lunes, marzo 26, 2007

Traductores: arietes y arqueólogos de la palabra escrita

por Ricardo Izquierdo Grima*

Un día un sacerdote me preguntaba cómo era posible que en España se hubiesen publicado tantas traducciones de teología católica húngara; el hecho que para un observador superficial podía hacer deducir que en Hungría había un acendrado interés por el dogma católico, o que la nación fuese un baluarte de dicha fe, obedecía sobre todo a la existencia e interés de un traductor, Antonio Sancho Nebot, canónigo magistral de Palma de Mallorca y que fue en suma el causante de que en los seminarios españoles de las décadas de 1940 y 1950 se estudiase a Tihamér Tóth, y que se tradujese también a Ottokár Prohászka, a Antal Schütz y también la biografía de aquel novicio jesuita E. Kaszap, obra de Ladislao Endrődy, editorial Librería Religiosa 1943.

Aunque en principio estas obras de teología parezcan sólo tener un interés teológico, y lo húngaro quede un tanto en segundo plano por la vocación universalizadora de la religión, estos autores también tienen entre sus libros obras autobiográficas, cuyo interés esencialmente literario y de aproximación a su país queda fuera de duda; así de Prohászka tenemos “Recuerdos de un adolescente”, editorial Studium 1945, y de Tóth “Prensa y cátedra” editorial Sociedad Atenas 1946, donde relata sus experiencias bélicas como capellán castrense en la I.G.M.

La biografía del joven Kaszap (1916-1935), que tuvo al menos tres ediciones en Hungría, sin perder su carácter apologético, como ya indica su título “¡La vida por Cristo!”, no deja de tener interés como apuntes y rasgos de la juventud húngara de aquellos años. En suma pues, literatura es todo y cualquier género aporta elementos de interés para captar la realidad del país.

Por todo ello, cuando se trata de una lengua extranjera, la existencia del traductor es el ser o el no ser de la obra literaria fuera de sus fronteras lingüísticas, y al igual que aquel sacerdote siempre me he preguntado, desde el ya lejano 1975 en que comenzó mi afición a coleccionar autores húngaros en español, si las numerosas obras que se iban traduciendo y publicando lo eran tan sólo fruto de la existencia de oportunos traductores o también de que el país literariamente había dado más de sí de lo que por tamaño y población pudiera producir, y con toda seguridad este último factor también se ha dado.

No obstante, sin la existencia del traductor la creación literaria ya podría ser excelsa en calidad y cuantiosa en volumen que aquí no la habríamos disfrutado, y es que el traductor funciona como un ariete para introducir a autores y obras nuevas, pero ejerce también una función muy sugestiva, de viajero en el tiempo, de auténtico arqueólogo de la palabra escrita; buscando, hallando y desenterrando obras que en el país natal, en nuestro caso Hungría, tal vez hasta cayeron en el olvido, y entonces las sacan del pasado para ofrecerlas como manjar del espíritu a quien en nuestro limitado entendimiento nos movemos sólo en la lengua propia; rescate arqueológico que resulta más extasiante cuando de la obra literaria ya teníamos noticia de su existencia y mérito, y después de décadas esperando, finalmente la traducción y publicación ven la luz. Éste fue el caso de “Ana la dulce“ de Kosztolányi, obra imprescindible de la que ya F. Oliver Brachfeld daba cuenta en 1944 al prologar “El bastardo”de Sándor Hunyadi, editorial Aries, en la esperanza de que fuese conocida por el público español, cosa que no se produciría hasta 2003 de la mano de la también desaparecida Judit Xantus y Ediciones B.

Conocí a ELOI CASTELLÓ en el otoño de 2003 cuando en el Ateneo de Barcelona se organizaron unas jornadas sobre literatura húngara, en las que también rendíamos homenaje a J. Xantus que había fallecido ese mismo septiembre. Daba envidia oír a aquel hombre joven que al parecer había aprendido en pocos meses el húngaro, y yo lector de años necesitaba valerme de las traducciones como ciego de un lazarillo. Llegué tarde para conocer a Xantus y cuando conseguí sus señas ya había fallecido.

La traducción al catalán de la literatura húngara, aunque pueda parecer que es algo reciente, ya viene de antiguo, algunas obras vieron antes la luz en catalán que en español, así la primera obra en catalán, que fue “La dama dels ulls de mar” de Mór Jókai es de 1903 en editorial Biblioteca de La Renaixensa; en cambio en español no se publicó hasta 1927, en la Colección Babel, y traducida por los habituales en dicha década, Andrés Révész y J. García Mercadal, con el título “La de los ojos de ibón”.Curiosamente el antecesor del hoy recordado ELOI, y que tradujo al catalán por primera vez una obra húngara, casi lo hizo de forma anónima y a pesar de haber prologado también el libro, sólo firmó como C.B.

Igualmente del otrora archifamoso Lajos Zilahy su primera obra publicada en España fue en catalán, “Primavera mortal”, de la mano de O.Brachfeld en 1935 en la colección A tot vent de ediciones Proa, quien a su vez ese mismo año publicó la versión española; aunque del prólogo de la versión catalana se deduce que la primera de las dos versiones fue la catalana. De este autor, años más tarde, también se versionaría en catalán “El crepúsculo de cobre”, en 1965 en editorial Plaza & Janés por A. Molina, “El capvespre de coure”.

Y otras veces lo relevante de la traducción es que no ha habido más versión que en catalán; así ha sucedido con la famosa obra teatral “La tragedia de l’home” de Imre Madách, traducida por Balázs Déri y Jordi Parramom y las también obras teatrales de F. Molnár “La cuca de llum”, Cataluña Teatral 1934, traducida por LL. Rodellas; y las anteriores piezas de teatro de Loran Orbok: “El cavaller de Seingalt”, editorial La novela teatral catalana 1919, “Stevenson, L’hoste mil-lionari”, editorial La escena catalana 1918, y “El germà del mestre” editorial La escena catalana 1920; todas ellas traducidas por Carles Capdevila.

No es pues una novedad para el lector español, como a veces se oye, que a partir del 2000 se haya introducido la literatura húngara en nuestro país, esta nos acompañó todo el siglo XX, donde múltiples obras teatrales y novelas, hoy olvidadas, se tradujeron y publicaron. El hoy afamado Sándor Márai no nos llegó en 1999, con “El último encuentro”, editorial Salamandra, ya había publicado en 1946 en Destino con el título “A la luz de los candelabros”, y verdaderamente irrumpió en 1931 con “Los rebeldes” editorial Zeus.

Y en plena guerra civil española, en una Barcelona a punto de perderse para la República, aún había energías para publicarse la 2ª edición de “Primavera mortal”, editorial Apolo 1938. Y mientras Hungría sufría el agónico final de la II G.M. publicábamos a Zilahy, Márai, Körmendi, Herzceg, Dormándi y tantos otros, o incluso conocíamos, al año de pasar, los horrores del Budapest devastado por las bombas, con la edición numerada de “La tragedia de Budapest”de István Zádor, editorial Tartesos 1946.

Creo pues justo reconocer que la difusión en español de la literatura húngara no es propiamente una novedad, y de aquel “El castellano convertido” de Jókai de 1887 hasta la última publicación de Ádám Bodor en Acantilado o Kosztolányi en Bruguera con la versión de “Kornél Esti. Un héroe de su tiempo” que ya existía en catalán en 1990 en editorial La Magrana, no ha habido una década donde no se haya publicado alguna traducción; ello sin contar con las publicaciones en Iberoamérica, más difíciles de conocer y encontrar en España. De ahí que yo tenga en busca y captura a “El juez de Casovia” y a “El verdugo de Hefalu”, ambas de Jókai.; o a “Calle Katalin” de Magda Szabó, editorial Monteavila, Venezuela 1972.

Y aunque parezca mentira, la misma editorial, que en 2005 publicó “La puerta” (traducción de Márta Komlósi) se atrevió a decir que era la primera vez que la referida escritora, Magda Szabó, era traída al público español, cuando en realidad existía la publicación de Venezuela, y cuando aquí la editorial Caralt ya había publicado en 1964 “Resentimiento”.

* Doctor en Derecho

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