por Eszter Aranyos
A mí, personalmente me gusta el tipo de museo clásico, con muchos objetos en vitrinas, o sino, con la señal de “no tocar”; con textos explicativos, sentido único, guardarropa, vigilancia y cafetería. Soy pesada para quienes intentan acompañarme a estos sitios. Normalmente, me gustaría leer cada una de las letras que encuentro y mirarlo todo, pero nunca llego. Hace años, por ejemplo, visitamos el Mueso de Historia de Cataluña cerca del puerto. Yo, en tres horas, apenas llegué hasta los celtas (segunda sala en la primera planta) mientras mi acompañante ya había terminado con Franco en la segunda planta.
Pero a la vez, algunas veces, me gusta romper las reglas, y estas son las situaciones más interesantes. Por ejemplo, en un viaje a Transilvania, a Csucsa, entramos al Museo de Ady (Ady Endre, el famoso poeta húngaro de principios de siglo) después de haber encontrado la llave colgando en la parte trasera de la puerta del patio; o de pequeña, en Potsdam, en aquel tiempo Alemania del Este, pudimos sentarnos en la cama del gran filósofo Voltaire gracias a la ayuda de una investigadora que estaba casualmente por allí.
En Hungría, desde hace algún tiempo, los museos proponen nuevas formas, pero a pasos muy lentos. Por ejemplo, una vez al año, en "el día del patrimonio cultural", en otoño (16-17 de septiembre), se puede entrar a varios edificios que normalmente están cerrados al gran público. También en primavera (25 de junio), en "la noche de los museos", se pueden ir visitando, entre la muchedumbre, acompañados de diferentes eventos alrededor del tema propuesto por el respectivo museo (por ejemplo espectáculos, visitas guiadas por duendes, concursos, etc.).
Además, empieza a estar de moda la pedagogía museológica: Uno puede inscribirse en diferentes cursos relacionados con el arte en varios museos.
Otra novedad, que empezó hace poco en el Szépmûvészeti Múzeum (Museo de Bellas Artes) es el llamado "Museo +". Son de noches de jazz, cada jueves de 6 a 10, para aquellos que no tienen tiempo de visitar las exposiciones durante el día o simplemente quieren disfrutar del museo de otra manera.
La programación de estas noches sigue las exposiciones temporales; estos días, la de los "500 Años de la Pintura Española". Por ende, todo es un poco rojo y amarillo: los espectáculos, la música, la comida, incluso los vinos.
Al "transeúnte", al entrar, lo espera música de jazz tranquilita, con tapas y sangría. Bien típico. Todo es un poco caro en relación a la canasta familiar húngara, aunque supongo que para los visitantes extranjeros, una copa de vino por 3 euros no significa ninguna cosa excepcional.
Mesas gigantes, sofás cómodos y empezamos a especular sobre qué hacer.
Alcanzamos la visita guiada de la exposición temporal de "El Greco – Velázquez – Goya". El guía resultó un chico joven, cargado de bromas, con muy buen tono y con muchos datos. Tres cuartos de hora.
Otra copita, esta vez ya no pudimos aprovechar la promoción de una bebida gratis (agua, zumo, o cava) del museo. Otro poquito de jazz y seguimos la manada.
Otra visita guiada, ahora con grabados y litografías en la Sala de Gráficos, las viejas en la primera fila mirando cada cuadro a apenas cinco centímetros de distancia. No se veía nada, solamente el pasar de todo el grupo.
Una linda noche. Lástima que no se podía fumar dentro y que hubo por lo menos tres plantas donde ni siquiera entramos. Ya debería haberme acostumbrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario