por Sebastián Santos
Montados en viejos caballitos de tiovivo le damos vuelta a Europa y sin calentarnos demasiado, al mundo entero. Hay cuatro deportes exóticos en los que destacamos y el fútbol nos gusta, como a todos, pero somos horribles con el esférico.
Lo que es bonito y aparentemente desapercibido son los juegos de azar. Hay por todas partes y de todas las formas. Pero nadie habla de ludopatía ni se montan escándalos porque instalen o desinstalen un casino. No es el estilo tragaperras español, sino más bien la onda reducto del juego de las películas yanquis.
El deporte no se queda atrás y si bien aquí no se gastan las millonadas de la península en equipos, sí hay amontada una buena infraestructura para reventarte la calderilla y si te descuidas, la cuenta del gas.
Estas semanas me permití incursionar en las casas de lotería. El modelo es equivalente, totalmente transferible, a cualquier otro rincón de los que conozco. Pagas el derecho a poner una cruz, a elegir, en una especie de desenfrenado y melancólico ataque democrático. El deporte parecería ser totalmente intercambiable con cualquier otra actividad crucera. Eliges 6, 11, 32 números y pagas, cabrón y a veces cobras, a veces no.
Hay un misterio en el juego, la esperanza de ser el elegido, el de la teletransportación selectiva. Te vas a salvar, vas a dejar el puto trabajo, la enmarañada red de relaciones personales que te asfixia y te ves en esos míticos rincones calientes del Pacífico, en una nube de placer, intocable y eterno.
El subidón dura poco, y dura menos si juegas poco, como yo, que soy una rata de cloaca. Pero así y todo se me revolvió el gusanito las veces que jugué. Elegí el
Tippmix y elegí tirar la pelota a la olla, al montón, a la muchedumbre, en lugar de hacerlo desde casa, porque también se puede jugar directamente por internet y por supuesto, ver los resultados en el teletexto.
Lo primero realmente bonito es la complicidad del jugador, sobre todo de ese que se las sabes todas y va loco por batírtela. Cuando me arrimé al Lottozó de Keleti no entendía nada. Me acerqué tímido y dije en un húngaro, digamos bárbaro: “foci”. Yo quería el Tippmix, pero no sabía el nombre. El juego es fantástico y refleja a la perfección la ubicación periférica de Hungría. Puedes apostar a partidos de los rincones más alejados del mundo y a un sinfín de deportes, hockey sobre hielo, fútbol, volley, baloncesto, béisbol, lo que se te ocurra.
El secreto para poder surfearla es conseguir el periódico donde están apuntados los códigos de los partidos, quién es local y quien visitante y las previsiones de los resultados. Después es estrellan las cruces al tun-tun o como hago yo, confiando en la dicha de una biografía movida. Le jugué a Los Ángeles por mi hermana, rompí una lanza por la bañera donde tomábamos sol en pelotas en el terrado de La Boca, y tiré la primera piedra por el Celta de Vigo, recordando los paseos por los bosques de eucaliptos de la hermosa Galicia de mi viejo.
Simplificando y sin entrar en valorar los pronósticos deportivos del
Nemzeti Sport, lo que básicamente hay que hacer para jugar una boleta es rellenar las primeras tres columnas con los códigos de los partidos (un número en cada bloque). Por ejemplo, en la vuelta de hoy, para “Sacramento-Orlando” en básquet, habría que poner 0-7-1 y después H, D, V, de acuerdo a si quieres local, empate o visitante. Tienen una versión fantástica y es que puedes jugar incluso por partidos que no llegarían a terminarse antes del cierre de la edición. Lo solucionan jugándole al resultado al final del primer tiempo. ¡Eso es ganas de estar en todas partes, carajo!
Se pueden anotar tantos partidos como quieras pero hay un mínimo de acuerdo al tipo de partido, que ellos tienen clasificados en orden numérico. No sé si es siempre igual, pero en el de hoy, por ejemplo, del 001 al 022 puedes poner uno solo; pero del 023 al 147 tienes que elegir un mínimo de 3; y del 148 al 200, 5 por lo menos, supongo que estos son los más fáciles para los entendidos.
Cuando terminas con la calentura de apuntar pasas a los cuadros de abajo. En uno mandas la cantidad de partidos que has puesto y a la derecha el dinero que quieres apostar. Te lo dejan clarito, si no aciertas a todos no ganas una mierda y por eso te dejan al pie la opción de la combinada, que asegura alguna, pero también se paga (no son bobos). La primera que puedes hacer es de 3 combinaciones y pagas 4 veces más la apuesta. Yo no entiendo de matemáticas, pero supongo que más o menos cuesta lo mismo que repetir una a una todas las boletas.
Pasaron los días y me quedé con las ganas de probar la Totó, la Góltotó, el Kenó, la Lottó, la Hatos lottó, la Skandináv lottó y la Luxor, con la que ahora me choco cada día en las páginas del Metro.
En definitiva para jugar al Tippmix al natural, primero hay que dejarse caer en cualquier parte, pero hay que hacerlo con todo el cuerpo, soltando el aire por la boca y sintiendo como los músculos van bajando, la panza se estira y se desplaza hacia delante y los brazos se descomponen pajaritos a los costados. Te puedes sentar en alguna escalera, en el banco de una plaza o recostarte contra una pared o contra la parada de algún bus, metro o troley. Después hay que mirar, sistemáticamente. No de arriba hacia abajo, sino más bien de derecha a izquierda y viceversa. Buscamos algo amarillo y verde, algo que sobresale de la estética de postguerra de la ciudad. Son unos carteles siempre impecables y siempre nuevos. Sino se ven a la primera, hay que probar otra vez y sino caminar, desinteresadamente, sin prisas, pero tampoco sin parar. A medida que avanzas, sutilmente ve revisándote los bolsillos del abrigo buscando un boli. Siempre hay alguno olvidado. Sino la jodiste, vas a poder jugar pero todo el mundo sabrá que eres un satélite, un visitante ocasional. El bolígrafo es fundamental, es la lanza de Don Quijote, la espada de Lancelot del Lago o el martillo de Tor. Cuando diste con el boli, lo aprietas fuerte en el bolsillo donde esté e incluso, para hacer el paseo musical, si eres como yo que todavía no tiene reproductor de MP3, le puedes rítmicamente poner y sacar el capuchón. Le da su onda a la búsqueda.
Al entrar en la agencia. Seguro que a esta altura ya la has encontrado. Vas directo, como si entrases en el bar de tu adolescencia y le pides a Manolito el periódico del Tippmix, o quizás simplemente (yo no lo he probado canchenge, todo hay que decirlo) le dices tipo “Tipp” y le haces una cabeceada y seguro que el punto entiende y te da el periódico.
Ahí siempre hay lugar, siempre hay un mostrador libre donde escribir. Incluso hay algunos que hasta tienen mesas para sentarse y la tele que te muestra los últimos resultados. No, ¡si es la hostia!
No hay que pensarla. Recuerda que se trata de ser uno más. Es como si fueses a mear y te la quedases mirando en medio del pasillo frente a los migitorios. Eso no se hace. Si quieres hacer el análisis dermatológico o futbolístico, en casa, con la parienta, si está afín.
En resumen. Rápido. Pim-pam. Entras, como un cow-boy, pides el periódico, te arrimas a un mostrador, sacas el boli, ya sudado y marcas con naturalidad las cruces. Son las fijas, ¡no puedes perder! Y vuelves al cajero.
Recuerda que no puedes apostar una miseria. Hay un qué dirán, un prestigio popular, un inconsciente colectivo que te vigila. Para miserias te vas a casa derechito después del trabajo y miras “Eastwood” en la TV2 chupeteando el osito de miel. No hay que pasar papelones ni romper un imaginario. El mínimo para jugar es 100, pero porfi, haz por lo menos un 500, ¿ok?
Sales tan rápido como has entrado. No hablas con nadie y tampoco te paras en la puerta como si no supieses adonde vas, como si estuvieses solo como un perro abandonado en pleno agosto. Antes eliges, derecha o izquierda y después ya encontrarás algún metro o autobús que te vaya acercando a casa y durante los próximos dos días tienes para entretenerte mirando los resultados en la tele, en internet y en donde narices te de la gana.
¡Suerte!