los unos a los otros. Además, según cuenta mi mamá muchos otros vínculos se fueron esfumando. La mayoría de la gente abandonó a los del 56, porque estar en contacto con personas que habían estado en la cárcel era desventajoso.

S: ¿Y esto afectó a los hijos?
Aunque parezca sorprendente esto incluso lo percibíamos los hijos. En el 82 mi hermana empezó a salir con un chico y cuando él empezó a hacer la mili, los del servicio militar lo sometieron a un interrogatorio donde reiteradamente le preguntaron si sabía con quién se estaba relacionándo, si sabía quién era mi hermana, que mi tío había estado en la cárcel y si sabía con qué tipo de familia se estaba metiendo y que dejara de salir con mi hermana.

S.: ¿Y a ti te pasó alguna vez algo así?
KINGA: Yo soy la más pequeña y la que menos o nada lo padeció, piensa que cuando terminó el régimen yo tenía apenas 14 años. Aunque en la escuela primaria, por ejemplo, el Director, que era un comunista empedernido, no paraba de meterse conmigo y con mi hermana también. Nos enseñaba química y constantemente, delante de todos los otros niños, me repetía que era una malvada niña adulta. Además no me quería dejar ser pionera, aunque era obligatorio, pero a mi eso no me importaba para nada.
Ya eran los 80 y no había tanta represión, o al menos la gente la percibía menos.

S.: Porque después del 56 siguió la represión, no?
KINGA: Sobre todo limitaciones para entrar en la universidad o para el trabajo. A mis padres, que todavía estaban en edad de estudiar, simplemente los pusieron en la lista negra del Ministerio de Interiores y no les permitieron entrar en la Universidad.
Pero él, ya antes del 56, había padecido alguna represalia parecida por venir de una familia de aristócratas. Solo le dejaban hacer trabajos físicos. Trabajó como electricista, como vendedor de libros y de aguafuertes.
En la cárcel, en Marianosztra, estuvo haciendo escobas y algo de zapatería también.
En el 63, a los 27 años, salió en libertad y recién en los 80 pudo estudiar. Por eso digo que los 80 fueron más libres. Y entonces, ya de mayor, estudió derecho.

S.: ¿Y objetos que te queden de tu padre y del 56?
KINGA: En el juicio le confiscaron la totalidad de los bienes, y a mi mamá también. Le dejaron una mesa y una silla, nada más. Las cartas, los estudios de mi tío, todo se lo llevaron cuando allanaron el domicilio o lo quemaron mis familiares para que no se pudiesen usar en el juicio. No quedó nada.
Hay cosas, pero de más adelante. Por ejemplo, del telón de hierro, de la frontera con Austria, mi papá lo había cortado y se había traído un trozo de alambre que teníamos luego en casa.
En el 89 cuando empezaron a sacar las estatuas comunistas, mi hermano se trajo un paraguas inmenso y de metal que pertenecía a la estatua de Kun Béla. Estuvo bastante tiempo en casa, ahora no sé dónde andará.

S.: ¿Tu papá salió de la cárcel con algún tatuaje?
KINGA: No se hizo ninguno. Los políticos no se hacían tatuajes, era un tipo de preso diferente de los delincuentes corrientes y además normalmente estaban ubicados en lugares diferentes dentro de la cárcel.
Lo que contaban era que se enseñaban mucho entre ellos. Todo el mundo que sabía algo lo compartía con los otros, porque no tenían otra cosa. Si alguien sabía historia o literatura o simplemente algún poema, lo compartía con los demás. Incluso contaban que si podían conseguir, por ejemplo, una hoja del listín de teléfonos, se dedicaban a aprender todos los números y nombres que había; solamente para hacer algo, para mantenerse despiertos, para pasar el tiempo.

S.: Parece que el espíritu de la revolución se mantuvo también la cárcel.
KINGA: La gente se movía muy unida. Siempre nos hablaban de los días de la revolución como de días ejemplares y puros, como de algo más elevado del nivel cotidiano, como un punto de referencia. Algo así como una guía de cómo hay que comportarse y de cómo hay que defender los verdaderos valores. Un ideal que solo puede ocurrir en períodos reducidos, casi un milagro cuando, como en el 56, implica a tanta gente.
Decían que había cajones donde se pedía dinero para los más necesitados de la revolución y la gente dejaba allí el dinero y nadie lo tocaba, ni nadie robaba tampoco nada de los escaparates rotos. Una situación que hoy es imposible imaginar. Y no es que la gente no pasase necesidades, sino al contrario, pero se movían con otros valores, por la libertad y evitaban ensuciar la revolución. Estos días, entre el 23 de octubre y el 4 de noviembre, que no fueron muchos, fueron incomparables y todavía hoy se respeta su recuerdo y su espíritu.

Pero también es verdad, que en casa se contaba, que sí hubo un hecho que manchó esas jornadas y fue la matanza de aquel “ávós”, de la AVH, en la plaza de la República. La multitud lo terminó matando a golpes. La AVH eran los servicios de defensa del estado. Era un cuerpo militar, oficialmente reconocido, con un uniforme particular y sus grandes coches negros, que entre otras cosas se ocupaban de torturar a los presos políticos.
Este es el punto negro de la revolución, el lado oscuro. En casa nos lo contaban como algo horrible y nos decían que este había sido el único caso pero que fuera de él, siempre habían conseguido todos sus fines de manera legal y no mediante juicios viscerales.

S.: Y volviendo a la familia ¿tu tío, cuándo salió de la cárcel?
KINGA: Con mi tío ocurrió una cosa preciosa. A él le habían dado cadena perpetua y después de un tiempo en la cárcel, le diagnosticaron cáncer, cáncer linfático. Lo trataron en oncología y cuando entró en fase terminal, cuando le dijeron que le quedaban un par de semanas, mi mamá se dirigió a pedir ayuda a la esposa de Gyula Illyés, un poeta húngaro de renombre internacional, que se dirigió a Erdei Ferenc y a Losonczi Pál, que era en aquel entonces el Presidente del Consejo Presidencial y, gracias a su intervención, lo pusieron en libertad. Se ve que esto se suele hacer, por ley o costumbre, para que el enfermo se muera en casa. Lo soltaron en el 68, pero entonces, inexplicablemente, se curó y vivió en libertad hasta el 89.

S.: Después del 89 ¿hubo algún tipo de indemnización para las personas que estuvieron en las cárceles comunistas por razones políticas?
KINGA: Lo primero fue que todos fueron rehabilitados políticamente y les quitaron los antecedentes penales. Después hubo algún tipo de indemnización económica, pero no sé exactamente cómo funcionó. Creo que una única vez les dieron una especie de bonos del estado. Mi papá tenía, pero creo que nunca los utilizó.

S.: ¿Y el lunes 23 vas a hacer algo?
KINGA: Me voy a juntar con mi mamá y vamos a mirar juntas la película “A tanú”. Creo que es una película que sintetiza toda una época.

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