por Kléber Mantilla
Un húngaro que pasa casi desapercibido en la historia de la humanidad es Árpád Pusztai. Sin embargo, es el único científico que ha investigado los efectos de los organismos genéticamente modificados en la salud humana. Sus experimentos con ratones han demostrado que cuando se los alimenta con papas o patatas transgénicas, en poco tiempo les crecen los órganos y sufren daños severos en su sistema inmunológico -con un mayor crecimiento del hígado, del estómago (27%), del páncreas (40%) y del colon, entre otros-.
También encontró que estos roedores sufrieron daños en el cerebro y en otros órganos vitales.
La historia de Pusztai se parece a una de las películas de Hollywood cuando muestran la presión de las mafias contra los científicos cuando descubren un secreto universal y aparecen los criminales más peligrosos que intentan ocultar la verdad a como dé lugar.
En 1998 este húngaro, que se desempeñaba como científico en el Instituto de Investigación Rowett, en Aberdeen, Escocia, descubrió que las papas modificadas genéticamente causaban inflamaciones y tumores en los tejidos del estómago de los roedores del laboratorio. Al poco tiempo de publicar sus experimentos, su hogar fue saqueado y robaron su investigación, pero además perdió su empleo en Rowett, después de trabajar allí 36 años. Su mayor pecado fue aparecer 150 segundos en una entrevista de televisión en el programa “Mundo en Acción” de la Televisión de Granada en agosto de 1998 y explicar el resultado de su experimento.
Finalmente, apareció una publicación de la Real Sociedad Médica en el famoso periódico científico Lancet, donde, con calumnias, se señalaba que esos trabajos eran dudosos porque habían sido realizados por un anciano con problemas mentales.
Dos años después, se realizó otra investigación en la Universidad de California de los Estados Unidos, en el campus de Berkeley. Allí, participaron cuatro biólogos de Europa y Estados Unidos (el húngaro a la cabeza), quienes presentaron sus estudios de los últimos diez años. La historia número 7 se registra como “Proyecto Censurado 2001”, pues el trabajo científico de Pusztai, se archivó junto al resto de información proporcionada por sus colegas y fue clasificado como censurado al público y a los medios de comunicación masivos.
Mientras Pusztai alimentaba roedores con papas modificadas por transgénesis, el profesor de la Universidad de Cornell, John Losey, esparcía polen de maíz transgénico en hojas de godoncillo, un tipo de planta de las asclepiadáceas. Las larvas de la mariposa monarca, que se alimentaron con esas hojas, murieron y solo las que no usaron polen transgénico sobrevivieron. Otro colega, Ignacio Chapela, un ecólogo, descubrió que el polen de un campo de maíz transgénico de Chiapas, en México, voló varias millas y terminó afectando la diversidad del maíz del mundo. El último, Tyrone Hayes, endocrinólogo, especializado en anfibios, aplicó Atrazina, un herbicida alterado genéticamente, en ranas y comprobó que los machos se hicieron hermafroditas. Pusztai, Losey, Hayes y Chapela fueron perseguidos y desacreditados por las industrias que comercializan transgénicos.
Pese a todo, en marzo de 2004, el condado de Mendocino, California, fue el primero de EEUU en prohibir las siembras y crianzas de animales modificados genéticamente.
Según el analista de tecnologías, Mark Dowie, se trató de una amenaza económica para la industria de la biotecnología. “Entre 1999 y 2001, cada uno por su lado y sin que los otros lo supieran, hicieron descubrimientos radicales que puso en tela de juicio el dogma de la poderosa industria de la biotecnología. Para ese entonces se había convertido en la sirvienta de la agricultura industrial y la querida de los inversionistas de riesgo, los cuales todavía tienen la esperanza de haber invertido sus más recientes billones en lo máximo”, afirma.
Las empresas Novartis, Monsanto, Syngenta, Bayer y Dow Chemical son gigantes corporativos que controlan el comercio mundial de semillas transgénicas y serían los responsables de esconder los resultados del experimento de Pusztai. Además, se resonsabiliza al primer ministro inglés Tony Blair de callar uno de los pocos experimentos que delatan la inseguridad de los alimentos manipulados genéticamente en animales o humanos.
Árpád Pusztai tiene 69 años y ha publicado 260 documentos científicos y nueve libros. Su trabajo junto a Stanley W.B. Ewen, durante 30 meses entre 1995 y 1998, sobre la alimentación de papas alteradas genéticamente en ratas, son su mayor aporte a la humanidad. Últimamente, ha realizado asesoría en ingeniería genética en Brasil, Hungría y Noruega.
Hace poco tiempo expuso su experimento ante 90 países que intentaban firmar el fallido protocolo de bioseguridad para regular el mercado internacional de los productos transgénicos.
Sin embargo, los países productores de transgénicos: Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina, Uruguay y Chile, se opusieron y vencieron al resto del mundo. La entrada de transgénicos ahora se somete a las frágiles legislaciones de cada país.
En su estudio Pustai asegura que no existe algún transgénico con beneficios, pues el efecto sobre la salud humana no ha sido probado ni ensayado, excepto en las papas con modificación genética. “Nadie tiene el derecho de sacar un producto, una planta, un alimento transgénico arriesgado o peligroso. Nadie tiene derecho a hacerle eso a los demás seres humanos”.
*La planta Galanthus Nivalis provee el gen manipulado por el doctor Pusztai.
Fuentes
- El “Proyecto Censura” de la Universidad de Sonoma de California, una de las 25 noticias que nunca se publicaron http://www.projectcensored.org/publications/2005/19.html
- www.redtercermundo.org.uy
- www.panna.org Proyecto Justicia Ecológica Global.
- www.globaljusticeecology.org sitio del Bank's Staff Exchange. “Comerciantes Genéticos: Biotecnología, Comercio Mundial y Globalizacion del Hambre”, de Brian Tokar (Toward Freedom press 2004)
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