por Kléber Mantilla
Siempre será difícil intentar retratar a la dictatura. Cada figura es monumental y de mil cabezas. Casi imposible sujetar del cuello y alcanzar a detallar los males de un sistema social enfermo por sus élites.
En aquellos tiempos en la vieja Hungría, un Partido Obrero Socialista estuvo en el poder y estructuró un juego malévolo para su gente. Una policía secreta que funcione como arma perfecta para reproducir, reprimir y renovar un modelo de Estado totalitario.
El informante apareció en la comunidad como un instrumento de control ideológico. El denominado agente “ügynök” se colocó en cada compañía, empresa, escuela, universidad, cualquier lugar público, incluso podía estar en casa. Siempre tratando de agregar algo más al reporte de la atmósfera (hangulatjelentés). El objetivo era detallar la emoción pública y los reportes indicaban desde los nombres de los no obedientes hasta las relaciones afectivas con los extranjeros. Tomar un cafe en grupo podía resultar un riesgo, pues cualquier idea extraña aparecía después escrita en un reporte.
La información se usaba para presionar y perdurar la dinámica del poder. Siempre aparecían nuevos miembros a órdenes del partido. De tal manera que las personas no podrían desistir de participar en la “Policía Secreta”. Mil historias cuentan la llegada por la noche de un carro negro de vidrios oscuros a casa. La policía sacaba al sospechoso para conducirlo al ÁVH, en la calle Andrasy 53, quien nunca más volvía.
Las torturas de hecho eran parte del juego. Por ejemplo cuando el canciller húngaro Lázló Rajk, combatiente de la guerra civil española, se "confesó" culpable de los absurdos cargos de ser agente secreto de la CIA, sólo para ser fusilado minutos después. Casos sobran sobre las declaraciones forzadas que también implicaban mentiras y testimonios falsos. Poco queda en la memoria, pues en 1989 los documentos sobre los agentes más peligrosos fueron destruidos. Sin embargo, se conoce que los niveles de participación eran activos y pasivos, pues para llenar los reportes se necesitaban víctimas y alguien quien tenía que descubrirlas.
Ahora es difícil realizar una evaluación ética, pues se reconoce que fue un problema sistémico. Pese a todo, está claro que en 1955, trabajadores y estudiantes de Budapest destituyeron al gobierno prosoviético y colocaron a Imre Nagy, para aplicar un socialismo local de concepción nacional fuera de las órdenes de Moscú.
Varios analistas dicen que la vida real de autonomía individual, el espacio posible de esperanza, se redujo al círculo familiar. Y otro problema mutado que apareció con esta policía secreta fue la libertad de creación artística, pues con el monopolio de los medios masivos de comunicación, de las instituciones culturales y editoriales, la élite eliminó la libertad de creación intelectual y artística, e impidió la publicación de toda obra o cualquier expresión cultural que se distanciase de la línea oficialista.
Muchos cuentan que la mayoría de los informantes sabían que no había lugar para ellos en la élite. La gran mayoría desistieron de sus ambiciones políticas, pero en su fuero interno pese a que rechazaban el monopolio del poder, mantenían un convenio cínico con el régimen, a través de su servicio como informantes. “El deterioro moral no era exclusivo sólo de los gobernantes, sino de todos los integrantes de la sociedad, incluyendo a los distanciados intelectuales”, según la opinión del sociólogo Juan Benaventes.
Adam Michnik, en su libro The New Evolutionism, sobre los informantes y su red, dice que cualquier cambio significativo al sistema se dilucidó fuera del Partido Comunista y de la burocracia estatal, en comunidades de intelectuales, de ex comunistas purgados, de agrupaciones sociales. Las reprobaciones y rechazos de los intelectuales contra el régimen totalitario fueron masivas, al punto de inundar las filas de la disidencia y la oposición, desempeñando un papel clave en la contienda por la transición del comunismo a la democracia.
Pese a todo, la revolución anticomunista fue gestada por los intelectuales, los novelistas, los poetas, los dramaturgos, los cineastas, los historiadores, por las revistas literarias, los comediantes populares y cabareteros, los discursos filosóficos. Es decir, por la cultura. Muchos de ellos fueron también informantes.
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