viernes, mayo 18, 2007

El placer de encañonar, los pistoleros húngaros

Hay una perversa coincidencia ideológica y clasificatoria entre ciertas corrientes feministas y los machistas naturalistas. En ambos casos las mujeres aparecen ajenas al mundo de la violencia. Ellas son pacíficas (algunas hablan incluso de “la última oportunidad de la humanidad”), o simplemente débiles y faltas de agresividad, más propias de las actividades relativas al cuidado de la casa, los niños y los enfermos.

Sea por una u otra razón, la muerte se ha solidificado como patrimonio del hombre. Hungría no es excepción, y la recogida de disparos solo arroja hombres, salvo Lili, la compañera de Pali, los Bonnie and Clyde de Miskolc que revolvieron el país a fines de los ’90 y que Krisztina Deák inmortalizó en 2004 en una película.

En el laberinto de lo sexual lo masculino se entiende como violencia y posesión. Se ha perfeccionado el modelo de un supuesto cavernícola bruto y exhaltado, que con la garompa erguida se lanza sin compasión sobre otra supuesta flor de alelí, indefensa y sumisa, que como toda resistencia grita desconsolada en una mezcla perversa de placer y dolor. El falo no se interpreta como un elemento sensual, suave, propio de la caricia o del abrazo. La polla, la berga, la garcha, el ciruelo, la picha, la cigala, el pito, la papirola, el nabo o la pija se han hecho imagen en un sinfín de elementos agresivos, por ende sinónimos de fálicos. Todo objeto alargado y rígido es objeto de guiño, y si a ello se agrega alguna capacidad de destrucción se transforma en orgullo de macho.

El mejor ejemplo de todos son las armas, y sobre todo las de fuego. La pistola. Estamos prisioneros de una fantasía enfermiza que busca desesperadamente, en el juego de las relaciones sexuales, matar a la víctima, a la amante. Arrastrarla desnuda hasta un rincón de la habitación a la inevitable prisionera y cagarla a balazos, fusilarla. En otras palabras: amarla.

Lo inquietante es pensar si se te va a parar cuando ella te encare empuñando la bayoneta.

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