por Roberto Yanguas
Cuando alguien se va a vivir al extranjero por primera vez no es consciente de que va a dejar de ser ciudadano de su país para pasar a ser ciudadano del mundo. Esto, que en principio puede sonar vacío y artificial a primera vista, es un hecho que a muchos de los que hemos tenido la oportunidad de vivirlo en primera persona nos hace sonreir, asentir levemente con la cabeza y recordar viejos tiempos. En este, mi primer artículo en colaboración con el Quincenal de Hungría, evocaré algunos de esos recuerdos.
Septiembre de 2005 fue la fecha en la que pisé por primera vez suelo húngaro. Me habían concedido una de esas tan mal afamadas becas Erasmus. Y digo lo de mal afamadas por dos razones: una, porque dicen que los estudiantes Erasmus hacen de todo menos estudiar, lo cual en mi caso se corresponde con la verdad; y en segundo lugar porque dicen que si tienes pareja y te vas de Erasmus puedes ir olvidándote de la relación, pero ese es otro tema que merecerá ser narrado en otra ocasión. El caso, como decía, es que estuve viviendo en Budapest desde septiembre hasta las navidades de ese mismo año. En esos escasos cuatro meses tuve tiempo de aclimatarme a la ciudad y a sus gentes. Pero fue precisamente en 2006, tras el retorno vacacional, cuando empecé a sentirme cada vez más cómodo en Hungría. Hasta el punto de no querer regresar a España.
Para el que suscribe estas líneas, 2006 ha sido un gran año. Cuando me propusieron escribir este artículo me dijeron que debía de hacer un balance de 2006 sobre el tema que yo quisiera: cultura, sociedad, economía, etc. A estas alturas muchos de vosotros os preguntaréis que tiene exactamente que ver entonces todo lo que he contado hasta ahora con la temática de este número. Simplemente pensé que en mi caso el mejor balance que podía hacer de 2006 era el personal. Si alguien me plantease resumir el año que acabamos de dejar con una sóla palabra, mi respuesta sería sin lugar a dudas Hungría.
Dos mil seis siempre estará asociado para mi con idas y venidas por Rakóczi utca, línea roja de metro hasta Blaha Luzja tér, domingos varios grados bajo cero en Széchenyi, cervezas en el Szimpla, comidas en el Paprika, partidos de fútbol en Isla Margarita, atardeceres (y amaneceres) en Budai Vár, encuentros en Oktogon…
Por cierto que hace un par de meses tuve la oportunidad de volver por unos días a Budapest. Esta vez simplemente de paso. Cuando bajé en Keleti le dije a la chica con la que había estado viajando desde Cracovia “-ya estoy en casa”. Todo seguía tal y como lo recordaba. Fue una sensación extraña, hacía siete meses que había dejado todo aquello, pero fue escuchar “Jó napot” y sentir que nunca me había ido. De ahí que comenzara este artículo diciendo que cuando uno se va a vivir fuera acaba sintiéndose extranjero en todas partes, o algo así.
Por cierto, el día que volví a Budapest (lo cual por cierto no recordaba) era el aniversario de la revolución del cincuenta y seis… más imágenes para el recuerdo de un año fuera de lo común.
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