sábado, septiembre 23, 2006

La paradoja del toque tímido y optimista de la diplomacia latinoamericana

Este número, fuera del nuevo bloque de noticias que acompaña al Quincenal, está dedicado a los diplomáticos latinoamericanos que residen en Budapest. Como podréis comprobar en las distintas entrevistas que aparecen, todos ellos rebozan optimismo, un pandero de esperanzas desde la óptica del que no tiene nada. En realidad está todo por hacerse entre Latinoamérica y Hungría. Las relaciones diplomáticas son casi invisibles entre estos dos extremos del globo y es en este escenario donde se insiste en inversiones, turismo e intercambios varios.
También tuvimos la agradable sorpresa de recibir la opinión del Cónsul húngaro en Barcelona, que desde orillas del Mediterráneo nos ofrece la otra cara del recién llegado.

Donde todos coinciden es en una agradable seguridad y parsimonia personal y política. Suave se desplaza el universo diplomático y de ahí que el momento de presentar este número públicamente no puede ser más inoportuno.
¿Cómo congeniar el aire casi festivo de los embajadores con las convulsiones que vive la sociedad de Budapest estos días? Bien les vendría a más de uno irse por ahí de vacaciones, soltarse el pelo y volver más relajado, sin tantas ganas de follón. Incluso habría que replantearse si vale la pena seguir reivindicando fiestas patrias donde se hace una clara apología de la violencia. Después, no resulta tan extraño que las bandas del Jobbik, uno de los grupos neonazis que participaron en el ataque a la televisión estatal, u otros descerebrados, se pongan como locos reviviendo el 23 de octubre del ’56.

A la batalla electoral, nunca mejor dicho, que arrasa la ciudad, le iría al pelo un mediador. Tal vez uno de estos diplomáticos, poco comprometidos, podrían dar una visión más parcial de los hechos y ayudar a que los opuestos se ubiquen en el plano. De esta estratégica manera resolveriamos la paradoja de la optimista diplomacia húngara. De funcionar, Gyurcsány consideraría a las miles de personas que cada noche se manifiestan frente al Parlamento y aceptaría modificar su famoso y hasta ahora inamovible Plan de Convergencia. Él está convencido de haber recibido un cheque en blanco de la sociedad húngara para hacer lo que quiera. Y en el caso de Orbán, si realmente se califica de político democrático, urgentemente echaría fuera de la coalición y su periferia a los grupos de ultra derecha que tanto daño han hecho y prometen hacer.

Hablo por boca de ganso, pero quién os dice que de una mediación estimulante, tropical y relajada podríamos perfectamente dejar de lado la satanización del socialismo y el miedo a la movilización. Porque queda clara la apuesta por la pasividad de ambos partidos mayoritarios frente al vandalismo de estas noches. Unos aprovechando para que se evidencie el malestar popular ante las reformas y así inclinar la balanza hacia su costado en las próximas municipales. El otro para contener las protestas porque el ciudadano, aún en contra de este Plan, evita las situaciones de violencia y más todavía prefiere quedarse en casa a ser tildado de ultra.

Espero que disfrutéis con esta colección de artículos de “La paradoja del toque tímido y optimista de la diplomacia latinoamericana” y que os animéis, quienes viváis o hayáis vivido en Hungría a escribir en las próximas ediciones. Solo tenéis que enviarnos un e-mail y os contestaremos a la brevedad indicándoos formato y tema.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La difícil tarea de tomar posición en el proceso político actual en Hungría.

En las últimas semanas Hungría ha aparecido en las primeras páginas de distintos periódicos alrededor del mundo. En general los periódicos internacionales han hecho hincapié en las manifestaciones multitudinarias en contra del gobierno socialista-liberal encabezado por F. Gyurcsány.
Una diferencia substancial entre la prensa local y la internacional es que aquí, en Hungría, las noticias hacen especial referencia a los ataques ocurridos a la Televisión, a la radio estatal y al local central del partido socialista; mientras que la prensa internacional presta más atención a las movilizaciones multitudinarias.

Lo cierto es que desde hace dos semanas, cada noche, se reúnen entre 10.000 y 20.000 personas en la plaza Kossuth, frente al Parlamento, para pedir la renuncia del primer ministro. Durante el día algunos manifestantes siguen en la plaza. Hay tiendas de campañas, un comedor popular y un escenario desde donde periódicamente alguien dice un discurso.
No hay ningún partido político o sindicato presente en la plaza. Se ha formado un comité de personalidades del mundo político y cultural que es el que se ocupa de interactuar con la media.
En la plaza sí hay muchos carteles criticando las privatizaciones del gobierno y acusándolo de mentiroso. Y además multitud de banderas húngaras. El himno suena con bastante frecuencia y cuando no hay discursos también se puede escuchar música folclórica húngara.

En cuanto a los llamados ataques vandálicos de la pasada semana cabe decir que fueron muy puntuales y solo afectaron a los lugares concretos. La ciudad no vivió, en absoluto, ningún estado de preocupación o riesgo general.

La versión que parece más probable es que efectivamente los policías no actuaron frente a los manifestantes violentos por expresa orden del gobierno. En parte para no desprestigiarse y en otra parte para etiquetar de vandálicos a cuanta persona se manifieste. De hecho múltiples colectivos han cancelados las movilizaciones que tenían programadas para estos días, entre ellos los estudiantes, reclamando por la imposición de una nueva cuota universitaria y los ciclistas para pedir mejoras para el transporte de dos ruedas. Curiosa o cómplicemente también la oposición canceló la manifestación que tenía prevista para el pasado viernes.

El domingo son las elecciones y según el comité electoral hay que mantener el sabido período de reflexión. Mañana sábado veremos qué sucede en Kossuth Tér, donde los manifestantes se niegan a retirarse aduciendo que ellos no hacen campaña por ningún partido político. El comité electoral ha amenazado con enviarles la policía sino desalojan la plaza.

Las movilizaciones empezaron por la aparición de unas declaraciones del primer ministro grabadas después de las pasadas elecciones generales, donde con tono jocoso e insolente aseguraba que durante todos estos años de gobierno había mentido al pueblo húngaro en cuanto le había dicho y prometido y que ya era hora de decir la verdad y empezar el plan de ajustes.

La verdad es que en el discurso de a pie de estos días se hace mucho más hincapié en el carácter mentiroso de Gyurcsány que no en el plan de convergencia, que incluye un surtido plan de privatizaciones, flexibilidad laboral y aumento de servicios y de impuestos. De hecho la frase más escuchada es que “esto es una dictadura”, donde el gobierno controla la media y miente.

El problema de tomar partido en este proceso político es que no hay una opción de izquierda, al menos suficientemente visible. El único partido de izquierda que aparece en escena es el Partido de los trabajadores, que según todos los comentarios y antecedentes es el heredero del brazo duro del antiguo partido comunista. Pero cabe aclarar que estos días no ha aparecido en público. La oposición está prácticamente absorbida por la derecha, de manos de la alianza del Fidesz. Un partido de fuerte tendencia católica que tiene como lemas “Patria, familia y trabajo”.

En términos de distribución geográfica decir que el partido socialista controla los grandes centros urbanos mientras que la alianza de derecha la parte más rural de Hungría.

Por otra parte el único sector novedoso y progresista del mapa político es el de los ciclistas, que aunque con mucha energía y bríos no dejan ir sus reivindicaciones más allá de la lucha contra los automóviles y por más y mejores carriles bicis.

Los sindicatos siguen bastante desprestigiados, desde la caída del régimen soviético, y sus medidas de fuerza son tímidas, esporádicas y aisladas.
Actualmente tienen algo de fuerza en el sector de la sanidad que es el que está viviendo los recortes más importantes. Pero nada parece poder detener la política de recortes socialista que incluye el cierre de un buen número de hospitales, entre otras.

Personalmente creo que las movilizaciones de Kossuth Tér son un referente y hay que participar en ellas, sin miedo a ser tildado de fascista. Lo malo es que no hay ningún partido, sindicato o asociación que oponiéndose a la política del gobierno socialista, ofrezca una opción de izquierda.

Pero al hacerlo habría que intentar utilizar un vocabulario diferente, sobre todo por el desprestigio de toda la terminología referida al socialismo. Nada más hay que ver que el partido del gobierno, que se autodefine y lo definen de izquierdas, no hace más que aplicar planes de tono liberal.

Ante la dificultad de crear alianzas por coincidencias políticas lo mejor es consolidar alianzas por coincidencias programáticas, como en este caso, la oposición a las políticas liberales del gobierno socialista-liberal. Los aliados naturales de este momento son los nacionalistas de derecha, que piden que se detengan las privatizaciones y el plan de convergencia.

Si las elecciones municipales del próximo domingo dan un golpe de gracias al partido en el gobierno, cosa poco probable, el volumen y la cantidad de movilizaciones aumentará, no hay duda; porque parecería ser que el gobierno no está dispuesto a cambiar nada y por otro lado las elecciones son municipales y esto no cambia la relación de fuerzas en el parlamento.

DP