por Ami Preisz
El 15 de marzo es una de las fiestas más importantes del país, es el día de la liberación nacional de Hungría, la revolución de 1848 y 1849; y llevamos celebrándola desde los ’60, del 1800.
Celebrarla ha sido siempre importante, a veces más, a veces menos. Durante la era comunista, cómo no, pintándola de roja, falseándola. Simbolizaba entonces el fin de la opresión de las potencias imperialistas. En los ’50 eran comunes las grandes manifestaciones socialistas, siempre asociándolas al internacionalismo y a la revolución mundial. En los ‘60, la concepción del aniversario, siguiendo la misma línea, cambió, aunque solo un poquito. La convirtieron en un evento estudiantil y la llamaron “Los días de los jóvenes revolucionarios”. Finalmente la fueron fundiendo con otras fiestas comunistas exorcizándola de su verdadero sentido.
En los ’80, a los que como yo estaban en la escuela primaria, les encantaba, aunque no era festivo. Una semana antes ya estábamos preparando banderas rojo-blanco-verdes, y naturalmente, también, cada uno su propia escarapela, que después llevábamos orgullosos prendidas al pecho. No era fiesta pero tampoco había clase. Se organizaban todo tipo de competiciones deportivas. ¡Las carreras de obstáculos eran buenísimas! Antes o después mirábamos algunos documentales en la tele, cantábamos canciones patrias, o recitábamos los consabidos poemas, recordando a los mártires de las batallas del ’48 y del ’49. La Canción Nacional de Petőfi, por supuesto, caía seguro. Disfrutábamos; y tengo que reconocer que nos sentíamos orgullosos.
¿Y hoy, en 2007? Se perdió. Desapareció el orgullo y se fueron las ganas de celebrar. Hice un breve sondeo de opinión y me sorprendí de lo unánime de esta aseveración. El discurso virulento de los políticos y el abuso de los símbolos nacionales llevaron a que descartemos llevar escarapelas, a que dejemos de salir a la calle. ¿Para qué? Ya no es una fiesta. Gobierno y oposición buscan usarnos para sus inescrupulosos fines políticos. Ya no es auténtico, y los símbolos lo ponen todo muy tenso, nos dividen. Reunirse significa ser manipulado, significan problemas, choques; y no solo verbales, sino a veces también físicos.
Así que la mayoría de la gente preferimos salir de excursión, tal vez a esquiar; o quedarnos directamente en casa. O sea, cualquier plan vale, pero evitar las masas. Pero no solo es esta fiesta. El entusiasmo general de la transición de fines de los ’80 también se fue. Y si en algún lugar todavía se mantiene el auténtico fervor nacional es en el extranjero, donde para estas y otras fiestas nacionales se juntan varias generaciones a disfrutar de un verdadero, aunque paradójico, sabor a patria.
También puede ser que todavía, como en otros tiempos, en las escuelas primarias se siga conmemorando el ’48 en estado puro y libre de las preocupaciones políticas de la coyuntura. Y también, tal como declara más de uno de los que evita la aglomeración, la procesión vaya por dentro y en silencio, y a solas se haga un pensado y reflexivo homenaje a todos los que sacrificaron su vida por la independencia del país.
Queramos o no, esos lejanos hechos históricos, que hemos mamado a conciencia, todavía sobreviven en nosotros y seguimos recordando con honra y orgullo a nuestros valientes ancestros. Lo que es objetivo es que el 15 de marzo todo el mundo está contento por tener el día libre de trabajo o de escuela. No creo que se junten muchos para marchar el jueves.
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