por Sebastián Santos
Presentación de “Historia de Cronopios y de Famas” en el Instituto CervantesArrancando de un pasado entre juguetón y revolucionario, nostálgico, llegó al Cervantes cortito y juguetón Julio Cortázar.
A simple vista no parece la literatura ni el autor más apropiado para adornar el momento húngaro. La convulsionada Latinoamérica de hace 40 años donde Cortázar parió, entre otros, esto que ahora se prsentó en el Cervantes, “Historia de Cronopios y de Famas”, dista una enormidad de la Europa de hoy, arrastrada por la velocidad del video clip y la repulsa alérgica a la revolución socialista.
Cortázar personaje político, especialmente comprometido con la revolución cubana y más tarde con la nicaragüense, no se atrevió o no le dió la gana mostrar en sus obras su rostro político. Más que nada era un guiño para los que pensaban diferente. Hablar de Cronopios y de Magas era también hablar de revolución y de lucha anticapitalista.
A Hungría llega un Cortázar descafeinado, inocuo, pero siempre divertido y ocurrente, sin el peso político de años atrás. No llegó literatura roja, sino un libro de todos los colores. Pero así y todo me intriga como reaccionará el público ante su lectura que parece hoy ingenua, achiquilinada, llena de excesivos juegos léxicos, ortográficos y semánticos y que incluso pueden fastidiar en lugar de agradar. Otra épocan, otras emociones a despertar.
La explicación más plausible de la habilidad con que este librito de tapas negras, letras verdes y brillantes, salpicado de dibujos crípticos, se ha colado en las estanterías de las librerías húngaras es básicamente la pasión y entrega de su principal traductora, Andrea Imrei, que ha dedicado buena parte de su vida a seguir consiensudamente la obra de Julito.
Pero el éxito de este y otros libros se enmarca en un contexto más amplio: el de la oferta y la demanda. Desde hace unos años vivimos el boom del español en buena parte del mundo, debido fundamentalmente a la ola inmigratoria que ha cambiado la composición social en Estados Unidos. Lo que hace el mono, hace la mona y todos repetimos el modelo americano.
De mano de este subidón las editoriales e instituciones que promocionan el castellano tienen que echar mano de los especialistas que hay en cada país. En el caso húngaro la mayoría de especialistas han sido formados herederos del mito comunista, una vez triunfó la revolución socialista en Cuba. De ahí que no es que no sea raro sino más bien inevitable que buena parte de los autores que se traduzcan, fuera de los clásicos de hoy de siempre, tengan ese ramalazo izquierdista que hoy la generación “x” mira con incredulidad.
Historia de Cronopios y de Famas se presentó en el Cervantes dos veces, el martes 7 y el domingo 19 de noviembre, siempre a sala llena, así que por narices tuvo que haber gustado. Yo me ocupé de hacer la traducción simulatánea, así que disfruté diferente, solo, artística y agitadamente hablando conmigo mismo y casi siempre pensando en pasado. Pero pude apreciar los preparativos y más allá de las postres. Vi antes y vi después. Vi colores y formas para nada habituales en esta casa y quedé de lo más agradecido de los nuevos aires que corren. Artistas saliendo de armarios, papagallo, bicicleta entre el público, globos y plástico decorando a medida que avanzaba la representación. Trompeta.
Después de la representación alguno me preguntó: “¿Para qué tanto espamento si al fin y al cabo solo se trata de presentar un libro?” Y el que no lo preguntó tampoco se atrevió a festejar abiertamente su admiración ni su éxtasis. El colectivo involucrado con el español, en su pavura por conservar su espacio de poder, llega a ser de un conservadurismo que asusta y se cuida mucho de no decir cosas fuera de lugar, no sea que le quiten la pelota, le pinchen el globo o le chupeteen el polo.
Tal vez me equivoque, tal vez sea la falta de expresividad con la que desde otras latitudes contemplamos a los húngaros. Pero chica...¡apenas hubo 4 risas roñosas!. Los actores terminaron, cobraron y desaparecieron con la velocidad del rayo; y con el cóctel de después de la obra hubo más que nada un juego de acercamientos, una búsqueda de complicidad por la ansiada opinión correcta.
Pero si bien yo quedé contento como cucaracha en azucarera, entiendo el desconcierto. Hay que reconocer que así como yo viví mi propio Cronopio encerrado en la cabina del fondo, también el texto y los actores jugaron por separado. Me atrevería a asegurar que no había un conocimiento profundo de la obra antes del montaje, ni después. Los colores, los ruidos, la música y las performances que tanto me gustaron, también hay que decir que estaban aplastadas contra el libreto sin mayores consideraciones. Con el mismo modelo estético se hubiera podido representar cualquier otra obra, que también tuviera como esta, algo de chispita criolla. Para el caso es lo mismo. La puesta de Réka tiene sobre todo el valor de lo novedoso, no en la escena del teatro mundial, claro, sino en la plataforma cultural del Instituto Cervantes. De seguir la fiesta, podríamos hablar del efecto Cortázar.
Aunque aprovechando la lección, para la próxima habrá que leerse antes los textos y conseguir ese swing del que hablaba Julio Cortázar y no fiarse de que todo se arregle a las carreras y con mucho nebiolo.
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