por Kléber Mantilla
Francis Bacon decía que el leer hace completo al hombre, el hablar lo hace decidido y el escribir lo hace exacto. Pero yo aumentaría que ver teatro lo hace soñador. Y el gran sueño de un vehemente viajero curioso y amante del buen teatro, es arribar a Budapest para caminar por la calle Pál, respirar en ese añejo barrio y constatar algo de las páginas de un viejo libro. Claro, yo ya en algún momento, he recorrido ese sitio y he vivido el mundo de otra infancia a través de la imaginación de Ferenc Molnár (1878-1952), este escritor húngaro que se inspiró para retratar situaciones románticas en divertidos diálogos, convertidas luego en piezas cortas de teatro.
“Los muchachos de la calle Pál”, escrita en 1907, fue el anuncio de una intensa multiplicación de sueños y fantasías del vigoroso teatro húngaro, que en los inicios del siglo XX, ya no ocultaba la creciente preocupación por los problemas de los pobres y las inequidades sociales.
Las obras de Molnár escenifican la vida de los salones de Budapest y las calles. El diablo (1907), Liliom (1909), El cisne (1920), El molino rojo (1923) son la expresión dramatúrgica magyar más célebre de las décadas posteriores, siendo recurrentes en el viejo teatro Vígszínház, de la Teréz körút.
Luego de pocos años otro húngaro, nacionalizado estadounidense, Sándor Márai (1900-1989), cuyo verdadero nombre fue Sándor Grosschmid, continuó con la plasmación de sueños a través de la dramaturgia: La música en Florencia, El último encuentro, La herencia de Eszter, Divorcio en Buda y La amante de Bolzano son obras fabulosas, solo comparadas con las de Thomas Mann y Gyula Krúdy. También Márai no perdió de vista la gente, pues alguna vez habría dicho que la clase media húngara se desintegraba. “Tal vez la única obligación de mi vida y de mi trabajo como escritor sea elaborar el proceso de esa desintegración”. Murió por suicidio en California, Estados Unidos.
En un camino paralelo, el judío húngaro György Tábori/George Tabori (1914), construyó otra extensa obra dramatúrgica basada en la crueldad de las pesadillas de la Segunda Guerra Mundial. Su padre murió en Auschwitz en la cámara de gas, mientras su madre se salvó por el perdón de un nazi al ver sus ojos. En su obra “Mi madre coraje” narra el episodio y dice que los ojos azules la salvaron. Tábori es uno de los más geniales creadores del teatro europeo. Según sus críticos, “producto de un recuerdo que se empeña en entender, el Holocausto aparece en las obras de Tábori con restos de oscura ensoñación, con un humor negro feroz y con elementos imaginarios que subrayan la atrocidad de los otros, supuestamente reales”. Las obras más importantes son Los comensales (1968), Mi madre coraje (1978) y Mein Kampf, farsa (1987). Aquí el dramaturgo ironiza al joven Adolf Hitler cuando llega a Viena para ser pintor y vive con el judío Schlomo Herzl, vendedor de biblias y kamasutras.
Tábori, fue periodista de la BBC, vivió en Hollywood y escribió guiones donde actúan Mia Farrow y Elizabeth Taylor. Además, en América fue amigo de Thomas Mann, Theodor Adorno, Bertolt Brecht, Greta Garbo y Viveca Lindfors, su esposa. Luego en Nueva York se vinculó a Lee Strassberg y Elia Kazan, en la firma el Actors Studio, con actores como Marlon Brando o Marilyn Monroe. En 1952 representó en teatro “Huida a Egipto”, que fue aplaudida por Alfred Hitchcock, quien le pidió que escribiera el guión de la película “Mi secreto me condena”.
Cuando volvió a Londres para escenificar varios textos de Brecht, por ironías de la vida, estrenó en la misma Alemania Los comensales, con un éxito contundente. Ya en el ocaso de su vida, montó en Viena Purgatorio, donde Roosevelt, Churchill y otros, esperan la orden de pasar al Cielo o al Infierno. Y en Berlín montó Velada Brecht, inspirada en una persecución de dos espías del FBI.
Faltan muchos en la lista de dramaturgos, como la baronesa Emmuska Orczy (1865-1947) con su novela “La pimpinela escarlata” sobre la Revolución Francesa, donde cuenta las aventuras de un noble inglés que se esconde tras un disfraz para salvar de la guillotina a los nobles de la corte.
Otro importante es Károly Kisfaludy (1788-1830), dramaturgo de las Guerras Napoleónicas. Su obra teatral Los tártaros en Hungría (1819) es un clásico. También tiene en su haber Irene (1820), una obra trágica, y una comedia, Los pretendientes (1819).
En sí, el teatro es un universo onírico construido con un juego de ficción y realidad, risa y escalofrío, tragedia y sentido. El sueño de un circo con sangre, risas y miles de recuerdos.
Extracto de Purgatorio de György Tábori
“Un cementerio junto al Rhin, hoy, donde los muertos están condenados a recordar aquello que preferirían olvidar, es decir, el octavo círculo del infierno...
LOTTE. -La eternidad dura un segundo, el cielo está reservado para los Goyim y el infierno para nosotros, aquí y ahora, y no allá, abajo, más allá... La mayoría de los que explican chistes comienzan con -interrúmpanme si ya lo saben-, pero no se les puede impedir a los muertos que cuenten una y otra vez los mismos chistes. Los chistes de los muertos y sus risas, no las homéricas sino las más amargas, son recomendados como divertimento para necrófobos, exorcistas, cazadores de fantasmas, amantes frustrados y el resto de la mayoría silenciosa…
LOTTE. -Yo personalmente considero la vida. ¡Oh, sí la vida!, una muy cuestionable forma de entretenimiento, un aburrimiento de por vida. Dicho brevemente, a la vida...que le den. Pero mi muerte, no quisiera presumir, pero mi muerte, ¡Oh, sí mi muerte!, fue un grotesco espléndido, más hermosa que la de Ofelia o la de Juana de Arco, las llamas nunca me gustaron…
ARNOLD. -El tiempo es sensible a las formas; el tiempo, como la música, tiene las más exquisitas formas de la elegancia. Toda vida tiene un principio, un cenit y un final, aunque no precisamente por este orden.”
Fuentes:
Ceremonia sin telón, Geomundos: artes escénicas
No hay comentarios:
Publicar un comentario