por Sebastián Santos
“Tűzoltó utca 25” o su traducción literal al inglés “Fireman street 25” es una película de culto en Hungría. Una paleta repleta de símbolos y situaciones que se entrecruzan y pintan finamente y al detalle el mundo interior y personal de la sociedad húngara de los ’70. Debe haber una versión en castellano, el problema es que la palabra “bombero” no tiene el tilín heróico de los gringos, más bien el “quiero ser bombero” se emparenta con el “mi papá es policía” o “mi primo es el de Zumosol”. Es una palabra grotesca, toda ella una alteración poco seria. Es igual que bombacha, bombón, bemba, o sin ir más lejos el bamboucha de Fanta Naranja. El caso es que no encontré ninguna “La calle del bombero 25”, aunque a decir verdad si hubiese tenido el sádico privilegio de antaño de rescribir, con completa libertad y sin miramientos, los títulos de las películas extranjeras, yo le hubiese puesto “El bombero de la calle 25”. Está claro que despistaría, pero le daría un buen golpe de taquilla apuntando a la masa que delira por las películas yanquies de tiros y coches que revientan.
Pero aquí en Budapest he descubierto que los bomberos son la hostia, personajes activos de la ciudad y referentes sociales. Ya en un par de ocasiones he presenciado los espectáculos, entre circenses y didácticos, que organizan en plena calle. El último fue la celebración del día del bombero y el policía el pasado sábado 3 de junio en la plaza Hunyadi. Y más aún, Tűzoltó no es una calle cualquiera, no es moco de pavo. Es una señora calle llena de vida y de actividades imperdibles. En algún número de esa misma calle está el Tűzraktár, un centro cultural con la mejor onda, donde hace poco fuimos a ver una exposición fotográfica. Por otra parte en el número 33 sorprende el Közért, otro lugar de encuentro y de movida que hace poco está funcionando pero que promete. La última vez que nos vimos ahí, fue para ver los resultados de las elecciones, y la combinación y variedad de tendencias fue todo un ejemplo de convivencia democrática. Los vinardos que corrieron ayudaron, pero ni los gritos burlones contra Orbán o la dirigente del MDF sacaron de sitio al grupo del Fidesz que estaba con nosotros. Impecables.
“Tűzoltó utca 25” es del año ’73 y está dirigida por István Szabó, quien años después fue reconocido mundialmente con un Oscar por “Mefisto”. La película obtuvo el Leopardo de Oro y el Premio del Jurado Ecuménico en Suiza, en el Festival de Cine de Locarno, en el ’74. Los actores, por orden alfabético son : Ági Mészáros, András Bálint, Edit Lenkey, Erzsi Pásztor, János Jani, Károly Kovács, Lucyna Winnicka, Margit Makay, Péter Müller, Rita Békés, Zoltán Zelk. Y la música es de Zdenko Tamassy.
La lista de actores no me dice gran cosa, mis conocimientos del cine húngaro crecen, pero lentamente. El que sí me ha llamado la atención y apoya mi impresión de que la película es de una vigencia escalofriante, es Péter Müller, autor de moda actualmente, y que cuenta entre sus obras con la traducción al húngaro del I Chin, aquí Ji-King.“Tűzoltó utca 25” es un pedazo, literalmente hablando, de la ciudad y su gente. Hoy, los trozos de ese edificio que termina demoliéndose en la última escena de la película están desperdigados por la ciudad. Como buena película intimista llega a ser, por momentos, agobiante. Una de las estrategias más ingeniosas, y ahí chapeau!, que Szabó utiliza, es presentar buena parte de los diálogos como pensamientos, ensueños o mismo sueños de cada uno de los personajes, que con su propia voz en off se dirigen al público en monólogos cansados y obsesivos. La maniobra, que escapa a lo cinematográfico y arrastra consigo el terreno del psicoanálisis, hace que la pequeñez y abulia de los habitantes de la calle del bombero, se transformen en un inmenso conglomerado de palabras que en su obsesión insistente crecen y crecen, no dejando lugar a más nada, solo cuatro o cinco ideas fijas grabadas a fuego. Imaginaos lo mismo en un autobús. Imaginaos que la multitud que aprieta además piense y que ese pensamiento termine por reventarlo todo. La misma metáfora vivió bomberísima 25. Las obsesiones y la falta de comunicación comulgaron con lo diminuto de los pisos y las paredes terminaron por abrirse. No fue esa bola que se bambolea (aquí otra del club de los bomberos) al principio y al final la que tiró abajo el número 25, fue el agobio, el tedio, la fatiga crónica.
Hoy busqué en el bus y en el metro y en el tren las mismas caras cansadas que mostraba Szabó. Ni mucho menos son todos así, pero hay una franja, que ronda los 50 años, que está agotada, sobre todo me pareció verlo en algunas mujeres, recostadas contra la pared del metro, el cuerpo en una postura difícil, torcida, en un equilibrio similar al del yonquie cuando ya no puede más, cargadas ambas manos con bolso y compras. El cansancio se ve en la postura del cuerpo que pierde esbeltez, pero fundamentalmente en la mirada. La mirada cansada se pierde en un punto fijo, ni siquiera puede apagarse y dormitar, simplemente el vacío. No hay curiosidad y el tedio y la lista de cosas que todavía quedan por hacer y como diría Gloria: los años que quedan por vivir. Y más aún, diría que lo peor del cansancio es la sensación de que no hay más salidas, de que ya fue, de que ahora (y que revienten los que tiemblan con el dequeísmo) ya es todo cuesta abajo. Y Budapest ahí asusta porque es una de esas ciudades donde todos los atajos están marcados. La mayoría de las plazas están atravesadas por surcos que comunican uno y otro lado entre las paradas de bus. Imposible perderse. Todos los atajos están marcados, insistentemente, por miles de peatones a diario. A los lados una triste y amarga bandada de indigentes te recuerdan por donde tienes que seguir. Incluso a veces, cuando alguno duda, el de turno se saca ahí mismo la chorra y mea contra un árbol para que no te olvides, no solo sin pudor, sino incluso con alevosía y altanería pedagógica. La mayoría de estos hombres y mujeres rondan los 50 años y son de aquellos primeros excluidos del sistema en los comienzos del capitalismo. Los que se han dado en llamar “parados de larga duración”.
La mención y relación con Péter Müller y su Ji-King, no es simplemente anecdótica. La fuerte presencia de lo esotérico y místico en Budapest, va de la mano, con el silencio. Entre las reflexiones que he podido sacar el tiempo que llevo aquí es que el discurso frontal no es mayoritario en estas tierras. Hay que saber leer entre líneas, e incluso sonreír cuando te la dan cruda. La falta de una profecía clara hace de cada habitante un antropólogo de lo más personal. La mitad de los conflictos se resuelven por izquierda, en el mejor de los casos, y cuando la relación de fuerzas es similar o en desventaja; y simplemente por aplastamiento elefántico cuando el que tiene la batuta se aburre. Vivirla en Budapest es patinarla, armarse un círculo de amiguetes, como en los viejos tiempos, y apostar por él hasta el final de la partida, o entregarse y lanzarse del Puente de las Cadenas. El sistema formal y anónimo todavía se la tiene que currar mucho en estos pagos.
Para terminar esta serie de imágenes en trozos de bomberística 25, que palatinean el cansancio, los silencios y la huída, no hay mejor ejemplo de la persistencia de la película que la innumerable cantidad de edificios que todavía quedan igualitos a Tűzoltó 25. Edificios burgueses de los años 20, con patios y pasillos interiores, adornos redondeados, a veces incluso modernistas, en columnas, o portales; techos altos y entradas oscuras. Pero la belleza, si bien está, es de una decadencia abandónica, las paredes descascaradas, las fachadas cayéndose, los balcones a pelo. A muchos Tűzoltós 25 ya se los han cargado, los demolieron, incluso habiendo sido considerados patrimonio del país o de la ciudad. No solo en los ’70 cuando se hizo la película, sino ahora mismo, muchas veces entre protestas vecinales, porque se trata de edificios declarados patrimonio del país o la ciudad, como fue el caso de la calle Kiraly, se puede contemplar una exclusiva y octogenaria demolición.
Los espacios donde habitan la mayoría de los húngaros de esta ciudad siguen siendo pequeños. El silencio y el descrédito del sistema formal y asociativo está al orden del día. Los edificios viejos caen por el peso de las inversiones extranjeras. Y todavía se insiste, igual que en la peli, en la melancolía por un pasado glorioso e imperial. Pero atención, junto a esta imagen triste, tan propia de István Szabó, hay una Budapest de colores, alegre y atrevida, tan interesante de conocer como la enrollada de la calle del fuego.
1 comentario:
Sebas: ha sido un verdadero placer poder leer tu artículo sobre una de mis pelís favoritas. Me sorprende cuánto sabes ya de Budapest y me gustan tus asociaciones extravagantes, tu modo de ver.
Judit Zs.
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