lunes, marzo 26, 2007

Se cierra el telón y la muerte se deshace en palabras

por Sebastián Santos

Los caminos del señor son insondables. Y me he pasado buena parte del viaje desde Dunasziget repitiéndolo en húngaro, con la lengua que se me enroscaba en las curvas y salpicaba con saliva la luneta. El encuentro lingüístico y espiritual con las frases hechas funciona a la manera de mantra, que te trae o te lleva de un lugar, de un pensamiento, a veces incluso de todo un paradigma de entender la vida hasta otro. “Az Isten útjai kifürkészhetetlenek”.

Me pasé dos días tirado entre lagos y ríos muertos leyendo “Liquidación” de Imre Kertész, el famoso Premio Nobel de Literatura 2002. Todavía indigesto por una novela introspectiva, compacta, por momentos poseída por el desvarío del que no se atreve a suicidarse, no me atrevo a recomendarla, tal vez por la dificultad de explicar con cierta profundidad y dinamismo qué pasó entre esas líneas que terminaron devorándome en tiempo y anclándome en espacio. ¡Pero qué divina sensación la de estar atrapado por un escritor! El tiempo se detiene o avanza enloquecido y cualquier rincón es un cálido escondrijo donde refugiarse en la lectura, para mirar con desesperación como se acaba y como tantas cosas se quedan por decir en el tintero. Al final termina el libro medio muerto, sin haberte contado lo que página a página le fuiste preguntando.

Es una historia de una alarmante y objetiva tristeza que llega a desesperar porque no sale de la mente pretendidamente omnisciente del autor. Página a página, pides al principio, suplicas después, por un diálogo real, porque todo el paquete se transformó en un divague interno, empalado a tres palmos del suelo, con una cara oscura y deprimente que hablaba y hablaba de que todo está mal, y lo que es peor, que no hay remedio.

¡Chapeau! Me metieron otra vez un gol de media cancha y volví a disfrutar con la fruta prohibida, la ansiada y cruda depresión que todos dicen habita en Hungría y se contonea de café en café por Budapest. Los caminos para encontrarse cara a cara con el placer de la lectura, que escapa, en más de una ocasión, a la supuesta calidad literaria, los entiendo más bien como una serie de casualidades, de combinaciones azarosas que te dejan en medio del claro de un bosque frente a una hermosa princesa dormida. A diferencia del cuento, al leer, nos acostamos junto a la diva y nos permitimos soñar; y lo que es más, incluso nos acordamos del sueño cuando nos levantamos.

Yo salí a buscar por el cachetazo de la muerte de Eloi Castelló. 34 pirulos y se lo llevó el viento. ¡Qué chiquito me sentí la última vez que nos vimos en el Congreso Catalán de Budapest! ¡Un tipo inmenso! De careto bestial y hábil. Se había transformado en un referente ineludible del mundo de las letras húngaras en catalán. De esos tíos difíciles de esquivar, no solo porque era como un alevoso quarterback, que podía llegar a intimidar, sino por su vital conversación y su constante buen humor.

No sé como murió. No salió publicado en ningún sitio y en los pasillos solo se habla de un correr al hospital por un derrame interno, y pim-pam, palmarla. Cuando busqué en el Instituto Cervantes de Budapest alguna de las novelas que Eloi había traducido, en una especie de homenaje, y dejándome llevar por una sucesión intempestiva de casualidades, di enseguida con la Liquidación. Lo primero que me atrajo del libro fueron las letras grandes y la certeza de una posible lectura rápida. Todavía no había pasión en el recuerdo, tal vez un “te tengo que pensar”, rápido y afilado; y listo. La pega, y siguiendo en el terreno de la simple manipulación del papel a ojo de buen cubero, era que no me convencía porque estaba en castellano. De hecho el stock del Cervantes en catalán es tirando a pobre. No se ocupan de comprar libros en catalán. Los que tienen son los que han caído en sus manos como promoción desde el Ministerio o la Consejería.

La verdad de la milanesa es que Liquidación lo había traducido Eloi al catalán y para mi especie de in memoriam ya iba bien. Así que lo empecé a ojear buscando convencerme. El traductor ya era una buena señal. Se trataba de Adan Kovacsics, quien justamente había estado en el homenaje a Eloi en Barcelona el pasado 9 de marzo en La Pedrera, y había hecho un sentido discurso. Por otro lado, la historia no podía ser menos sugerente. El objeto-protagonista era un traductor que termina suicidándose. ¿Acaso Eloi se había suicidado embutido por el absurdo y terrible universo de la depresión húngara? Lo digo y me arrepiento, porque es muy probable también que la falta de información sobre los detalles de su muerte indiquen simplemente un deseo de discreción por parte de su familia y amigos. No por esconder nada fuera de la norma, sino como un elegante ejercicio de intimidad, intentando evitar el morbo instantáneo que provoca la muerte. La palabra más acertada quizás sea respeto.

Pero bueno, me gusta escribir y regodearme en el barro y no pude menos que buscar constantemente durante la lectura de Liquidándonos coincidencias, preguntas y respuestas sobre la muerte, sobre esta muerte. No fue un ejercicio fácil cuadrar las vivencias de aquel judío nacido en Auschwitz y definitivamente sepultado en la gris existencia soviética, con el vital catalán de la plaza del Sol, adornado siempre de curiosidades, como aquel Galindo-Crónicas Marcianas del piso de abajo. También es verdad que los intelectuales tienden a expresar su realidad a través de la literatura, no ya de la propia, sino de la ajena; y de buscar en ella las claves de la propia existencia y las frases célebres que explican el estado de ánimo. Parasitan, parasitamos.

Y de mostrarnos con un verbo que no es propio, a representar esos mismos personajes, hay un paso. De hecho, estoy convencido, reventando un poco las teorías psicoanalíticas, que en realidad no es que vivamos reproduciendo o contradiciendo el modelo familiar, sino más bien pasamos de personaje a personaje, en una sucesión de continuidad, que dependiendo de la forma en que nos aborde, o abordemos, la literatura nos lleva a una lógica, o totalmente anárquica, pieza teatral. Hoy en día, con la media a toda marcha, hablar solo de literatura es poco estricto. Ampliemos, pues, el universo de la imaginación, que en ósmosis nos inunda, al cine, la televisión, o el internet.

¿Representó Eloi a ese traductor empecinado en su desgracia? Era la vitalidad y el trabajo una cortina “tus balas no pueden hacerme daño mis alas son como un escudo de acero” o estoy meando definitivamente fuera del tarro, impresionado por la proximidad y la certeza de la muerte? La línea es tan frágil y tan delgada que asusta.

“Lo leí y se durmió poco a poco en mi interior, como otros, bajo las gruesas y blandas capas de mis lecturas posteriores. Un sinnúmero de libros duerme en mi interior, buenos y malos, de todos los géneros. Frases, palabras, párrafos y versos, que, tan infatigables realquilados, resucitan de forma inesperada, vagan en solitario por mi cabeza y a veces se pone a badajear allí a voz en cuello, sin que yo atine a callarlos. Enfermedad profesional.” (Kertész, 2005:53)

Liquidación se pierde en devaneos depresivos a veces incluso ininteligibles, a veces simplemente aburridos, de esos discursos con los que a lomo de una sola palabra, o una breve frase tiras toda una página en estado de shock, sin importarte lo que sigue, lo que hubo antes de ella. Es una lectura de impresiones, una lectura de explosiones sentimentales, de frases célebres y sentidas. La obsesión es una de ellas. Obsesiones varias, algunas más dinámicas que otras. La que tira de la historia, la del movimiento, digamos, es la seguridad del narrador, que para colmo de males se llama “Amargo”, de que el difunto dejó una novela inédita.

Ahí se abre otra vez el abanico de las casualidades forzadas y aparecen las insistentes traducciones inéditas de Eloi: “Alosa”, de Kosztolányi y “La germana”, de Márai. Pero el tema no son las traducciones, es la obra propia del nen de Tàrrega. ¿Habrá dejado algo de su puño y letra escrito, escondido, tal vez con alguna ex amante que ahora se devanea entre compartir o no compartir con el público siempre infiel?

Sé por buenas fuentes que el muerto, y ya por meterme de pleno en el policial, escribía de corazón y a conciencia antes de entrar de cabeza en el paralelepípedo de las traducciones. ¿Pudo acaso el trabajo insistente, meticuloso y constante, apartarlo de su obra? El que alguna vez escribió de corazón necesita repetir, es un subidón difícil de igualar. Por eso digo, sin lugar a dudas, que hay un precioso eloizuelo escondido en alguna parte, pero listo para ser publicado.

Fuentes:
Imre Kertész (2005 [2003]) “Liquidación”. Santillana, Madrid

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