sábado, septiembre 23, 2006

Entrevista con Szabó Ferenc, Cónsul General de Hungría en Barcelona

por Ábel Bereményi


Barcelona, 3 de julio de 2006

Nací en Budapest, el día 19 de marzo de 1955, ya cumplí los 51 años.
Los estudios. La educación elemental la cursé en una escuela de música y la disfruté mucho. Se llamaba Zoltán Kodály, pero todo el mundo la conocía por el nombre de la calle donde estaba: Lórántffy Zsuzsanna. Era una escuela bastante famosa. Ahí aprendí a tocar el piano y también formé parte del grupo de danza y del coro. Tengo un sentido especial para la música.
Después, para aprender español, pasé a la escuela secundaria Vörösmarty. En esa época lo que más me interesaba era América Latina, sobre todo los temas de actualidad y el español, aunque todavía no había tomado la decisión de seguir la carrera diplomática.
Cuando tuve que elegir la universidad pensé sobre todo en algún trabajo que me permitiese vivir en el extranjero. Ahí pensé en el servicio diplomático, pero también en el comercio internacional. Entonces escogí la Universidad de Ciencias Económicas, que en esos tiempos se llamaba Karl Marx. Después del primer año me especialicé en relaciones internacionales, ya preparándome seriamente para ser diplomático. En 1978 terminé la universidad y ese mismo primero de septiembre comencé a trabajar en el Ministerio.

Después de poco más de año y medio me dijeron que me iba a trabajar al extranjero, a otro continente. Enseguida pensé que sería en América Latina y me alegré mucho. Había hecho mi tesis en la Universidad de México y estaba seguro que me enviarían allí o a otro país del mismo continente.
Al final me dijeron que el puesto era para Angola, en África. Me quedé de piedra, tan sorprendido que no supe que decir.

¿A qué se debió esa decisión?

Uno de mis colegas se había puesto enfermo. Buscaban a alguien que hablase portugués y fuese joven. Aunque yo no hablaba portugués me dijeron que el español era bastante parecido y siendo yo joven, situaciones más difíciles podría aguantar.
En los años ’80, en Angola, la situación era realmente difícil. Estaban en guerra civil. Pero al final tomé la decisión de ir. Podía aprender otro idioma y todavía era bastante joven para aguantar esas y otras condiciones. Con el tiempo me di cuenta que había tomado la decisión correcta.
Pese a lo complicado del ambiente aprendí portugués y descubrí un país maravilloso, tanto por la naturaleza como por su gente, muy agradable y muy simpática.

Después de este servicio volví a trabajar en el Ministerio y en 1986 fui designado para nuestra Embajada en Caracas, Venezuela, donde viví con mi familia cuatro años. Aquí las condiciones de trabajo fueron mejores y refresqué mi español, que había sido desplazado por el portugués del tiempo en Angola.
En 1990 pasé de Caracas, otra vez al Ministerio y a los 4 años participé en una misión de las Naciones Unidas en Angola como observador de paz. Fueron 9 meses, una experiencia muy interesante que me permitió conocer cómo se trabaja en una organización internacional.

Finalmente en 1994 dejé el Ministerio. Quería dejar de trabajar por un tiempo en el extranjero, pero las condiciones económicas, si decidía quedarme en Hungría, no eran las mejores. Así que acepté irme a trabajar a una empresa privada. Estuve en el ámbito de los negocios unos 8 años, en un par de empresas.

¿En qué país?

En Hungría mismo. Fue muy bueno conocer el terreno de lo privado para complementar mi experiencia con las instituciones públicas; pero en 2002 volví una vez más al Ministerio. Primero trabajé en el departamento de prensa y después, dos años y medio, como Portavoz adjunto del Ministerio. Y en este cargo me encontraron cuando mi antecesor fue nombrado Consejero Político del nuevo Presidente de la república de Hungría y me ofrecieron el puesto de Cónsul General, aquí en Barcelona, donde llegué el 10 de enero de este año, 2006.

¿Qué imagen tenías al principio de llegar y tienes ahora de Catalunya y de los catalanes, desde que eres Cónsul General en este país?

Antes de hablar de mis impresiones me gustaría comentarte las observaciones que me hicieron, tanto colegas como otros funcionarios del Ministerio, cuando se enteraron que iba a ser el nuevo Cónsul General de Barcelona. Esto todavía en Hungría.
Todos me decían que no tenía ni idea de la suerte que me había tocado. Iba a venir al mejor lugar del servicio diplomático de Hungría, a la ciudad más agradable y más bonita que existe. Una ciudad que tiene la más variada gama de programas culturales y deportivos, todos del mejor nivel. Barcelona es un sitio ideal para vivir y para trabajar. Siempre hay algo interesante que hacer. Es imposible aburrirse, hay tantas posibilidades que es difícil dar abasto con todas.
Y bueno, acompañado de esta envidiable sensación, llegué a Barcelona.

¿Tus colegas se referían a Barcelona o a Catalunya?

A Barcelona. La mayoría solo conoce la ciudad. Conocen poco del resto de Catalunya y de la zona de jurisdicción del Consulado General. Y en el servicio diplomático, como ya te he dicho, todos coinciden en que es uno de los mejores lugares para vivir. Personalmente y después de los 6 meses que aquí llevo, puedo decirte, yo también, que es una ciudad extraordinaria, a pesar que el trabajo es más de lo que esperaba.
Antes de venirme para aquí, mis colegas del departamento del Portavoz, me decían que por fin iba a descansar un poco después de tanto trabajo en el Ministerio, pero la verdad es que no puedo decir que descansar sea una de mis ocupaciones principales. Aquí hay mucho trabajo. Hay muchas actividades y me gusta. Prácticamente no tengo ningún día sin algún evento oficial: recepciones, encuentros bilaterales, visitas a empresas, reuniones con el cuerpo consular o con las autoridades catalanas.

La actividad diplomática es enorme. Y si después queda algo de tiempo libre aprovecho para disfrutar de las numerosas ofertas culturales o turísticas de Catalunya. Catalunya es más que Barcelona y esa diversidad que ofrece me encanta. Puedes ir al más apartado y pequeño pueblo, por ejemplo, cerca de las montañas, y seguro que encuentras algo interesante para visitar, por ejemplo, de la Edad Media. Y después de pasear por allí un rato, también con seguridad, vas a encontrar un encantador restaurante donde vas a comer de maravilla. Y así, sin parar, podrías seguir de pueblo en pueblo.
Eso es lo que me gusta tanto de Catalunya: que la gente no está obligada a quedarse en la ciudad de Barcelona o simplemente a ir a la playa. Tengo que confesártelo: nunca había estado en ningún lugar del mundo con tanta variedad.

La gente también es muy simpática. Los catalanes son muy amables y es una pena que no hable catalán. Lo entiendo bastante, pero cuando quiero hablar me confundo con el castellano. Tal vez un poco más adelante.

¿Y cómo ves el tema de la identidad catalana y de la identidad española, a veces enfrentadas?

No puedo sentir lo que siente uno u otro. Solo puedo ver el proceso desde fuera. Eso tal vez me da otra visión. Lo que yo pienso es que después de tantos años de represión es natural, cuando finalmente se abren las puertas, que la gente quiera avanzar más rápido de lo normal. A veces las cosas suceden a un ritmo que todo el mundo puede seguir; en otras ocasiones resulta difícil seguir e incluso comprender. En Catalunya y en el resto de España la gente es adulta, todos los temas se pueden discutir y en realidad no existen grandes controversias entre unos y otros. Ahora se trata de encontrar un puente entre las condiciones actuales y las que se pretenden para el futuro. Por ejemplo, l’Estatut llegó después de muchos obstáculos pero ofrece mucha más libertad y autonomía a Catalunya y a los catalanes. Y probablemente también terminará sumando seguidores en otras autonomías de España.
Los que tienen miedo que se pierda la unidad del país van a terminar comprendiendo que la unidad no significa el mantenimiento rígido de un sistema. Un país puede perfectamente funcionar basándose en la cooperación y en el pluralismo de sus autonomías, con sus características especiales y no solo porque se encuentren en la costa o en el centro del país, sino también por tener raíces culturales étnicas diferentes. Se puede construir un sistema autonómico que respete las diferencias y en el que, a partir de la cooperación, todo el mundo entienda y respete al otro, y juntos puedan conseguir mucho más.

¿Cuales serían los tres temas fundamentales que definen las relaciones entre ambos países, entre Hungría y Catalunya o entre Hungría y España?

El primer tema es lo histórico, con Violant D’Hongria, la esposa de Jaume I. Ese matrimonio fue un hecho que predestinó muchas cosas. Ocurrió cuando Hungría estaba en los comienzos de incorporarse a Europa. En el año 1000 el Papa había coronado al primer rey húngaro y todavía se necesitaba tiempo para que el resto de países europeos cristianos, con sistemas de estado moderno, nos aceptasen como a un igual.
Y la relación se ha mantenido viva y ahora existe, por ejemplo, un importante plan conjunto entre Catalunya y Hungría para 2008. Vamos a organizar una exposición en común con el lema “Hungría tan lejos y tan cerca” que va a tratar, justamente, de las relaciones históricas entre Hungría y Catalunya. Y de aquí en más espero que también podamos mostrar qué nuevas posibilidades existen y pueden existir.

Y ahora el segundo tema, muy importante: el de los lazos económicos entre Hungría y Catalunya; lazos que puedan unir a las empresas catalanas y húngaras. Estamos trabajando en eso, porque si bien las relaciones culturales son muy importantes, las económicas son el pilar fundamental. Necesitamos, a través del servicio diplomático, fortalecer los contactos entre las empresas pequeñas y medianas, especialmente; porque las empresas grandes, las multinacionales, tienen otro tipo de dinámica. Los representantes de las empresas pequeñas y medianas son profesionales que no solamente establecen contactos por motivos económicos sino también por motivos personales. Para ellos es muy importante la relación cara a cara, el trato personal, la simpatía del otro y constatar que la relación es llevadera, fructífera y durable.

Esto fortalece el contacto entre los pueblos y por ende el turismo.
Hungría está ofreciendo cada vez más oportunidades directas al turismo catalán porque en general la gente no considera como destino principal Hungría, sino, en el mejor de los casos, como parte de un tour por Viena y Praga. Pero realmente vale la pena visitarnos y no solo Budapest, sino también otras ciudades que tienen cosas muy interesantes.
Tenemos programas culturales muy buenos y especialmente interesantes para los catalanes. La cocina húngara también es muy buena y diferente de la del resto de los países de Europa Central. Ni que hablar de las famosas aguas termales.
Seguro que vamos a mejorar las relaciones turísticas en un futuro próximo.

Volviendo a Catalunya, ¿qué perfil tiene la colectividad de los húngaros en Catalunya, es un perfil homogéneo?

La comunidad húngara aquí, en Catalunya, es muy pequeña.

¿Cuántos somos?

No tenemos un número exacto. Según los cálculos del consulado, en Barcelona y en los alrededores, entre 300 y 400. En toda Catalunya no más de 1000. No tenemos un número exacto porque nadie está obligado a registrase en el consulado y solo podemos calcular el número a través de los asuntos consulares: cuando alguien solicita la renovación del pasaporte o algún documento desde Hungría.
No hay muchos húngaros y partiendo de ahí, decir que no existe un carácter claro y determinado del colectivo. Los húngaros trabajan en diferentes terrenos. Algunos son profesores, otros son empresarios; algunos solo pasan aquí un año o un poco más, para estudiar en alguna universidad; otros simplemente viven aquí porque compraron una segunda residencia y reparten su tiempo entre Hungría y Catalunya; y otros llevan aquí muchos años y ya están jubilados. Es una mezcla, no existe un carácter único, ni una cohesión fuerte de grupo. A veces nos reunimos, pero pocos. Esto, para mi, significa dos cosas: por un lado que unos encontraron aquí una vida normal y no necesitan del apoyo permanente del grupo; y que otros tienen tanto trabajo y tan poco tiempo libre que no pueden dedicarse mucho a las organizaciones nacionales, que son muy útiles, pero que también quitan mucho tiempo a la profesión.
Por otra parte nadie tiene problemas con los húngaros y no lo digo solo yo, sino es lo que me repitieron en las visitas de presentación las autoridades catalanas: “Con los húngaros no hay problema”. Y esto es bueno tomando en cuenta lo que dicen en relación a los ciudadanos de otros países de Europa del Este, que es como aquí llaman, en forma global, a aquellos que llegan de más allá de Austria.
Incluso sorprende la fama que tienen en Catalunya algunos personajes húngaros, como por ejemplo Ladislao Kubala, estrella de fútbol de los ’50.

Y para finalizar y fuera del paquete de preguntas que compartimos con el resto de diplomáticos, me gustaría preguntarte, dada tu larga trayectoria en el servicio diplomático húngaro, cómo ha cambiado tu trabajo como Cónsul habiendo sido representante de un país dictatorial, durante el período comunista y ahora, de un estado democrático.

Si, realmente hubo un sistema político-económico bastante diferente del actual y también del que había en los países e Europa Occidental. Afortunadamente podemos decir que Hungría estaba en una situación diferente de la de los otros países del bloque, como por ejemplo Checoslovaquia, Polonia, Alemania Oriental, Rumanía o Bulgaria. Hungría era diferente y eso ayudó a que nosotros nos acostumbrásemos más fácilmente a los cambios de sistema.
Durante esos años, en el servicio diplomático, en el extranjero, también teníamos un comportamiento y un trato diferente de los otros miembros del Pacto de Varsovia. Recuerdo que al llegar a Angola había una situación bastante delicada: una guerra civil en la que participaban activamente no solo fuerzas angoleñas sino también de los países que apoyaban a uno u otro bando. De un lado estaban, in situ, la Unión Soviética, que en aquel tiempo todavía existía, y Cuba. Del otro lado, África del Sur, de forma presencial, y financiera, políticamente y militarmente los Estados Unidos. También estaba China que apoyaba a la oposición, que a su vez estaba apoyada por África del Sur y EE.UU.
A pesar de ello, dentro de la comunidad diplomática, no había mayores problemas. La separación interna no era tan políticamente clara y nosotros, por ejemplo, mantuvimos contactos con los otros diplomáticos de los países occidentales y yo personalmente tenía muy buena relación con el personal de la embajada de España e Italia. El idioma ayudaba y regularmente íbamos juntos a la playa, cerca de la capital, porque por la guerra no podíamos salir muy lejos, y pasamos ahí todo el domingo, cada uno con su familia. La pasábamos muy bien.
Lo mismo me ocurrió en Venezuela. Nuestra embajada era mirada de forma diferente a la de los otros países de Europa del Este. Lo que era interesante era que, en ambos países, fui invitado regularmente a recepciones o encuentros adonde no invitaban a los otros diplomáticos del Pacto de Varsovia.
Y eso una vez me lo explicó un diplomático alemán, en aquel tiempo había dos Alemanias, este era de la Occidental, y me dijo que me invitaban a mi y no a los otros porque conmigo podían conversar de otros temas más allá de los estrictamente protocolares y diplomáticos y por eso yo era bienvenido en esas recepciones o conferencias. De los otros no podía decir lo mismo. Era algo personal.

¿Te consideras entonces un diplomático diplomático?

Me parece que yo no soy muy rigurosamente diplomático, al menos no lo que el común suele pensar sobre los diplomáticos. Yo pienso que para mantener y después desarrollar las relaciones personales la gente tiene que olvidar que tiene un rango o un cargo. Lo más importante es presentarse como una persona cotidiana y no simplemente jugar un papel, porque sino no sirve. Si no sale desde dentro puedes perder tu estabilidad emocional y la seguridad en ti mismo, y los que están a tu alrededor no sabrán nunca cuál es la cara verdadera y cuál la falsa.

Para mi el cargo no es para recibir una atención especial o para mantenerme lejos de la gente, es para trabajar. Porque a pesar que tengo una opinión oficial, las instrucciones de mi ministerio, eso no impide que tenga una opinión personal de las cosas. Si estoy conversando con alguien también y claro, la defiendo, pero también puedo reconocer si me equivoco.

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