por Sebastián Santos
“No te sirve para nada saber quién esel que va a apretar el gatillo,
porque la bala va a venir de cualquier lado,
y te va a dejar una agujero como cualquier otro.”
¿Por qué en este número de El Quincenal estamos hablando de armas y no estamos hablando de melones? Simplemente porque nos quedamos colgados con la matanza de Virginia.
Para bien o para mal los gringos son los que ponen los temas de conversación, los problemas en cuestión y hasta los gustos. ¡A joderse al que no le guste! Lo copiamos todo, casi sin criterio, ansiosos por parecernos a la gente bonita de Metrópolis. En términos artísticos contemporáneos el hip-hop es un ejemplo vivo, que abarca, con lógica de gueto, el universo de los grafitis, el rap y su vestuario.
Si en Yanquilandia el problema son las armas, aquí el problema son las armas. Si allá pintan las esquinas marcando el límite de las bandas, re-editan los gorritos de béisbol, usan los pantalones caídos por las rodillas y cantan rap puteando hasta que se les llena la boca de culebras y no paran de hablar de pistolas y muertos, aquí también hacemos lo mismo, lo más parecidito que podamos.
En términos de estética la “invasión” latina nos viene muy bien porque como nos es dificilísimo ser negros, probamos parecernos a los chicanos, que también son muy duros y están muy de moda. Ese marroncito sudaca, que aquí en Hungría le dicen créole, nos iguala. Somos todos marrones. Ellos por mestizos, nosotros por gitanos. Y a los que no pueden ni hacer de gitanos por el blanco impoluto de su tez, les quedan tres opciones. O bien eligen el modelito raper feliz cumpleaños, o el cuasi skinhead, que aquí pega bien duro, o se decantan por la onda guerrillero en plan Che Guevara o Frente Zapatista.
No soy un gran conocedor del rap húngaro, tengo que admitirlo de entrada. Para este artículo desarrollé algo así como una hipótesis y busqué comprobarla. Hice, digamos, una aproximación al tema con una mirada bien sesgada. La idea es que lo copiamos todo de los yanquies: Los jóvenes se decantan por el hip-hop que está de moda y lo copian igualito, temas incluidos. El más preocupante de estos temas es el de la apología de la violencia con armas, que en Estados Unidos será un problema crucial y extendido, pero aquí la verdad sea dicha, las armas no son una cosa popular.
El uso de armas de fuego en Hungría sigue siendo, como antaño, exclusividad de los cuerpos de represión del estado, de los que están en activo o de los que han pasado por él o se mantienen en su periferia. Además aquí no se lleva el estilo mesiánico yanquie de matar por iluminación divina. Aquí si se mata, se mata por dinero y se hace un atraco a un banco o a un furgón. Reiteradamente de la lectura de las investigaciones de los distintos robos sangrientos que aparecen en el periódico sale a la luz que se trataba de algún policía o militar que hacía aquello del doble empleo o como decían en Argentina, era parte de la mano de obra desocupada por los continuos recortes y limpiezas del sistema. No quiero pensar mal, pero tal vez la alevosía con que el súper comando se cargó al que se le ocurrió robar a pistola limpia la sucursal del OTP de Széna Tér el pasado viernes 4, tiene que ver con que no salgan más trapitos sucios al sol.
El caso es que a la manada rapera húngara, a quien más y a quien menos, le encanta insultar y hacerse el pistolero. ¡Son unos pajeros! Literalmente es una práctica de lo más onanista, o para ser más finos, una forma de sublimar los instintos asesinos. “En seguida la pak-pak-pak que tengo en la mano va a empezar a putear, los va a dejar a todos blancos como la nieve, viejo, ya estoy escuchando el Boom en la cabeza, de la 45. ¡Muerto o colega!”
Buscar en el ambiente del hip-hop referencias explícitas a las armas no fue una tarea complicada, incluso para alguien como yo, con conocimientos muy limitados del húngaro. En vivo, adivinar de qué hablan es más difícil, por eso fue conveniente conseguir algunas letras vía internet y buscar palabras claves como armas, bala, pistola y demás. Igual, en directo hay muchas evidencias a esta clara apología de la munición, por ejemplo sonidos de disparos en las canciones o fotos con el cantante esgrimiendo una pistola con aire de chulería, sobre todo con el brazo estirado hacia delante y la pistola en horizontal. Se ve que eso es muy “cool”.
Como ejemplos redondos de estos papanatas del hip-hop es de mérito nombrar a Goz, Killers y Northside Company. Son unos jovencitos con problemas que mezclan en sus canciones la estética de la pistola, ruidos de tiros y constantes menciones a un lejano gueto.
Este género del hip-hop en el ambiente se llama “fake”, por falso. Los entendidos, los que se reúnen por ejemplo los jueves en el Kultiplex a darle al micro, explican, clasificando todo el ámbito cultural del hip-hop con términos en inglés, cómo no, que son falsos porque no son originales y no hablan en sus letras de la vida que conocen, sino que copian una bien lejana. Como dicen “Estos niñatos en la vida no han tenido una pistola en las manos.”
Fuera de los grupos más juveniles, el exponente del hip-hop, y del fake en particular, en Hungría, es sin lugar a dudas Ganxsta Zolee. Se trata de un pureta de unos 40 años, de familia de actores mediocres, que además de participar en algunas películas y series de segundo orden tiene un grupo de rap. Ahora el grupo se llama “Ganxsta Zolee és a Kartel”. Según mi definición anterior cuadra en la categoría de blanquito arrepentido con estética de guerrillero colombiano, de ahí lo de cartel y las múltiples referencias a la merca.
La última vez que lo vi fue en el Tacuba del distrito XVII, cerca de donde Dios perdió el poncho. Llegar fue toda una aventura, de la que me enorgullezco como un niño pequeño que dejan viajar solo en bus hasta la escuela. Hay que seguir, para mantener la línea gringa, recto-recto el recorrido del autobús 61, que suena como la famosa autopista pero con más pozos y menos señalizaciones.
El lugar no podía haber sido más fake. Distaba años luz de lo que podría ser un antro de resistencia urbana. Era un restaurante, en un pequeño polígono industrial, muy pijo. Nada más llegar, como en casa, me encontré con Ganxsta que cenaba en la barra tan contento. Era como un payaso. Era el raro, el que iba vestido de guerrillero con pelo largo, barba y lleno de tatuajes. Igual que su coleguita de grupo. Eran un moco pegado en el cristal de un Polo impecable de una rubia tonta.
En el stage las cosas no cambiaron. El público seguía siendo pijorro y la música que antecedió al concierto era sobre todo disco. El grupo lo componen 4 maduritos que cantan en plan chicos malos del gueto y 4 péndex que hacen de la banda, con un sintetizador, una bata, una guitarra y un bajo. Estos chicos podrían tocar en cualquier lugar, no son patrimonio del rap ni mucho menos. Son estrellas suaves de juegos de música electrónica y fiestas de pueblo.
Con todo la gente, para mi sorpresa, lo vio y se meneó encantada, claro, sin hacer ningún escándalo, todo muy sobrio y contemplativo. El tío es ante todo un famoso y más de uno se sabía las letras. No se trata de un personaje de los bajos fondos. Recuerdo que el primer comentario sobre Ganxsta me lo hizo Krisztian el año pasado. Krisztian estudia en una escuela privada y ahora debe estar en quinto de primaria. El caso es que no hay nadie que no lo conozca.
Pero sí hubo sorpresa, no solo porque como los demás yo también la pasé bien, ¿para qué mentir? sino porque, poco a poco, la música fue dejando ese tono rapero cuadrado y se fue perdiendo en un ritmo futbolero y casi punk, muy a tono con las bandas argentas que alguna vez bailé. No es casual. Ganxsta declara en cuanta ocasión tiene ser amante del fútbol argentino y sí, ahí estaban más de uno enfundado en la camiseta celeste y blanca de la selección. Tiene incluso un cd que se llama Argentin Tangó.
En un momento dado salieron de la primera línea las 6 chicas bonitas que movían el culo tarareando las canciones y entró la brava del Kartel. Ahí empezaron los saltos, las manos alzadas en plan Bombonera y el pogo. La apoteosis fue cuando el mismo Zolee se puso a poguear desaforado. Fue una alegría total y ahí empezó a desmoronarse mi hipótesis. ¿Quién se ríe de quién?
Y en el aire ya enrarecido por el humo y el sudor, la peña no paraba de saltar frente y sobre el escenario y a agitar los brazos rítmicamente en alto, haciendo con la mano una pistola y gritando: “Y al pedo, hermano, te pones a sacarte los piojos de encima, porque siempre, una y otra vez, va a venir alguien que te va a encontrar y...“¡Boom en la cabeza! ¡Boom en la cabeza! ¡Boom en la cabeza!”.
Nota:
Entre comillas parte de “Boom en la cabeza” de Ganxsta Zolee és a Kartel.
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